Cuando subirse al tejado no sirve para defender el territorio

Okupación del colegio San Agustín en Zaragoza en 1996 | http://www.zaragozarebelde.org

Okupación del colegio San Agustín en Zaragoza en 1996 | http://www.zaragozarebelde.org

Hace tiempo, en una reunión en la azotea de Ofelia Nieto 29 en la que se estaban planteando estrategias de defensa de la casa, se sugirió construir una estructura sobre el tejado y adiestrar a algunos activistas para escalar allí, a fin de disuadir a la policía de entrar por la fuerza en la casa. Ya en el primer intento de desalojo, abortado por la agrupación activista, dentro y fuera de la casa, en agosto de 2013, se habían encaramado varias personas al tejado.

Allí, cobijados en el territorio que habíamos defendido -y debíamos seguir defendiendo-, subidos al terrazo donde habitualmente se tiende la ropa y se cena en verano, me venían a la cabeza variopintos ejemplos de defensa del territorio. Subir arriba para ser visibles, para exponer la posible agresión, para defenderse del asedio…Por otro lado pensaba en algo que no por evidente deja de antojárseme importante: tener un espacio aprehensible que defender o al que encadenarse, una amenaza fácil de resumir en tres palabras y una franja de tiempo para la batalla nos lo hace todo un poco más sencillo. Pero no siempre es así.

Volviendo la memoria del revés puedo recordar las movilizaciones por la defensa vencida del valle Riaño, en la montaña leonesa, con las imágenes de los habitantes de los siete pueblos anegados por el agua enfrentándose a la guardia civil armada y subidos a los tejados de sus casas. La amenaza era muy concreta: la inundación del territorio que habitaban y del que vivían para construir un pantano.

Pienso en las ZAD (Zone A Défendre) organizadas en Francia. Gentes de distintos orígenes e ideologías, con diferentes estrategias y también con las lógicas discrepancias que ello acarrea, se coordinan para boicotear y obstaculizar las máquinas que pretenden arrasar espacios naturales, para construir un aeropuerto o un pantano. Algunas de las imágenes que nos regala esta experiencia de resistencia la protagonizan también personas subidas a los árboles de estos parajes.

Muchos son los ejemplos evocadores de defensa de un territorio, recientes y a menudo en un escenario urbano, como la defensa de Centros Sociales Okupados. Recordamos lo mismo Hamburgo, con las movilizaciones y disturbios por el desalojo del Centro Social Rote Flora, en enero de 2014, que Barcelona, con la defensa de Can Vies donde, además, los vecinos de Sants consiguieron con su movilización frenar la demolición del viejo edificio del metro en mayo del mismo año, y han puesto en marcha, posteriormente, una reconstrucción financiada por suscripción popular (o como ahora lo llamamos, crowfunding). Una vez más, el encierro numantino en el territorio –éste con cuatro paredes, el inmueble okupado- y el encadenamiento en alturas es un clásico de la resistencia de las casas okupas, pocas veces eficaz, a decir verdad.

Foto de http://ondaexpansiva.net

Foto de http://ondaexpansiva.net

Saliendo del entorno okupa es insoslayable en este breve relato el caso reciente del barrio de Gamonal, en Burgos, donde el asamblearismo vecinal y las barricadas consiguieron en 2014 parar, por segunda vez, la construcción de un bulevar rechazado por los vecinos. No tengo registrados tejados en este caso, pero sí la coincidencia con los ejemplos anteriores de un vector defendible donde se cruzan el espacio y el tiempo, una amenaza delimitable e inminente y un lugar reconocible al que acudir: el bulevar, las obras donde hay unas máquinas cuyo motor no debía ponerse en marcha.

Rizando el rizo de la defensa del territorio, y permitiéndome una licencia metafórica, tenemos en la retina la imagen de los presos  españoles subiéndose amotinados a los tejados de las cárceles a la altura de 1976 o 1977, en el contexto heroico de la C.O.P.E.L. (Coordinadora de presos españoles en lucha). Los presos en el penal del Hospital Penitenciario subidos a las alturas en el 76, o los 800 encarcelados subidos a los tejados de Carabanchel en 1977, al grito de amnistía. Si el territorio ultrajado podría ser, en este caso, el propio cuerpo, encerrado en otro territorio opresor, de nuevo encontramos la urgencia de subir para defenderse.
Pero no siempre es así, decíamos. Cuando la agresión es dispersa no sabemos hacia donde correr a reagruparnos, y hoy las ráfagas lanzadas contra nuestros barrios son diarias, disipadas como una atmósfera opresora, lluvia fina que cala quemando la piel.

Una mujer es desahuciada en la calle de al lado hoy sin que su vida se haya cruzado con ningún grupo de vivienda ; ayer a una familia numerosa le cortaron la luz; hoy también una excavadora tira una casa. Y nadie se enteró hasta escuchar el estruendo de los muros en derrumbe. Mañana el colegio público del barrio se quedará sin profesoras de infantil porque no se cubre una baja por maternidad, como sucede cada mes en el centro de salud…
Con demasiada frecuencia no tenemos tiempo de subir la mirada y atisbar un alto –un tejado, un árbol- al que encaramarnos, ni contamos con cómplices que junten sus manos para auparnos.
Y por aquí, sin soluciones.