Sobre tortura.

He encontrado en la página de Javier Ortiz esta mañana este relato sacado de Gara. Se trata del relato en primera persona de un detenido vasco, denunciando torturas estremecedoras. Como el propio Javier dice en su web, que cada lector saque sus propias conclusiones. Uno no pondría la mano en el fuego ni por su padre y la verosimilitud que a cada cual le ofrezca el relato es un asunto muy personal. Lo que sí es incuestionable es que en este país se detiene a demasiadas personas para luego soltarlas sin cargos a las cuarenta y ocho horas de rigor.

Antes de nada un poco de documentación:

*Nota:El amigo Hannot me hace una puntualización muy pertinente, no se trata de 48 días sino de 72
horas, o si lo amplian, 108 horas (5 dias). Creo que la diferencia es reseñable.

«Podrías ser tú mismo»
UN TUNEL EN QUE NOEXISTE LUZ, NI TIEMPO,NI VIDA. SOLO TERROR.ASI DEFINE GAIZKALARRINAGA LOS CINCODIAS PASADOS EN LOSCALABOZOS DE LAGUARDIA CIVIL. TODOUN DESCENSO A LOSINFIERNOS DEL QUELARRINAGA SALIO PARACONTARLO. LA JUEZDE LA AUDIENCIANACIONAL DECIDIO ALFINAL QUE NO HABIAPRUEBAS CONTRA EL.ESTA ES UNA NARRACION INTEGRA DEL COMPENDIO DESENSACIONES DE ESOSCINCO DIAS Y NOCHES.

Guardia civil: ¿Te gusta la música? Guardia civil: ¿Conoces La Polla Records? Guardia civil: ¿Sabes cuál es la canción de la tortura? «Te han llevado por la noche indefenso, te han llevado sin que nadie lo sepa, aquí empezará tu viaje. Vas a conocer un nuevo mundo profundo pues tu humillación jamás tocará fondo. Conocerás un dolor que nunca hubieras imaginado, aprenderás lo que es gritar. Luego tendrás que esperar el tiempo suficiente para que desaparezcan las marcas; si algo queda, te lo has hecho tú. Sabes que no existe la tortura, es tu locura. Te has imaginado la bañera y electrodos, las hostias, la bolsa en la cabeza, y si eres mujer la violación. Para acabar bien tu historia, si lo denuncias serás denunciado por calumniador».

Da igual que respondas que sí, que digas que no, o incluso que permanezcas callado. Suceder, va a suceder igual. Ahí fuera lo saben tus amigs y familia, ahí dentro lo saben los que te custodian, tanto dentro como fuera lo saben los que lo permiten. Y, en última instancia, lo sabes tú también. Desde tiempos inmemoriales se ha torturado, hoy en día se sigue torturando, y a pesar de que no has hecho más que llegar, el hedor que desprende todo cuanto te rodea golpea brutalmente en lo más profundo de tu ser para dejarte inmóvil, asustado, desesperado, humillado, de rodillas ante un tenebroso viaje que no quieres emprender. ¡No!, te gritas a ti mismo. ¡No!, le gritas al mundo, pero una mano por detrás te arroja al precipicio de la locura, de los miedos, de la indefensión, de la muerte, pues eres consciente de que más de uno no ha vuelto de semejante travesía.

«¿Dónde estoy?, ¿qué son esos gritos?, ¿por qué esta oscuridad?, ¿quién me ha puesto este antifaz en los ojos?… No me puede estar sucediendo a mí, tiene que ser un mal sueñoŠ» Pero es verdad, ya lo dijo Bertolt Brecht. Primero irán a por ellos, luego a por los otros, después a por el vecino, y finalmente a por ti. Y ahora todo resulta demasiado tarde para hacer nada, no pretendas despertar del letargo, ni osar a poner el grito en el cielo, no quieras quejarte, protestar, manifestar, denunciar. Es sencillo de entender; no puedes hacerlo, ya que no estás en el sofá de casa, no tienes teléfono, no existe la calleŠ Simple y llanamente, para ti sólo hay oscuridad oscura.

Paso a paso, agarrotado por la angustia, te adentras por un túnel ceñido a tu medida y todo se torna negro a tu alrededor, incluso el verde aceituna de la Guardia Civil. Si eres alto, el túnel es de altura; si eres ancho, el túnel se ensancha; si tienes miedo, las paredes tiemblan; si tienes hambre, el suelo y tus tripas crujen a la vez; si sudas, la atmós- fera es húmeda; si te mareas, el techo adquiere color bilis; y si se te ocurre hablar, tus palabras se las llevará una gélida brisa por recónditos pasadizos. Es un túnel extraño, atípico, ajustado a tu persona. No es un túnel como los demás a pesar de tener final, éste no tiene eco, no habrá oídos ajenos, no acudirán testigos, solamente te hallarás tú, en primera persona, único testigo de tus circunstancias y de tu realidad. Y es eterna- mente pronto para poder saber algo acerca de tu realidad, no sabes qué está ocurriendo, no puedes imaginarte siquiera el por qué estas ahí, todo es debido a un error, a una confusión, a un equívoco. «Atenderán a razones», te repites una y otra vez. «Todo se solucionará en breve», no paras de pensar. Es el principio de tu caminar cansino hacia el tenebroso y lúgubre túnel el que te alienta y anima, convirtiéndote en un grandísimo inocente iluso ignorante, y te permite pensar en errores y equívocos. Pero el espectro de la tortura no viste ropajes de ningún tipo ni hace distinciones. Necesitas saberlo, la palabra «tortura» se pronuncia mo- viendo los labios superiores e inferiores. Existe, es real, no es broma. Mientras 50.000 espectadores en el estadio celebran con júbilo el gol de su equipo, tú con tan solo un único grito sórdido arrancado por los jinetes de la tortura podrías enmudecer en cuestión de instantes a todos ellos. Has de ser consciente de frente a quien te encuentras. Es la tortura. Si no la conocías, pronto va a llamar a tu puerta. Que nadie le abra la puerta, por favor, que nadie la deje entrar.

No tienes a dónde ir y el optimismo inicial se lo ha ingerido de un solo bocado el primer golpe recibido. No puedes pensar con lógica, cordura y sentido. Miras a tus lados y rápidamente reconoces a tus compañeros de viaje:terror, pánico, miedo, horror, congoja, dolor, sufrimiento. Y tales fatales acompañantes de odisea no dudan en ocupar una posición privilegiada en tu cerebro. «¿De quién es esa foto que veo en mi mente?, ¿de quién es ese rostro deforme? No hay derecho. ¿Qué demonios le hicieron?, ¿cómo se llamaba?… Unai Romano, sí». Y te acuerdas de que muchos no volvieron, en múltiples ocasiones les dejó de latir el corazón paralizado por la tortura. Zabaltza fue arrojado a un río para simular su muerte, y Anuk cayó ventana abajo. ¡Cuántas amatxus, durante el resto de la vida, mantienen humillados y agrietados sus corazones por aquellos días interminables en los que la tortura envolvió con sus mantos de pobredumbre la sonrisa de sus hijas e hijos! No pienses más, no te dejes llevar por la cruda realidad de la tortura. No es el camino, tienes que salir, sacude tus miedos, si puedes.

No sabes en qué lugar concreto fijar la mirada de la pared blanquecina que se haya frente a ti. No sabes si son 48, 72 ó 3 las horas que llevas frente a ella. De pie, inerte, posición de firmes, con las manos atrás, no pudiendo mover un solo músculo del cuerpo sin que te griten, te amenacen o te golpeen. Estás en una celda de reducidas dimensiones, con la luz constantemente encendida, de pie y con un colchón a un costado. Para ti no existe el día ni la noche, pero sí el cansancio y el sueño. Sin embargo, tienes prohibido terminantemente sentarte en el colchón, no digamos ya recostarte. No lo puedes comprender, o mejor dicho, no lo quieres entender, estás destrozado, reventado, sin fuerzas, sin alegría y sin ilusiones. Tus esperanzas horas atrás quedaron atrapadas en aquella terrorífica bolsa que te impedía respirar y que se te ajustaba a la cabeza hasta la asfixia. Sin embargo, ahora no tienes una bolsa en la cabeza, no recibes golpes en testículos, cuerpo y cabeza, no estás haciendo flexiones hasta la inconsciencia, y el tormento sigue siendo igual o mayor. «¿Por qué?, ¿qué me ocurre? Me duele cuando me pegan y cuando no también». Es lógico, la tortura es una humillación constante de palabra y obra, y mientras en esa mezquina celda tratas de no caer derrumbado al suelo, sólo puedes pensar que en la próxima a ello se le sumará la materialidad de todas las barbaridades, amenazas, chantajes que has escuchado en la última sesión.

Te tiemblan las piernas de pánico, pero de dolor también, son muchos días de pie, sin moverte, sin dormir, sin comer, sin apenas beber agua. Te duele con rabia todo el cuerpo, y según te han asegurado horas atrás, no sabes si van a violar a tus seres mas queridos, si están detenidos o si los están deteniendo. Te duele descomunalmente el cuerpo y tu dignidad sangra a borbotones. Te duele ahí dentro, en tu interior, en tu intimidad, en tus sentimientos, en lo mas recóndito de tu ser. «A ellos no los toquéis, ya me tenéis a mí, dejadles en paz». Confusión y pánico.

Permaneces de pie presa de infinidad de dolores corporales, daño físico que se va agudizando más y más. Hombros, cuello, cintura, espalda, cabeza, piernas, pies, plantas de pieŠNotas movimiento, no sabes si eres tú el que se mueve o si es la celda la que se balancea. Los ojos abiertos no ven nada y, sin embargo, cerrados se colman de visiones extrañas. Objetos que no existen adquieren forma y movimiento, zas, abres los ojos de pronto y a treinta centímetros de tu vista no eres capaz de visualizar el fondo de la pared, los objetos desaparecen uno a uno, ya no sabes si estas despierto o dormido de pie. De todas maneras, el intenso dolor te recuerda una y otra vez cuál es tu situación, aunque no te dé ninguna pista sobre tu futuro.

Tú o la celda continúa balanceándose, tu cabeza se ha convertido en una olla a presión a punto de estallar, el sudor frío aparece, los ojos se desorbitan y los vómitos te sobrevienen, arcadas llenas de vacío estómago sin cesar, una detrás de otra, como si por la boca en forma de bilis quisieran escapar todos los golpes y humillaciones recibidas hasta el momento. Oyes voces y crees volver a la realidad, pero no son nada alentadoras. «¡¡No te apoyes en la pared!!», «¡¡como te caigas te vas a comer tus propias potas!!», «¡nenaza, maricona, mierda!», «¡ojalá te mueras!». Por tu parte, más inconsciencia y más vómitos, seguir de pie, sin moverte, no dormir, desear morir ahí mismo. Nada que ver con esa sensibilidad que caracteriza al ser humano, que lo hace diferente al animal. «¿Quién me custodia, alimañas o personas?». Hace tiempo que has perdido la noción del espacio y del tiempo. Tanto el estómago como la garganta son volcanes en erupción, desconoces si llevas una, dos o tres horas vomitando. A nadie le importa ni le interesa, es más, recuerdas cómo alguien te ha deseado que murieras ahogado en tus propios vómitos. Desde tu posición de firmes no das crédito al montículo de bilis que yace a tus pies, te impresiona y te asustas, pero el cuerpo sigue temblando, destemplado, y los vómitos no cesan.

Al rato se abre la puerta, y la asistencia médica que esperas con anhelo se difumina ipso facto al sentir el aliento putrefacto de la tortura. Otra vez más vienen a por ti, sin ningún tipo de piedad ni lástima, te encuentras encapuchado avanzando en dirección a los gritos espantosos. La mano traicionera de la tortura te conduce por los pasillos, avanzas hacia el delirio, ellos te esperan. Ruidos inesperados te asaltan, te envuelve un olor rancio a caramelo de garganta forzada. Inmensos golpes sobre una chapa metálica colocada a escasos centímetros de tu oído te recuerdan que se ha iniciado un capítulo más en tu interminable pesadilla. «No más bolsa, no, no más golpes, no más amenazas, no más humillaciones, no más gritos, no más vejaciones, dejadme en paz, no más flexiones, no más insultos, dadme mi ropa, dejadme beber, comer, respirarŠsólo quiero vivir, no me matéis».

Te ahogas, no puedes respirar, te falta aire, te vas, te vas poco a poco, la asfixia te adormece mortalmente, los golpes sobre el cuerpo no paran, pero apenas los sientes. Es el final, te mueres, el plástico de la bolsa aprisionada en la cabeza y que se ciñe a tu boca y nariz será tu último contacto con el mundo. «Mis manos, mis brazos, no los puedo mover, ¿qué me han puesto? Estoy encerrado en una trampa de goma-espuma y cartón». Son ellos, son los fantasmas, y se autodenominan así porque no existen, porque ante cualquier desgracia no tienen que dar cuentas a nadie, son impunes, tienen carta blanca. Tú no tienes derechos, nadie te los ha leído. Y no porque no te los hayan leído dejas de tenerlos, sino por que es verídico que no te asiste ningún tipo de derecho. La asfixia permanente a la que te someten te lo recuerda en cada instante. Cruel y despiadada tortura que te llena de golpes, que te pone la bolsa una y otra vez, que te flexiona hasta la extenuación, que te grita, te insulta, te veja, te humillaŠ

Una vez más, la puerta que yace a tu espalda se abre, y con ella el terror y el horror se despuntan. En la misma posición que estás, para ti no es más que rutina, te colocan unos fríos y mojados antifaces, unas manos te sujetan por los hombros y ­con la cabeza siempre apuntando hacia el lugar que la tortura te reserva como final, el suelo­ inicias un desplazamiento a lo largo de ese oscuro sitio en el que te mantienen encerrado. El miedo te asola, el terror a lo desconocido suele ser demoledor, pero cuando sabes lo que te espera, la angustia mete en la misma mochila todos los horrores, pánicos, sufrimientos, temblores y demás, y te la carga a la espalda.

Ya estás otra vez inmóvil, continúas con los antifaces puestos, con la cabeza mirando hacia abajo y en algún lugar de lo que crees ser una habitación más amplia. La diferencia con la celda es que ahora a ellos los notas (respiraciones, alientos, voces, ruidosŠ) y los sientes dentro de la habitación, y te parece que son muchos. Todo empieza otra vez, una vuelta más, suma y sigueŠ

La furia indómita de la tortura ejercida por seres humanos, por sombras verdes que se proyectan sobre todo tu espacio físico y psicológico. La tortura pernocta en sus mentes y en tu cuerpo habita su desgracia, su consecuencia directa. En nombre de la vida de sus compañeros de trabajo, de esa vida que les deben salvar, tratan de abrirse camino por tu ano objetos impulsados por los torturadores. Acoso y derribo constante. Ruidos eléctricos forman parte de la atmósfera, un líquido frío y helado corretea a lo largo y ancho de tu espalda, se desliza ayudado por unos dedos ajenos a través de tu columna vertebral. Cables y objetos irreconocibles te tocan el cuerpo, te los sitúan en los dedos. El cuerpo permanece agarrotado a la espera del primer chispazo que nunca llega. Sólo de pensarlo se te electrocuta la desesperación. Es cuestión de tiempo, tarde o temprano maldecirás tu mala suerte. Ellos lo saben, te lo hacen saber, y te lo repiten una y otra vez. «Nunca saldrás vivo de aquí, y no serás ni el primero ni el último, tenemos un maletero muy grande en el coche, también te puedes fugar, tú mismo, solamente has de saber que nosotros a cada hora que pase seguiremos subiendo el pistón, no tienes nada que hacer».

Y la bolsa que no cesa, no sabes cuántas veces, sin pedirte permiso, te ha desgarrado las costuras de la resistencia. Sin más te encuentras de rodillas, desnudo, rodeado de tortura, sucumbido ante un mundo de psicópatas, pisoteado de cuerpo y alma, sabes que no puedes vivir sin respirar y esa maldita bolsa cada vez se aprieta más y más. Eres sospechoso, todo a tu alrededor es sospechoso, conocer a alguien es sinónimo de conspiración y vivir en Euskal Herria es la evidencia directa de tu esencia terrorista.

No hay paz ni descanso para ti, lo sabes. Sientes fuego en las piernas, escuchas cómo una a una las fibras musculares se te van desgarrando, pero sigues subiendo y bajando, sin pausa, el pánico no te deja detenerte. Esta vez la tortura ha visitado la celda que ocupas. Cerca de dos horas subiendo y bajando al ritmo que las piernas te permiten, con una sombra maligna a tus espaldas que vigila cada uno de tus movimientos y asegura que no te detengas. Pero el cuerpo humano tiene un límite, ese límite perverso que la tortura no hace más que buscar y buscar. Lo han hallado, han dado con él. Sin embargo, insisten en que continúes con algo que de antemano sabes que es imposible. Tantas veces como te caes te ponen de pie para que prosigas. Los gritos y golpes en la cabeza se te entremezclan, ya no sabes si te están pegando o gritando. No das crédito, no se conforman con reventarte en la infinidad de interrogatorios ilegales a los que te han sometido. En la propia celda también están dispuestos a que protagonices la peor de las pesadillas.

Pero tu ya no puedes más, el oxígeno de la celda se ha vuelto anhídrido carbónico, tu cabeza ha explotado, el corazón se ha desbocado, la vista se ha nublado, el dolor te desorienta, te caes encima del gran charco de sudor que ocupa todo el suelo de la celda, patinas, resbalas, las piernas fallan, el torturador trata de reincorporarte, te caes y golpeas primero con la cabeza en la pared y después con el hombro en la base del camastro. Unas manos vuelven a colocar en posición de flexión a la piltrafa que representas, pero no respondes, jadeas, te ahogas, las piernas fallan una vez más y te desplomas sobre el sucio suelo. La respiración entrecortada y acelerada delata tu situación crítica, téc- nicamente estás hiperventilando, pero para ti estás ante tu holocausto final. Notas que el torturador se asusta y eso te asusta a ti aún más. Con la sensación de no querer morir, te abandonan tal cual en el regazo de la señora tortura. Pronto volverán y te exigirán que hagas más y más flexiones, evidentemente no has muerto, no te ha acontecido dicha suerte.

Tu desnudez refleja la indefensión que sientes en todo momento. El sudor empapa de arriba abajo todos los rincones de tu cuerpo. El dolor y el miedo continúan de la mano para ti. La cabeza te va a estallar de tanto golpe, según subes sientes un manotazo de descomunal fuerza en los testículos, mientras bajas la cabeza una vez más es golpeada.

La bolsa se vuelve apretar hasta la asfixia, vomitas sobre ella, objetos rondan tu ano en amagos de inserción, el tímpano vibra ante los gritos aterradores. Te marcan un sitio determinado en la columna vertebral por el que te aseguran que serás infiltrado tras el primer desvanecimiento. Tu futuro es una silla de ruedas, el sida, la muerteŠ Te asfixias, te caes, te vuelves a asfixiar, pierdes la noción de todo, no acaba nunca. Te han asegurado que hoy tocan dieciocho horas seguidas, pero eso ya te da igual, tu cuerpo desnudo y extenuado ha dejado de ser tu cuerpo.

Sabes que la bañera está acechante en alguna esquina próxima, no la puedes ver pero sí presentir. El grado de locura que te han trasmitido es de tal magnitud que en ningún momento dudas de que ése es tu siguiente destino: bañera, electrodos y vuelta a empezar. Deseas que todo se acabe ya, que te metan en esa mugrienta bañera llena de orines, vómitos, mierda, escupitajos y agua sucia, y que como tal, como mierda que te hacen sentir, desaparezcas por el desagüe antes de morir asfixiado.

No ves nada, crees no sentir nada, no sabes diferenciar si vives o yaces muerto, se te ha derrumbado el mundo, nadie te conoce, no conoces a nadie, no eres nada, sólo dolor en su pura esencia, eres sufrimiento, generas desesperación interna, no necesitas que haya nada entre tú y lo que seaŠ

De repente luz, fuerza, no sabes qué o quién es, pero se encuentra dentro de ti, en tu interior, tú lo generas, lo produces, es tuyo, cógelo, agárralo, no lo dejes escapar, arrópate, aunque sea, contigo mismo. Y si no te llega, espéralo, no desesperes, tarde o temprano llegará, porque todas y todos lo llevamos dentro. No desesperes, existe salida. Entre todos y todas po- demos poner fin a esta barbarie. Recuerda que es un túnel atípico, extraño, que se amolda a ti, pero que tiene final. Arrópate y hazle saber al forense todo lo que te esta ocurriendo. Quiérete y no declares contra ti mismo en la declaración policial. Cuidate y cuéntale al juez todo cuanto te haya sucedido y grítale bien alto que ¡¡NO!!.

Perdí la cuenta de las flexiones, de los golpes, de las bolsas, de las amenazas, de los insultos, vejaciones y humillaciones, de las veces que me visitó la torturaŠ pero no perdí la cuenta de ti.

Firmado:Gaizka Larrinaga, torturado por la Guardia Civil en su dirección general de Madrid desde el 2 hasta el 6 de noviembre del 2004»