No vale con estar. No vale con pasar, hay que vivir en un parque. Con los colegas y las colegas, con los que no lo son pero también viven allí contigo. En el parque podías aprender, sin ser protagonista de nada, sólo mirando. Podías ser un pringado como yo y dejar de serlo un poco. En el parque confrontabas temores, rebajabas tus humos, reías, crecías, llorabas. Aprendías que la vida sigue cada día muchos caminos diferentes de los que marcan las señales. Y mucha gente los transita. Conocías gente que se curaba al contacto con otra gente, gente que ya no tenía cura pero podía ser acogida, gente refulgir y peña a la que la vida ha pulido cualquier rastro de brillo.
En un parque construyes recuerdos que llevan pegadas canciones de guerra y camaradería. Esas que hoy te pones fregando para oler a tierra fresca. En un parque los raspones escuecen.. En un parque las ventanas vigilan, y encuentras los setos. En un parque aprendes lo que vale una fuente y que la mejor disposición de los bancos no es la que puso el Ayuntamiento, es la que vosotros decidís. Arrancando y plantando el banco de nuevo. En un parque intuyes que las verjas están para ser agujereadas.
En un parque aprendí todo lo que no me querían enseñar en la universidad. Aunque no tardé en encontrar, también allí, compinches de parques. En la universidad quisieron venirme con aquello de la distinción. Ya ves, que estar ahí significaba algo. Quisieron enseñarme a pensar al dictado. Mi universidad estaba lejos, en el campo. El tren entraba en un tunel y salía en una ciudad separada de la vida real. Pero siempre hay grietas: las trae la gente consigo.
Ahora sigo en una red social, la que permite parrafadas más largas, a gente que lleva a gala SER LA UNIVERSIDAD. Se esconden de la vida tras Gramsci, Foucault y el glosario de términos pedantes. Pertenecen a un partido político, a uno que quizá vote precisamente porque le he perdido el respeto al voto. Porque no cuesta ni vale. Cuando los leo pienso que pasaron por el parque de turistas. Para un botellón o para darse el lote, a lo sumo. Son esa gente que no cuidaba el parque porque no sabía lo que podían extraer de él. Son esa gente que mira a sus compañeros trabajadores de la universidad con condescendencia. Algunos ganan más que ellos, pero ellos apenas se matricularon en el doctorado se compraron un maletín de piel e irguieron la barbilla. Son los que cuando hay huelga en la universidad no van a la asamblea si no es para dar una clase. Venga, que ya lo sé, que no sois todos así. Pero existís cabrones, os veo cada día desde mi puesto de trabajo, y nunca os vi en el parque.
Un parque te vacuna contra los sabiondos. No impide que vayan a ser tus jefes, pero te ayuda a mantenerles la mirada. Entiendes que hay códigos que no se nombran, aciertas si te callas a tiempo, y te ilusionas con la admiración que sientes por otra gente. En un parque aprendes el valor relativo del tiempo. En una noche de parque, que todo lo iguala, te pones en la piel del otro. En una noche de verano, en el parque, conoces el tembleque de ganar en la vida por una vez. Eso es importante, te ayuda a mirar de frente.
En un parque puedes hacerte gregario, sufrir acoso o convertirte en un cabronazo también. Un parque no es un Edén, es un manojo concentrado de vida.
Un parque, o la calle, o la gente, toda la gente diversa. Instalarte en ellos, contaminarte y mancharte. Sólo eso te puede salvar, solo en esos lugares puedes aprender las cosas esenciales de la política y la vida. Al menos es lo que me sucedió a mí. A ser muchos, a escuchar durante horas a gente, a cooperar, a convivir con el conflicto como algo natural, a odiar a la policía y a tener enfrente al bienpensante. Dije política, quise decir decencia.