Brigadistas y mujeres extranjeras durante la Guerra Civil Española

El otro día las amigas del recomendable programa de radio feminista Sangre Fucsia me invitaron a participar en el programa que estaban preparando sobre las milicianas. Les mandé una pieza grabada. Os dejo aquí el texto que lei y cuando esté disponible el podcast lo añadiré al post. Un pedazo de honor: ya he participado en mis dos programas de radio favoritos.

Miliciana en la playa de Barcelona. Famosa fotografía de Gerda taro

Miliciana en la playa de Barcelona. Famosa fotografía de Gerda taro

 

A la Guerra Civil Española vinieron a luchar más de 35.000 voluntarios, procedentes de 54 países. A aquellos que se encuadraron en las llamadas Brigadas Internacionales, suelen sumarse otros que vinieron a título individual o por otras vías de la militancia política. Más de un tercio murieron aquí y entre 600 o 700 fueron mujeres. Mujeres profundamente imbuidas de antifascismo y de internacionalismo, que en muchos casos tuvieron que lidiar con el desprecio y la incomprensión por dejar su deber de cuidar a la familia y ocupar un espacio, el bélico, en el que históricamente ha reinado el hombre.

La norteamericana Lini De Vries, escribió en 1937 “Tal vez nunca más en la vida vuelva a estar con personas de tantos países y tan idealistas, inteligentes y nobles. Sin embargo, tenía complejo de culpabilidad por estar en España. Había dejado a mi hija pequeña en Estados Unidos, aunque estaba en buenas manos. Me debatía entre mi sentimiento de culpabilidad y el amor que tenía al servicio”.

Muchas de estas mujeres participaron en labores sanitarias, se ha llamado el mito del Ángel Curador, aunque en la misma línea de frente, no necesariamente en la retaguardia; otras participaron de labores propagandísticas – el Ángel de la Propaganda– y otras empuñaron, al menos durante los primeros meses, las armas.

A diferencia de la mayoría de las milicianas que participaron en la Guerra Civil, muchas de estas extranjeras pertenecían a la burguesía. Algunas de ellas de alta alcurnia, como Katherine Atholl, conocida como La Duquesa Roja, de rancio linaje escocés. Ya durante la Primera Guerra Mundial había convertido su castillo en un hospital. Pese a pertenecer al Partido Conservador y tomar el té con el primer ministro Chamberlein, fue una furibunda enemiga del no intervencionismo británico. En 1937 organizó la visita a España de una delegación de mujeres parlamentarias inglesas.

Sin embargo, muchas mujeres que vinieron a España provenían también la clase trabajadora. Es el caso de Salaria Kea o de Ethel MacDonald.

Salaria Kea nació en el estado de Georgia y vivió en Harlem. Trabajando como enfermera tomó conciencia de la discriminación a hacia los negros, se hizo comunista y, ya en 1935, se implicó en una campaña para organizar la asistencia médica a Etiopia, tras la invasión de Mussolini. En su propio país se le denegó el ingreso a la Cruz Roja, “tú piel causaría más problemas de lo que podría ayudar”, se le dio como única respuesta. En 1937 viaja a España con el célebre Batallón Abraham Lincoln, junto con doce compañeras y un equipo de médicos.

Otra mujer de origen humilde fue Ethel MacDonald, conocida como La Pimpinela Escarlata Escocesa o La Anarquista de Glasgow. Perteneciente a un grupo anarcomunista, decide pasar a Barcelona durante la guerra. Como no tenía dinero tiene que hacer todo el camino, a través de Francia, a pie. Allí se hizo conocida como locutora de radio, haciendo locuciones en inglés en Radio Barcelona, dirigida por la CNT. Durante los famosos hechos de Mayo de 1937, que suponen el final de la revolución anarcosindicalista en la ciudad y la represión de los militantes anarquistas, ayudó a muchos de ellos a escapar. Ella misma tuvo que pasar a la clandestinidad y fue hecha prisionera. Finalmente tiene que escapar a su país, donde es recibida como una heroína. La Anarquista de Glasgow es quizá una de las pocas mujeres que se convirtieron en leyenda viva y no ha habido que reivindicar pasados los años.

En el brigadismo hubo también un fuerte componente de aventurismo e idealismo, que hizo que vinieran a España muchos artistas y escritores.

Como Felicia Browne, pintora y escultora, británica y comunista, a la que sorprendió la guerra en Barcelona, a punto de asistir a las Olimpiadas Populares, que debían haber empezado el día que estalló la contienda. Decidió incorporarse a una columna del frente de Aragón, como muchos de los participantes en las olimpiadas. Murió intentando volar un tren franquista cargado de munición. Felicia reúne distintos estereotipos de bri gadista, es una intelectual pero también es una militar.

Entre las mujeres que pusieron su arte al servicio del activismo en España destacan las fotógrafas, como Katy Horna (o Gerda Taro y Tina Modotti, de las que hablaremos también). La húngara Horna aprendió a usar la cámara en un prestigioso taller de Budapest y en París, donde trabajó para la Agence Photo. Son famosos sus trabajos próximos al surrealismo como la imagen Hitler eye (que consiste en un huevo con bigote) o historias de amor entre verduras. Durante la guerra fue contratada por el gobierno de la República para hacer una serie de reportajes, que tienen el gran valor de mostrar la vida cotidiana y los ámbitos femeninos: la mujer amamantando, la mujer que lleva la comida al campo de batalla o los interiores después de los bombardeos. Ta ién colaboró con revistas anarquistas, ámbito en el que conoció al artista andaluz José Horna, de quien tomó el apellido y con quien se instaló en México después de la guerra.

No fueron pocas las mujeres que vinieron a España junto con sus maridos o parejas, y en algunos casos han quedado eclipsadas en las páginas de la Historia por ellos. Es el caso de la escritora Marthe Gellhorn o de la fotógrafa Gerda Taro. Marhe Gellhorn es considerada por muchos como la primera corresponsal de guerra (aunque la española Carmen de Burgos Colombine le disputa el honor). Tras su paso por España cubrió el Desembarco de Normandía, la liberación del campo de Dachau, Vietnam o Nicaragua. A pesar de ello es conocida por muchos por haber estado casada cinco años con Ernest Hemingway.

En el caso de Gerda Taro, no ha sido hasta los últimos años cuando ha empezado a tener el reconocimiento que su figura merece y, en todo caso, se la ha nombrado como la pareja de Robert Capa. En realidad, Capa fue una creación de la propia Taro: ella fue quien rebautizó a un joven Robert Friedman como Capa, pseudónimo que ambos utilizaron para firmar indistintamente, al parecer. Taro llegó en 1936 a España y se labró una merecida leyenda como reportera de guerra que terminaría un año después, cuando muere aplastada por una tanqueta en Brunete. En 2007 fue noticia mundial la aparición en México de una maleta con 4500 negativos del maestro Capa. Luego se ha ido sabiendo que muchas de las fotografías pertenecen a Gerda Taro y a otro fotoperiodista, Chim.

Dos de mis figuras favoritas, de entre las mujeres extranjeras que vinieron a luchar contra el fascismo y por la revolución, son Tina Modotti y Emma Goldman.

A La Modotti llegué porque todos los días pasaba por el colegio de los Salesianos, en la calle Francos Rodríguez, en Madrid. Cuartel del Quinto Regimiento, origen de las milicias populares y lugar donde están tomadas muchas de las imágenes de milicianas de mono azul. Aquí y en el próximo hospital que el Socorro Rojo instaló en Cuatro Caminos pasó sus días en Madrid. A partir de esas piedras tiré del hilo de Tina Modotti y a partir de ella del resto de mujeres de las que estoy hablando ahora

Aquí vino en 1936, pero su figura trasciende con mucho la historia de España. Neruda le dedicó un poema, el que contiene el conocido verso “¿Por qué el fuego no muere?”, trabajó como actriz en Hollywood (de origen italiano, había emigrado a Estados Unidos de pequeña), vivió la bohemia y se hizo fotógrafa. Luego se pasó al activismo en México, donde frecuentó círculos revolucionarios, a Diego Rivera y a Frida Kahlo, viajó a la Rusia soviética…En fin, una biografía increible que está recogida en un libro no menos increíble de Elena Poniatowska : Tinísima.

Y de Emma Goldman qué decir, la prensa norteamericana la bautizó como La mujer más peligrosa del mundo, pero podríamos añadir que fue también de las más fascinantes. La conocida anarquista, en cuanto estalló la guerra -y la revolución- intentó instalarse en España. No lo consiguió pero vino varias veces. En una de ellas estuvo en el frente de Aragón, donde quedó muy impresionada por las colectivizaciones e hizo buenas migas con Durruti, al que dedicó un entusiasta artículo tras su muerte.

Y muchas más. Me produce sonrojo que, intentando visibilizar la historia de las mujeres que vinieron a luchar, queden otras sepultadas, quizá por no ser intelectuales o, simplemente, porque sus biografías están por rescatar.

La historiadora Angela Jackson ha recopilado numerosas entrevistas a brigadistas británicas. En ellas hay una constante: la Guerra Civil marcó su vida para siempre. Muchas de ellas siguieron organizando la ayuda humanitaria cuando se fueron , estuvieron con los refugiados españoles de campos franceses como Argelés y acabaron en la Segunda Guerra Mundial, algunas, en campos de concentración.

En la mayoría de los casos han dejado su historia en memorias o correspondencia, pero no hicieron, tampoco las que eran intelectuales, de la Guerra de España material de su gran obra épica, como Orwell o Hemingway. Sus nombres no están grabados en placa alguna ni impresos en las páginas de la Historia más que como notas al pie. Por eso es de justicia que aprendamos a decirlos en voz alta.

La ciudad sin espacios para el conflicto

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Uno de los mantras del discurso sobre el espacio público es la falta de espacios para la convivencia. Plazas, en un sentido casi más filosófico que urbanístico, si es que ambas cosas se pueden separar. Mucho menos se habla de la ausencia de lugares para el conflicto, siendo como es éste un ingrediente necesario contra la esclerotización de cualquier sociedad y para la oposición a las estructuras de dominación.

En primera instancia podríamos decir que ambas faltas son casi lo mismo: los espacios de desempeño de fricción social son el abono para la política. La plaza, de nuevo, donde cabe el desencuentro con nuestros semejantes y también la toma de postura común –política- contra el poderoso. Probablemente algunas de las conspiraciones antagonistas más audaces se habrán forjado en la cadena de montaje, la cafetería de la universidad o el patio del colegio.

Lo interesante de poner el acento sobre el conflicto es desenmascarar, también semánticamente, el telón discursivo que impide pensar en el conflicto como instrumento de cambio social.

La ciudad, pretendidamente de clase media y desconflictivizada, precisa del control y la represión. Son bien conocidas las teorizaciones sobre el desarrollo capitalista de la ciudad desde la reforma de Haussmann en París. Bulevares amplios para evitar barricadas y lanzamientos desde las ventanas, vías rápidas para el tránsito de mercancías. No insistiremos en ello.

Delegamos la gestión del conflicto en el Estado y en otros mediadores. Si tenemos que decirle al vecino que acabe ya la fiesta lo haremos hoy a través de un policía. Cada aspecto de lo que se puede hacer o no en la calle está reglamentado en nombre del civismo y la convivencia. Recientemente ha salido en prensa la intención de poner un límite de velocidad a los peatones en Madrid y, en general, las Ordenanzas Cívicas se aparecen como uno de los más acabados instrumentos de control social de baja intensidad, íntimamente relacionadas en la cadena panóptica con leyes abiertamente represivas como la llamada Ley Mordaza.

La ciudad diseñada como un continuo para la circulación niega el espacio público. De convivencia y conflicto. Un elevado porcentaje del espacio urbano está hoy ocupado por vías para la circulación rodada, y las aceras están hechas a imagen y semejanza de las carreteras. El coche es un espacio para el encontronazo sí – bajaremos la ventanilla e insultaremos- pero no para el conflicto entendido como un hecho social desarrollado, que incluye negociaciones, rechazos, concesiones…Por las aceras se circula como por una cañada cuyas únicas postas son los distintos espacios comerciales al paso. Un desconocido que te habla en la calle es un loco. El running ofrece, como última moda masiva, una buena metáfora de nuestro transitar autista, mercantilizado y presuroso. Con los cascos puestos.

Una genealogía de la lucha revolucionaria contra los desahucios

conventillosA estas alturas poca gente cuestiona que el movimiento por la vivienda ha sido el gran impulsor del ciclo de apoyo mutuo e incipiente sindicalismo social post 15M. A su alrededor ha ido brotando toda una red de sujeción ante la emergencia social (bancos de alimentos autogestionados, okupaciones, oficinas de derechos sociales…). Sin embargo, el movimiento traspasa la condición de dique : ha sabido dotar a la gente de herramientas de organización política y ha generado auténtico consenso social antagonista.

Hay quien cuestiona el carácter revolucionario del movimiento, y es cierto que por sí mismo no modifica la estructura social –si bien cuestiona pilares tan fundamentales como la propiedad privada- pero parece un impulso suficientemente transformador como para pensarlo revolucionario ¿A condición de qué? De empotrarlo en un contexto más amplio a medio construir ¿A imagen de qué? De numerosas experiencias históricas que dibujan la trayectoria de la lucha por la vivienda, y contra los desahucios, como una herramienta política de cambio social.

La cuestión de los desahucios –en el inquilinato, que equivalía a decir hasta hace pocas décadas la forma de vida de casi toda la clase trabajadora- puede incardinarse fácilmente en el relato histórico de las luchas populares. Las semejanzas con la actual lucha por la vivienda son, en muchos casos, sorprendentes: las presencia preponderante de las mujeres en el conflicto, el recurso a la acción directa, el fuerte componente libertario de su organización, el ser respuesta a una coyuntura de emergencia social y el devenir en luchas políticas más amplias, son hilos de continuidad que podemos ver sujetando  las luchas actuales.

En la huelga de Glasgow de 1915

En la huelga de Glasgow de 1915

Ya en la Comuna de París (1871), el asunto de la vivienda tuvo una importancia central, procediéndose a la cancelación de los alquileres adeudados de vivienda. Manuel Castells llegó a decir hiperbólicamente que “la comuna es la huelga de alquileres más reprimida de la historia”. Sería el siglo XX el que vendría, sin embargo, a alzar la importancia de las luchas organizadas por la vivienda.

Una de las primeras movilizaciones importantes conocidas, despertando el siglo, se produjo en Buenos Aires. En 1895 la población de Argentina se había duplicado en 25 años y lo haría de nuevo durante los siguientes 20 años. La respuesta al aluvión fueron los conventillos y las casas de inquilinato, que recuerdan a nuestras casas de vecindad y a otras soluciones de hacinamiento. Frente a los palacetes de estilo francés de las élites, se aparecían decadentes los conventillos para trabajadores recién llegados. Albergues asentados en las antiguas casonas nobles de la ciudad, cuyos habitantes habían abandonado el centro para construir sus propios barrios lejos del pobre. En cada conventillo podían vivir hasta 350 personas (10 u 11 personas en una misma habitación). Entre los inmigrantes abundaban los españoles y los italianos, pero había presencia de muchas más nacionalidades.

Huelga de Inquilinos en Santa Cruz de Tenerife. Primera página del periódico ABC de Madrid, julio de 1933. | foto tomada de campocomun.blogspot.com

Huelga de Inquilinos en Santa Cruz de Tenerife. Primera página del periódico ABC de Madrid, julio de 1933. | foto tomada de campocomun.blogspot.com

En 1907 estalló la huelga de inquilinos de la ciudad de Buenos Aires, con fuerte presencia socialista y, sobre todo, anarquista entre sus protagonistas. Se reclamaba el descenso de los precios de los alquileres y vino motivada por una subida pactada de los caseros. Los habitantes de los conventillos se negaron a pagar los alquileres, presentando pliegos de condiciones a los caseros con demandas de mejora de las insalubres viviendas, además de petición de rebaja de precios. La huelga llegó a afectar a unos 2000 conventillos y a movilizar a 120.000 personas (un 10% de la población de Buenos Aires).

La prensa cubrió prolijamente la huelga, destacando los enfrentamientos que se producían entre mujeres y policías en los desalojos. La mujer, como actualmente en el movimiento por la vivienda, tuvo un papel destacado. Se produjo también la llamada “marcha de las escobas”, en la que mujeres y niños recorrieron el barrio de La Boca empuñando sus escobas “para barrer a los caseros”. Valga este fragmento de prensa de la época para entender la intensa participación de mujeres y niños en los conflictos:

en la calle Defensa existe un conventillo cuyo encargado quiso sentar plaza
de hombre guapo, golpeando bárbaramente a un muchacho de tierna edad. (…) A
las valerosas mujeres, después de derribarlo al suelo impidiéndole todo movimiento,
se les ocurrió la humorada de quitarle los calzones, largándolo en tal facha a
la calle, provocando la risa de todos los espectadores de este curioso y divertido
sainete

Se consiguieron mejoras pactadas a título individual, aunque los precios no dejaron de subir y la desaparición de los conventillos vino dada, finalmente, por la construcción de suburbios.

En 1907 se produjeron también huelgas de inquilinos en otras ciudades, como Viena o Budapest. Dentro del mismo ciclo podríamos enmarcar la pionera huelga de Barakaldo y Sestao, en 1905, cuando unas 2.000 familias paralizaron la actividad económica del Gran Bilbao durante casi un mes. Como en todos los ejemplos que estamos viendo, fueron las mujeres las de mayor protagonismo, llevando a cabo lo que hoy entendemos exactamente por un stop desahucio: convocar a la multitud a rodear la vivienda del jornalero al que se pretendía desahuciar. La resistencia de los huelguistas llegó a ocasionar la declaración del Estado de Guerra.

En el contexto de la Primera Guerra Mundial se producen numerosos casos de huelgas de inquilinos y la organización del movimiento obrero entorno al asunto. Los precios de los enseres básicos habían sufrido grandes subidas por la especulación acarreada por la demanda de importaciones a los países en liza. En España, por ejemplo, esta inflación se encuentra en la base de la Huelga General Revolucionaria de 1917. En este contexto, el precio de los alquileres también subió mucho.

En 1915 el problema de la vivienda y, concretamente, de los alquileres, está ya plenamente asentado en los pliegos de demandas de la clase trabajadora. Será en Glasgow donde el conflicto adquirirá dimensión insurreccional y se insertará en un proyecto más amplio de protesta de la clase obrera.

A causa de las restricciones de excepción impuestas por la guerra, no era sencillo ir a la huelga en las fábricas, y la batalla se trasladó a los barrios, protagonizada, una vez más, por mujeres y con fuerte implicación laborista. Los huelguistas interpelaron al gobierno, que tuvo que prometer programas de vivienda pública. Al acabar la Primera Guerra Mundial son muchos los países europeos, en general los socialdemócratas, donde el Estado comienza a desarrollar una política activa de vivienda pública y, por primera vez, los trabajadores van accediendo a la propiedad de las mismas.

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Cualquier genealogía de los movimientos urbanos y populares en México se topa con el movimiento inquilinario de los años veinte, de nuevo, como en el caso argentino, con un fuerte componente anarquista. El problema de la vivienda en las ciudades mexicanas en proceso de crecimiento capitalista era el acostumbrado. Era un tema en boca de todos (partidos, gobierno, ciudadanos) que no encontró respuesta oficial alguna. Los sindicatos comunistas y anarquistas, apoyados en la realidad social, tomaron la determinación de crear sindicatos de inquilinos y apoyar una huelga a escala nacional. Hay autores que opinan que fue un movimiento espontáneo apoyado luego por organizaciones políticas, otros hablan de planificación…sea como fuere implicó a amplias capas de la sociedad mexicana.

En enero de 1922 las prostitutas del puerto de Veracruz inician las protestas por los precios de los cuartos de alquiler, y pocos días después se funda el Sindicato Revolucionario de Inquilinos. En Veracruz el discurso predominante es el anarquista. Seguidamente, los comunistas organizaron en la capital el movimiento, que pronto se extendería a todo el país. En Veracruz llegó a participar la mitad de la población y en México Distrito Federal hubo manifestaciones multitudinarias y se produjo un número de afiliaciones inusitado. Como en el caso de Glasgow, los inquilinarios ya no demandan ante los caseros sino ante las más altas autoridades del estado.

Uno de los ejemplos más conocidos de resistencia popular a la carestía de la vivienda y sus nefastas consecuencias es el de la Barcelona de los primeros 30. Las huelgas de inquilinos anarquistas contaban ya con precedentes (Sevilla en 1919) y tendrán reflejos (Tenerife en1933).

Entre 1920 y 1930 llegaron 300.000 personas a Barcelona. La construcción de vivienda obrera fue escasa, dando como consecuencia las habituales situaciones de hacinamiento y subarrendamiento: en los primeros 30 la cohabitación no familiar alcanzaba al 21% de los obreros no cualificados. Es la Barcelona del barraquismo industrial, donde se forjaría uno de los ambientes más combativos y politizados de la Europa del momento, con especial incidencia del anarquismo y de la CNT.

elpais.com | AA. VV. DE PALOMERAS

elpais.com | AA. VV. DE PALOMERAS

En 1930, ante una subida brusca de los alquileres, se inicia espontáneamente una huelga de alquileres en el barrio de Barceloneta, que se extiende rápidamente a otros barrios. El trasfondo de la movilización es vecinal y asambleario. En 1931, ya durante la Segunda República, un grupo del Sindicato de la Construcción de CNT crea la Comisión de Defensa Económica (CDE), que se centra en el asunto de la vivienda y de los alquileres. La manifestación del Primero de mayo de ese año es convocada por el sindicato anarquista en la ciudad bajo el lema » contra el paro, la inflación y por la rebaja de los alquileres».

La huelga de alquileres llega el verano de 1931 y se alargará todo el año. Durante los meses de verano se multiplicaron las demandas de desahucio en las barriadas obreras de Barcelona, donde la CNT tenía un gran peso. Significativamente, el mayor número de impagos, en las barriadas periféricas, coincide con las zonas donde posteriormente habrá un mayor impulso de la revolución social y la instauración del comunismo libertario. Ante la intensa represión gubernamental, los huelguistas optaron por la acción directa, realojando a las personas desahuciadas de nuevo en las mismas viviendas o en otras ocupadas. Aunque la huelga se dio por terminada este mismo año, durante 1932 continuaron los impagos en barrios como Cases Barates, la Torrassa, el Clot, o en el Raval.
Ya en la transición, el movimiento vecinal retomaría en España la lucha por la vivienda digna. En ese contexto también se pararían desahucios, se okuparían espacios como medida de presión y se reclamarían soluciones habitacionales, aunque el régimen de habitación de las clases trabajadoras iba cayendo –el giro se completaría en los ochenta- del lado de la vivienda en propiedad. Hoy, sin embargo, más de la mitad de los desahucios que se producen en el país son de nuevo por no poder pagar el alquiler.

De nosotros, y de nadie más, depende nutrir el entorno de apoyo mutuo y participación política de base que ha propiciado el Movimiento por la Vivienda. Su experiencia ha supuesto un rail a seguir para el empoderamiento popular que, como hemos visto, no nace de hoy. Aún estamos lejos de poder pensar que nos movemos en un proyecto político profundamente transformador, pero, si conseguimos integrarlo en una lucha más global estaremos infinitamente más cerca de lo que sus protagonistas estuvimos antes.

BIBLIOGRAFÍA:

Barcelona. Las huelgas de alquileres de ayer. (n.d.). Etcétera: Correspondencia de La Guerra Social, 40(Mayo 2006). Retrieved from http://www.sindominio.net/etcetera/REVISTAS/NUMERO_40/numero_40.html

Durand, J. (1989). Huelga nacional de inquilinos: los antecedentes del Movimiento Urbano Popular en México. Estudios Sociológicos, 61–78.

Martín, Sebastián. (2014, January 28). Baracaldo, 1905: nuestra primera gran protesta antidesahucios. Http://eldiario.es. Retrieved from http://www.eldiario.es/contrapoder/lucha_por_los_derechos-derecho_a_la_vivienda_6_218788135.html

Ordovás, M. J. G. (1998). La cuestión urbana: algunas perspectivas críticas. Revista de Estudios Políticos, (101), 303–333.

Yujnovsky, I. (2004). Vida cotidiana y participación política:«la marcha de las escobas» en la huelga de inquilinos, Buenos Aires, 1907. Feminismo/s, N. 3 (jun. 2004); Pp. 117-134. Retrieved from http://193.145.233.67/dspace/handle/10045/3162

Manuel Pardiñas, «sin taras hereditarias ni estigmas degenerativos»

Os dejo con una recreación del asesinato de Canalejas. Manuel Pardiñas, que disparó al presidente del gobierno con su pistola Browing frente a la librería San Martín, en la Puerta del Sol, y luego se disparó en la sien, es interpretado por un joven e irreconocible Pepe Isbert. Pardiñas, que recorrió medio mundo y venía en ese momento de Francia, cuando estaba en Madrid se alojaba en Cuatro Caminos, en casa de Emilio Coronas (c/ Carlos Rubio, 3). Cerca de casa.

Y unas perlas de la autopsia de Pardiñas y un estudio “sociolegal” de 1912, en un volumen en el que se plantean resolver, entre otros enigmas, “¿Qué es el crimen anarquista?» o «¿Cómo se defiende la Sociedad Actual de los anarquistas». Nos lleva a Lombroso y sus supersticiones fisonómicas, pero también a la estigmatización con que las élites clasificaban a las clases populares, uniendo moral y biología (en este caso concreto entorno al crimen y la ideología).

“Únicamente puede señalarse como pequeña prueba de anormalidad la asimetría en las dos mitades de la cara”

“no se observa la implantación de vicios a que suelen ser estigma de los degenerados”

“La falta de vello por todo su cuerpo indicaba un marcado infantilismo”

“Pardiñas era antropológicamente un ser normal , sin taras hereditarias ni estigmas degenerativos”

Se dice que Pardiñas llevaba “vida bohemia”, “se inclinan al desorden, odian el Derecho…esa vida errante favorece la criminalidad”

Mucho más aquí: El asesinato de D. José Canalejas 1912

Cuando subirse al tejado no sirve para defender el territorio

Okupación del colegio San Agustín en Zaragoza en 1996 | http://www.zaragozarebelde.org

Okupación del colegio San Agustín en Zaragoza en 1996 | http://www.zaragozarebelde.org

Hace tiempo, en una reunión en la azotea de Ofelia Nieto 29 en la que se estaban planteando estrategias de defensa de la casa, se sugirió construir una estructura sobre el tejado y adiestrar a algunos activistas para escalar allí, a fin de disuadir a la policía de entrar por la fuerza en la casa. Ya en el primer intento de desalojo, abortado por la agrupación activista, dentro y fuera de la casa, en agosto de 2013, se habían encaramado varias personas al tejado.

Allí, cobijados en el territorio que habíamos defendido -y debíamos seguir defendiendo-, subidos al terrazo donde habitualmente se tiende la ropa y se cena en verano, me venían a la cabeza variopintos ejemplos de defensa del territorio. Subir arriba para ser visibles, para exponer la posible agresión, para defenderse del asedio…Por otro lado pensaba en algo que no por evidente deja de antojárseme importante: tener un espacio aprehensible que defender o al que encadenarse, una amenaza fácil de resumir en tres palabras y una franja de tiempo para la batalla nos lo hace todo un poco más sencillo. Pero no siempre es así.

Volviendo la memoria del revés puedo recordar las movilizaciones por la defensa vencida del valle Riaño, en la montaña leonesa, con las imágenes de los habitantes de los siete pueblos anegados por el agua enfrentándose a la guardia civil armada y subidos a los tejados de sus casas. La amenaza era muy concreta: la inundación del territorio que habitaban y del que vivían para construir un pantano.

Pienso en las ZAD (Zone A Défendre) organizadas en Francia. Gentes de distintos orígenes e ideologías, con diferentes estrategias y también con las lógicas discrepancias que ello acarrea, se coordinan para boicotear y obstaculizar las máquinas que pretenden arrasar espacios naturales, para construir un aeropuerto o un pantano. Algunas de las imágenes que nos regala esta experiencia de resistencia la protagonizan también personas subidas a los árboles de estos parajes.

Muchos son los ejemplos evocadores de defensa de un territorio, recientes y a menudo en un escenario urbano, como la defensa de Centros Sociales Okupados. Recordamos lo mismo Hamburgo, con las movilizaciones y disturbios por el desalojo del Centro Social Rote Flora, en enero de 2014, que Barcelona, con la defensa de Can Vies donde, además, los vecinos de Sants consiguieron con su movilización frenar la demolición del viejo edificio del metro en mayo del mismo año, y han puesto en marcha, posteriormente, una reconstrucción financiada por suscripción popular (o como ahora lo llamamos, crowfunding). Una vez más, el encierro numantino en el territorio –éste con cuatro paredes, el inmueble okupado- y el encadenamiento en alturas es un clásico de la resistencia de las casas okupas, pocas veces eficaz, a decir verdad.

Foto de http://ondaexpansiva.net

Foto de http://ondaexpansiva.net

Saliendo del entorno okupa es insoslayable en este breve relato el caso reciente del barrio de Gamonal, en Burgos, donde el asamblearismo vecinal y las barricadas consiguieron en 2014 parar, por segunda vez, la construcción de un bulevar rechazado por los vecinos. No tengo registrados tejados en este caso, pero sí la coincidencia con los ejemplos anteriores de un vector defendible donde se cruzan el espacio y el tiempo, una amenaza delimitable e inminente y un lugar reconocible al que acudir: el bulevar, las obras donde hay unas máquinas cuyo motor no debía ponerse en marcha.

Rizando el rizo de la defensa del territorio, y permitiéndome una licencia metafórica, tenemos en la retina la imagen de los presos  españoles subiéndose amotinados a los tejados de las cárceles a la altura de 1976 o 1977, en el contexto heroico de la C.O.P.E.L. (Coordinadora de presos españoles en lucha). Los presos en el penal del Hospital Penitenciario subidos a las alturas en el 76, o los 800 encarcelados subidos a los tejados de Carabanchel en 1977, al grito de amnistía. Si el territorio ultrajado podría ser, en este caso, el propio cuerpo, encerrado en otro territorio opresor, de nuevo encontramos la urgencia de subir para defenderse.
Pero no siempre es así, decíamos. Cuando la agresión es dispersa no sabemos hacia donde correr a reagruparnos, y hoy las ráfagas lanzadas contra nuestros barrios son diarias, disipadas como una atmósfera opresora, lluvia fina que cala quemando la piel.

Una mujer es desahuciada en la calle de al lado hoy sin que su vida se haya cruzado con ningún grupo de vivienda ; ayer a una familia numerosa le cortaron la luz; hoy también una excavadora tira una casa. Y nadie se enteró hasta escuchar el estruendo de los muros en derrumbe. Mañana el colegio público del barrio se quedará sin profesoras de infantil porque no se cubre una baja por maternidad, como sucede cada mes en el centro de salud…
Con demasiada frecuencia no tenemos tiempo de subir la mirada y atisbar un alto –un tejado, un árbol- al que encaramarnos, ni contamos con cómplices que junten sus manos para auparnos.
Y por aquí, sin soluciones.