Tierra quemada en Tetuán: desaparecen tus casas y borran tu nombre

Desmontando una historia que empezó en 1925

Hace mucho que me encuentro a gusto con la vida intermitente de este blog. Antes me agobiaba cuando constataba que llevaba meses sin escribir un post en él, pero hace ya tiempo que he aceptado que su moribundeo es el rastro de mis pies cansados. Y que siempre estará ahí, aunque olvide renovar el dominio por enésima vez.

La última entrada era, hasta hoy, la del 29 de junio, ¡de 2021! Se llama Lo que la memoria y la historia pierden cuando caen los muros de una casa y es una mínima reconstrucción histórica del vecindario de la calle de Miosotis que parte de una casita maravillosa, como de cuento, que había allí. Esta casa, que en su última encarnación –de más de una década– estaba okupada y respondía al nombre de La Higuera ha dejado de existir hoy. Ha sido desalojada con un enorme dispositivo policial. Han sido detenidas varias personas que resistían dentro y un buen número de manifestantes, que habían acudido para intentar evitar el desalojo, aún están aplicándose pomadas en las contusiones causadas por las porras de la policía. Un asco.

Ya no existe

Esa casa era el último resistente de su entorno. Se levantaba en el esquinazo de dos calles, con solares a los lados, con la dignidad de su ladrillo. El ladrillo es más blando que la piedra, pero se descama bello como las manos callosas de la gente trabajadora que lo colocó. El ladrillo es cálido, sencillo y sabe componerse en comunidad para dar la mejor versión de sí mismo. Era neomudéjar popular, el estilo de las viviendas obreras de las periferias que debe tanto a la herencia de los trabajadores migrantes que construyeron el Madrid noble.

El reclamo bajo el que se venden las casas que se construirán en el solar de La Higuera es Castellana Norte. En Valdeacederas, un barrio con una renta media familiar de mierda. No es novedoso, los pisos que se venden en el cercano Paseo de la Dirección se subrayan en las webs inmobiliarias atados a las Cinco Torres y, no es broma, los de Cuatro Caminos más pegados a Bravo Murillo como AZCA. Es el borrado del nombre de Tetuán, engullido por las fauces de sus contornos financieros y desangrado, atravesado por gigantescas grúas de metal.

Tetuán sufre una táctica de tierra quemada a cuyos generales no les molestan las siluetas fantasmales de los cadáveres inmobiliarios impresos en las medianeras, pero que odian todo lo que recuerde al viejo barrio. Odian las antiguas casas obreras como detestan a los okupas y abominan de los pobres. El borrado del nombre de Tetuán, el borrado de su caligrafía de viejo ladrillo, tejado a dos aguas y rejería; el borrado, en fin, de sus vecinos, abocados a convertirse en desplazados urbanos.

Hacen con las casas como con los vecinos. Al principio, en la calle de Miosotis casi todos los edificios tenían las dimensiones humanas de La Higuera. Eran la norma. Poco a poco, y a medida que pasa la piqueta con sus ojos sangrientos de escualo, la casa va quedando sola, aislada, hasta convertirse en una extraña en su propio terruño. Abocada a un destino trágico y asumido, como pasa con los vecinos.

Hoy me he sentido defendido por los okupas que, con una bandera negra, resistían subidos al tejado de la casa. Es difícil mirar el barrio de Valdeacederas sembrado de cráteres vallados y no compartir trinchera con las chavalas y chavales que gritaban frente a la policía “De Tetuán, nos quieren echar, derriban nuestras casas para especular”. No queremos a nuestros vecinos en casas miserables –que ha habido muchas en el barrio– pero tampoco queremos que tengan que marcharse de aquí. Que la gente pueda vivir en una casa y que esa casa esté en su entorno social: esto es la política y no el Sálvame electoral que pone ruido de fondo a la inercia de los días.

Tenemos la obligación de defender cada casa histórica, cada vestigio ruinoso de quienes levantaron el barrio con sus manos, como si fuera la última. Porque puede serlo, porque cada vez más son la única entre concreciones y azulejos resquebrajados en una medianera sucia. Cada vez más un recuerdo borroso que sucumbe bajo un cartel de Pisos de lujo clavado como la bandera de los conquistadores que te van a dar una patada en el culo.