La huella muda de la cultura material de las clases bajas

El pasado viernes, aprovechando la oportunidad de entrada gratuita con motivo del Día de los Museos, hice la visita que tenía pendiente al Museo Cerralbo, que es, para quien no lo conozca, una casa museo legada al Estado por  Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII marqués de Cerralbo, prototipo de aristócrata culto de finales del XIX que empleó su tiempo y su fortuna en construir una impresionante colección de arte.

El museo no es tan importante por las piezas que contiene como por ser una pasarela espacio-temporal a la vida de las casas de alta cuna de finales del XIX y principios del XX. Permite, a través de la cultura material de las clases dominantes – ý el marqués además de prohombre fue destacado político tradicionalista – hacerse una idea de sus formas de vida. El museo, creo que de forma consciente, luce una musealización muda, sin demasiadas señalizaciones o explicaciones, para que realmente no perdamos la posibilidad de imaginar veladas políticas y juegos de damas por los salones de palacio. La contrapartida de esta apuesta pasa por la dificultad del visitante de atrapar los contextos históricos, por lo que se hacen más importantes que nunca -al menos en una primera vez – las visitas guiadas.

En la visita del museo reparé, sin embargo, en una carencia habitual de este tipo de musealizaciones: no ofrecer también un fresco del otro mundo que contenía aquel cascarón lujoso, el de los trabajadores y el servicio doméstico. Según nos contó la guía del museo allí vivían unas veinte personas además de las cuatro de la familia del marqués, pero sus estancias y los lugares de trabajo habían desaparecido, y son ahora ocupadas por salas de trabajo o despachos.

Si la musealización se hubiera realizado hace menos tiempo (el museo es de titularidad estatal desde 1924) seguramente se hubieran conservado parte de estos espacios, no es infrecuente ver conservadas, por ejemplo, las cocinas (más complicado es visitar los espacios privados del servicio, ejemplos de estos yo nos los conozco al menos). Pero aún en estos casos -me vienen a la cabeza las cocinas del palacio de Aranjuez – estos espacios se aparecen al visitante como anécdota, nunca como protagonista del recorrido.

El estudio de las clases bajas a través de su cultura material en las ciencias sociales tiene aún pocas décadas de rodaje , pero menor aún – me da la impresión – es su influencia en instituciones culturales y divulgativas, con la tragedia añadida de que la cultura material popular es – lo vemos cada día – la más expuesta a la destrucción, en tanto en cuanto, no suele tener un gran valor económico ni la protección institucional de las cosas de la gente de bien.

Ni botellón ni asamblea

En mi última visita a Berlín pude comprobar admirado como familias y grupos de amigos extendían sus mantelillos de cuadros sobre cualquier esquina de césped despejada de un parque público. Allí había grandes contenedores metálicos para dejar la porquería, proliferaban parrillas portátiles para torrar las brasburgs y neveritas cargadas de cerveza. Me pareció todo…tan mediterráneo.

Aquí beber en la calle es ilegal ya hace tiempo, y ahora quieren, leo, modificar la Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana para que el botellón se convierta en falta grave, lo que implica que las multas por beber en la calle podrían ascender hasta los 30.000 euros.

En el mismo paquete irían la desobediencia y la falta de respeto a la autoridad, el llevar la cara tapada – del motín de Esquilache al de Anonymous, ya lo estoy viendo – o la perturbación del orden público. Todo ello, siguiendo una nueva estrategia
amedrentadora, conllevará multas desorbitadas. Usan otro tipo de violencia distinta a la empleada hasta la fecha: la del dinero. Nosotros lo tenemos, vosotros no. A joderse.

No nos quieren embriagados, ni de gentes ni de licores: saben que así somos más lúcidos y peligrosos. Por la vía de disciplinar la ciudad se disciplinan también los ciudadanos. Achicándonos el aire, haciendo esquivas las plazas –circulen– acallando nuestras interjecciones públicas – psss – y aspavientos, a base de multas. Ni botellón ni asamblea. Eso es lo que quieren

Editar para aprender

*Descargar Curas, estudiantes y rockeros. Estampas históricas de todas las Malasañas en formato .epub

Actualización: a pesar de haberlo releido varias veces en su momento, me consta que el libro está lleno de erratas. Oajalá encuentre tiempo para corregirlo. Mientras tanto sean indulgentes con el regalo. ¡Hay una errata hasta en la portada!

Les presento, señoras y señores, mi primer librito, Curas, estudiantes y rockeros: estampas históricas de todas las Malasañas. Una modesta recopilación de artículos de divulgación histórica aparecidos en Somos Malasaña durante los tres últimos años. Ha resultado divertido corregir los textos, agruparlos y montar el .epub que – salvo porque utilizo distintos sistemas operativos – se ha construido totalmente con software libre (LibreOffice, Notepad ++, Sigil –menudas morcillas mete en el código – Gimp, y Paint.net). En cuanto a la licencia de uso, he hecho una declaración de devolución del texto al Dominio Público (para aquellos que me vayan a decir que esto no es posible en el ordenamiento jurídico español escribí en su día este post). El texto se ofrece gratuitamente.

La idea, sin plazo definido, es ofrecerlo también en papel, en alguna de las plataformas de impresión a demanda que han proliferado en los últimos años ¿sugerencias? Me tomo la edición de Curas, estudiantes… como un ejercicio de aprendizaje, y como tal, lo que de verdad me pide el cuerpo es hacer una pequeña tirada en imprenta y negociar la distribución yo mismo en locales del barrio (no necesariamente librerías), pero me temo que esto exige tomarse un tiempo del que actualmente no dispongo.

En fin, los kindlelianos ya sabéis convertir el libro tirando de Calibre, para los demás, aunque recomiendo siempre leer en ereader, hay distintas aplicaciones móviles o la posibilidad de leerlo usando Firefox con la extensión EPUBReader . El PDF (que algunos me habéis pedido) llegará junto con la edición en papel por razones obvias de economía de esfuerzos.

 

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