Sé que este verano he aprendido un puñado de cosas de desconocidos aunque aún no sé cuáles son.
Todas las mañanas, a las puertas del trabajo, una señora mayor (una abuela, diríamos sin saber) lee atenta un volumen grueso en un banco. Debajo de un tilo. Permanece allí horas, primero hasta que la sombra que da el follaje se hace necesaria y, finalmente, hasta que deja de protegerla, momento en el que se marcha con su libro a cuestas. Aunque nunca he conseguido ver el momento en que levanta la mirada de las hojas y abandona su banco.
Una noche de esas que los periódicos nombraron de luna histórica -cada vez son más- vi a un hombre sentado en una silla a la puerta de su casa. Estaba sin camiseta, plácidamente reclinado sobre el respaldo de su silla. Tenía el móvil en la mano pero no lo miraba. Se me antojó el último hombre a la fresca sobre la faz de la tierra. Ni siquiera lo era de aquel pueblo pero, justo en ese momento, bajo la luz de la luna llena, parecía el residuo de antiguas noches de algarabía nocturna en corrillos en todas las calles del pueblo. El tipo, pese a la responsabilidad de ser el último hombre a la fresca sobre la faz de la tierra, parecía sereno. Sacó los cascos del bolsillo y se puso un podcast.
Había vuelto a trabajar y salía de casa de madrugada, en un sucedáneo de naturaleza a 45 kilómetros de Madrid. Camino del autobús, aún de noche, veía gatos saliendo al paso en el camino, distintas especies de pájaros dando brinquitos aquí y allá. Y oía sus trinos, muchos. Solo una señora de la limpieza, que empezaba su jornada, y yo asistimos a la escena en la que la naturaleza ensayaba su revancha.
Había tanto poso de vida, en el banco, a la fresca, de madrugada…que algo habré aprendido, o habré robado, posando la mirada al paso como una abeja en busca de polen.
Últimamente, las causas que me impelen a recuperar las claves de mi blog para dejar por aquí alguna nota son de lo más peregrinas. Hoy fui a responder un tuit de Antonio Hedilla y al darle al botón la antipática red social me espetó que este usuario no permite participar de la conversación a cualquiera; una configuración –dar paso solo a seguidores– que me parece muy razonable, por cierto. Y la verdad es que me gusta lo de ser un cualquiera.
El tuit, al que siguen otros mensajes que conviene entrar a leer, dice:
“Para mí, gente como @Hibai_@Miquel_R o @crendueles son referentes en muchos aspectos. Pero son sus hilos los que me han hecho pensar. Si gente tan respetable escribe en la óptica «no hay un problema», ¿No estamos con el «no pienses en un elefante?”
Son varios los mensajes que estos días han razonado desde la izquierda la necesidad de afrontar el “problema migratorio” para no dejar vía libre a la extrema derecha a la hora de dar respuestas a experiencias vitales que estarían produciéndose en barrios de gente trabajadora. Es fácil buscar las opiniones de los aludidos, que se oponen por razones prácticas o éticas a comprar el marco, como ahora se dice.
En mi respuesta abortada decía algo así como que habrá que entrar a solucionar cada uno de los problemas que haya en los distintos barrios y ciudades de España, pero afrontar el “problema de la inmigración” es aceptar una definición que ya condiciona el debate y, además, crea el propio problema porque la percepción de seguridad es por definición subjetiva y, como tal, muy sensible a la aparición del debate en la esfera pública.
¿Un falso problema? En mi opinión, sí. Rendueles recordaba en el transcurso de la conversación que las encuestas no hablan en general de tal preocupación en España. Y falsa sobre todo porque problemas con la inmigración hay muchísimos y la mayoría tienen a los propios migrantes como afectados: la falta de recursos para la regulación, racismo institucional y popular, carencia de redes de apoyo familiares, burorepresión, abuso laboral generalizado, penuria material…
Si empezamos la conversación aceptando el sintagma “problema migratorio” estaremos relegando a la irrelevancia todo lo anterior. Dando por hecho que la experiencia vital válida, la que merece ser tenida en cuenta, es solo la de los españoles afectados por sus miedos, fundados o no, y no la experiencia de los propios migrantes.
Se puede –se debe, en realidad– entrar a todos los debates y afrontar los problemas concretos, pero en nada ayuda hacerlo dando por sentado el planteamiento de partida de la derecha racista. Porque, no nos engañemos, la islamofobia y el racismo están en la base de estos planteamientos políticos. Con todo el clasismo mal resulto que destilaba la fascinación por el llamado cine quinqui, ¿alguien imagina una moda cultural de masas asociada a la delincuencia juvenil protagonizada por magrebíes?
Si me preguntaran un antídoto eficaz contra el racismo y los pánicos morales nombraría a bote pronto la obligatoriedad para todo el mundo de llevar a sus hijos a centros escolares públicos concedidos por sorteo. Si me preguntaran otro sobre la criminalidad callejera y de baja estofa plantearía la redistribución radical de rentas. Pero no parece probable que este tipo de soluciones se vayan a implementar de hoy para mañana. Habrá que dar, y ya me fastidia, soluciones que pasen por la vigilancia y la intervención social. Afecten estas medidas a un castellano viejo como el hermano de Begoña Villacis o a quien llegó antes de ayer al barrio.
Lo que sí podemos hacer, aunque sea trabajoso, es oponer a la visión racista que, voluntaria o involuntariamente, asimila lugar de origen –y color de la piel– con la peligrosidad otras panorámicas de la experiencia cotidiana que, por la razón que sea, está condicionando menos la opinión de algunas personas. Tus vecinos, el compañero de tu hijo en el colegio, tu mecánico, tu frutero, o la mujer que viaja a tu lado en el tren de cercanías camino del trabajo nacieron en Tánger o en República Dominicana…
…aunque a lo mejor no, a lo mejor hay una parte no desdeñable de gente con miedo a entes que no se corresponden con personas con las que conviven. Hace un tiempo leí un estudio que bajaba bastante al detalle en el ámbito europeo y planteaba con datos la hipótesis de que era más acusado el aumento de percepción de inseguridad y el voto a la extrema derecha en barrios de clase media que lindaban con otros barrios con gran composición migrante que en estos mismos barrios. El privilegio de escribir un post en mi blog y no un artículo serio me permite la inexactitud de hablar de memoria y, en todo caso, creo que las casuísticas serán distintas en unos lugares y otros. Sin embargo, tampoco parece descabellado pensar que este mecanismo social de frontera suceda a menudo –todos hemos conocido a gente atemorizada “de oídas”– y tenga que ver con la experiencia subjetiva que construye la sensación de inseguridad.
Lo llevo a lo personal. La semana pasada asistí a una reunión de vecinos en la que salió por enésima vez la posibilidad de instalar cámaras de vigilancia en el edificio. Las distintas posiciones de los vecinos, que ya conocemos desde hace quince años, no han cambiado sustancialmente desde la primera reunión, a pesar de que los partidarios de la seguridad siempre insisten en que “el barrio es cada vez más peligroso”. Nunca me burlaría de los fantasmas personales de mis vecinos y vecinas a los que volver a casa de noche les da miedo. Yo mismo tengo, seguro, mis propios fantasmas. Pero no sería razonable admitir por ello, con la experiencia real del vecindario sobre la mesa, que en nuestro entorno exista un problema de seguridad importante.
Pero podría suceder que sí lo hubiera, claro. Que, por ejemplo, campara por allí una panda de chavalines que, calcados a los de nuestras pesadillas colectivas, se dedicaran a atracarnos a punta de navaja. Esto sucedía mucho cuando yo era un adolescente y apenas había migrantes en España, por cierto.
Y podría pasar que esa banda estuviera integrada por chavales cuyos padres vinieron en algún momento a España desde otro país. Serían, en ese caso y citándome de más arriba, hijos de “tus vecinos, el compañero de tu hijo en el colegio, tu mecánico, tu frutero, o la mujer que viaja a tu lado en el tren de cercanías camino del trabajo”. También sería posible que los chavales de la hipotética pandilla fueran hijos de otros vecinos cuya familia, simplemente, fuera migrante un poco antes. Gente a la que alguien, quizá, aplicó la versión del problema migratorio propio de su contexto. Murcianos en Barcelona, paletos en Madrid o gitanos en cualquier otro lugar.
Estoy absolutamente de acuerdo con Antonio Hedilla en que hay que entrar siempre al debate, pero necesitamos hacerlo desde una perspectiva ética y política que no reduzca a nuestros vecinos de origen migrante a seres subsidiarios de nuestras percepciones. Que no reduzca su agencia y su humanidad porque ese es el camino que allana cualquier ofensiva contra un otro. No son buenos tiempos, dicen, para apelar a las explicaciones racionales, pero tampoco podemos renunciar a, sencillamente, acudir a la verdad. Enunciemos nosotros los debates y mediemos con ellos en las percepciones de la gente.
Ayer, en la dehesa, el viento acariciaba, sutil, ingrávido, la piel.
Los tallos de las flores –todo era flores– cimbreaban insumisos
y paré a contemplar la rima de su danza con el vuelo lento,
espasmódico, de las mariposillas que emergían y se ocultaban
entre las briznas de hierba. Cómo descifrar un ritmo pulsado por la brisa.
Sin rastro de las vacas en la primavera, en la dehesa de arriba
uno se creía espacial, pensaba tenerlo todo para sí,
pero se afirmaba importante al constatar que estaba acompañado,
al sentir la carne verde bajo los pies en los caminos del deseo,
la vida bajo la hierba en las veredas rebeldes, abiertas al paso.
Ayer, se habían retirado las hélices amarillas de las crucíferas
que con su noble cuello de jirafa se alzan orgullosas
pioneras de la primavera. Cobijan al resto de flores, las esconden
a sus pies. Ahora es todo color en movimiento, sarampión de vida.
Sangre nueva, sol exprimido, carne de fruta blanca, destellos de seda.
Todo ocupa su lugar en el carrusel asíncrono de la dehesa en primavera.
Solos las hormigas, todas a una, desfilan con cadencia de metrónomo.
Solo las montañas, abrigadas por las nubes, permanecen inmóviles.
Todo lo demás se mueve y, arriba, la rapaz enhebra el cielo sabio.
Los conejos, invisibles, se dispersaron como gotas de tinta en la tormenta.
Y el Peñón, con su perfil de ogro bonachón emergiendo
de la tierra, trata de permanecer impávido. El Peñón, donde desgasté
las rodillas y hoy lo hacen mis hijos, aguanta cosquillas de la flor de jara
nacida de sus arrugas, de los dedos huesudos de las encinas mecidos
por el viento, de los piececitos de los niños saltando punzantes en su cresta.
Aguanta la risa el Peñón, no explota en carcajadas, pero se escapa una sutil
risa ahogada, contagiosa, un brote infusionado de inmediato en el ambiente:
el del grillo pertinaz, el susurro siseante del río Guadarrama, los acordes de trinos,
besos allá arriba entre las ramas, el quebranto lacerante de los coches
en la carretera, cercana, recuerdo de tu humanidad (como oírte respirar hondo).
Ayer por la mañana, en la dehesa del Soto, en Guadarrama
Hoy a las 11 de la mañana ha salido a hablar públicamente el presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Su comparecencia tenía lugar después de que hace cinco días hiciera pública una carta abierta en la que explicaba que estaba pensando dimitir por los efectos personales producidos por la persecución judicial de la extrema derecha hacia su mujer, Begoña Gómez. La agenda política del país quedaba congelada y, durante el fin de semana, habría un par de convocatorias de militantes y defensores –al menos en este momento– del presidente.
La idea de que la cosa iba en serio fue cundiendo cada vez más en la opinión pública, guiada por distintas confidencias hechas por “sus círculos cercanos” a distintos periodistas. Quien más, quien menos, tenía dibujado su plano del futuro inmediato: gobierno transitorio, moción de confianza, anuncio de una batería de reformas profundas del aparato del Estado para luchar contra el lawfare…Al final, Pedro solo ha dicho que sigue. En cada barrio un grito de alegría distinto de fondo. Con lo anterior, pongo en situación al lector casual del futuro. Al fin y al cabo, hoy, toda España estaba al tanto de los pormenores y pendiente del televisor.
He leído varias veces estos días lo poco que importaban las verdaderas razones del presidente, si lo movía la quiebra de su esfera personal o el tacticismo político que se le presupone, porque lo verdaderamente relevante era el efecto: haber puesto sobre la mesa un debate inaplazable. Siguiendo la misma lógica, se podría decir que da lo mismo el grado de sinceridad de la maniobra por otros motivos. Independientemente de los pesos relativos de cada una de las razones que le han movido a hacerlo, es evidente que se ha producido un cierre de sus filas y de gran parte de las de sus socios –el pueblo del gobierno de coalición, le están diciendo–.
Entre las reacciones más habituales que he encontrado dentro del círculo vicioso que conforma mi campo de visión en las redes sociales, destacan la comprensible alegría (que comparto) por no vernos sumidos en un nuevo abismo electoral y la apelación jocosa a las lágrimas de facha. Una manifestación que rima con otras frecuentes dentro del campo de la izquierda federal (ahora se ha puesto de moda llamarla así, es más corto que la izquierda del PSOE y está menos sobado que la izquierda post 15m), que vienen a afirmar que Pedro es el puto amo. Pedro, al que no votan (aunque los resultados electorales dicen que alguno sí debe hacerlo), el jodido Perro, les ponía cachondos porque siempre era el del gif que sonreía súbitamente y ahora, que se ha mostrado como un ángel fieramente humano, les ha terminado de enamorar.
El problema del estado de enamoramiento en este caso no es tanto que haga perder la razón como que hace entrar en razón. En razón de Estado, en los límites de lo razonable y en la socialdemocracia asumida. Hasta en la movilización: por amor a la democracia, decía la convocatoria del domingo en Madrid; un idilio que, en ausencia de adjetivos y en el contexto del periodo de reflexión de Pedro, se agotaba en el gesto de afecto plebiscitario al presidente, por más que algunas voces quisieran explicar que se trataba de desbordar la manifestación en clave regenerativa. Otra vez la lógica realista del párrafo anterior: era la intención de algunos de los asistentes, pero no parece que sus motivos hayan salido en la foto.
A estas alturas del texto queda claro que mis palabras tienen sentido en un espacio político situado a la izquierda del PSOE, ¿no? Líbrenme los dioses de cualquier panteón de decirle yo a la gente de quién se tiene que encoñar. Pero creo que, dicho a la feminista, es necesario entonar de vez en cuando el amiga, date cuenta si quien tiene obnubilado a tu colega le arroja rodando por las escaleras de la política sociata que siempre odió y, a cambio, le mantiene emporrao con el elixir de las lágrimas de facha. El del regocijo moral como victoria, el mal menor fotogénico como antesala del voto útil y la democracia de élites como utopía vivida. Hazme caso amigo, rompe con Pedro, no te conviene; a no ser que tu amor sea realmente profundo y puro, en cuyo caso deberías dejar de justificarte y tirarte a la piscina del PSOE y nuestra democracia total.
Veo los ataques islamófobos de personas del entorno de VOX y de los último que me entran ganas es de analizar su discurso. No niego la importancia de entenderlo, pero consigue mover pasiones más primarias en mi interior. Me afecta. Realmente me afecta, como lo hizo aquella campaña criminal contra los menores tutelados de 2021. Entonces ponía cara en mi mente a compañeros de origen migrante que viven en residencias y que comparten colegio con mis hijos. Su figura en mi cabeza era tan real que sentía el calor de su aliento. La rabia me descomponía por dentro.
Cada vez que esos malnacidos seleccionan un suceso con un protagonista magrebí y lo agitan en redes pienso en las consecuencias que su teatralización puede tener sobre personas con las que, en mayor o menor medida, he compartido momentos. En, Sidi, Anás, Shamira, Mohamed, Habiba, Chaima, Anwar, Karim…de nuevo, algunos compañeros de clase, amigos de mis hijos, con los que celebran cumpleaños.
Poco importa si se trata de verdades o mentiras. Como aquella que lanzó Santiago Abascal sobre el asesinato de una mujer en Tirso de Molina, cuyo asesino comía jamón (qué repugnantemente banales resultan las respuestas en redes sociales de quienes jalean los mensajes islamófobos). El sinvergüenza esgrimió haberse fiado de la información errónea de un medio. Lo que no explicó –y casi nadie se percató– es que no era un medio sino su medio. Gazeta es hoy en día el aparato informativo de la Fundación Disenso (think tank de VOX). Contiene un órgano de trabajo ideológico del partido donde estos días desgranan la idea de Hispanidad de Blas Piñar o publican artículos islamófobos, como este libelo nazi que afirma que no podemos acoger refugiados palestinos –como si pudieran salir del infierno– ni magrebíes, porque su cociente intelectual es bajo y perjudicaría nuestra carga genética. De verdad, así de repugnante es.
Nunca he creído que el calado ético de unas ideas deba juzgarse desde el plano personal. Que yo haya conocido, o no, personas árabes no las hace peores ni mejores. Son ideas rechazables en sí mismas. Me recuerda un poco a aquello de “¿te gustaría que trataran así a tú hija?” No, pero no necesito tener hijas para ser consciente de que el machismo, como el racismo, no es motivo de diálogo porque pertenecen al ámbito de los mínimos de la ética y la convivencia.
Sin embargo, sin ser argumento de nada, poner caras, nombre y aliento puede ayudar a quebrar la deshumanización y la otredad con que el fascismo caracteriza a nuestros vecinos. Cuando pienso en el aserto del programa electoral de VOX “inmediata expulsión de todos los inmigrantes que accedan ilegalmente a nuestro país” pienso en todas las personas sin papeles que he conocido y conozco, algunos amigos íntimos míos otros, de nuevo, de mis hijos o de mi pareja. Y resuelvo, con cierto optimismo antropológico, que solo el desconocimiento de su humanidad puede explicar, en muchos casos, la expresión de indiferencia y rechazo hacia ellos.
Por ello, prefiero dejar que analicen otros. Sus resabios de Nouvelle Droite son tan obvios como su nacionalismo español nativista; como su ideario autoritario, su recurso a la hispanidad –iberosfera, le dicen– y la pátina franquista de racismo cultural. Acorde con ello, llevan a gala el rechazo del islam por ser incompatible con nuestras costumbres y la preferencia por –permítaseme la pequeña provocación– emigrantes de las antiguas colonias españolas de ultramar. Pero es mentira, he escuchado con mis propios oídos a los prebostes de VOX clamar en una plaza de mi barrio contra los vecinos latinos, asociándolos con la delincuencia, las bandas y a la violencia sexual. Dándole vueltas a la misma manivela de esparcir pánicos morales que emplean con los vecinos de origen árabe.
Por ello, también, dejo aparte el análisis para anteponer el rechazo, el necesario asco y la confrontación. No estamos aquí para discutir sobre la dignidad de nuestros vecinos nacidos al otro lado del Estrecho (o aquí, pues la prueba más clara de su racismo exacerbado es que les da igual si ya nacieron en España). Tengan o no papeles, conozcamos sus nombres o no, estamos obligados éticamente a defenderlos de personas que son, a todas luces, peligrosos por su podredumbre ética.
Recientemente, han aparecido dos libros sobre la llamada Operación Chamartín (hoy Madrid Nuevo Norte). De Operación Chamartín a (Prolongación de la Castellana-Castellana Norte-Madrid Puerta Norte) Madrid Nuevo Norte, de Jesús Espelosín; y La Operación Chamartín, una losa para Madrid, un volumen colectivo coordinado por la Comisión de Ordenación Territorial de Ecologistas en Acción de Madrid.
Este último colectivo me ha invitado a moderar un acto esta misma tarde que pretende poner a dialogar ambos títulos, con la presencia de Espelosín y Aurora Justo, una de las autoras del libro de Ecologistas.
Se trata de que el evento sea liviano y quede tiempo para el debate, así que me he propuesto pasar inadvertido. En todo caso, tengo que hacer una introducción de unos cinco minutos. No sé qué quedará de estas palabras luego, pero me he escrito una pequeña intervención para ordenar las ideas que dejo por aquí.
P.S.: en 2017 moderé otro acto sobre la Operación Chamartín, aquel organizado por el Indtituto DM. No había visto hasta ahora el vídeo, en el que salgo con más fino y con más pelo.
Resulta un poco obvio explicar a estas alturas qué es la Operación Chamartín, y sus sucesivas encarnaciones, ante un público que presumo bastante iniciado en el asunto. Pero a la vez pensaba que, paradójicamente, para la mayoría de los madrileños no es algo tan conocido más allá del enunciado. Y es que, como si de Cuéntame se tratara, las diferentes temporadas de la serie, con cambios ligeros en las tramas y en los personajes secundarios, han ido dando contexto al desarrollo neoliberal de la ciudad y su política municipal, pero el público desconoce mucho de lo relativo a sus productores o guionistas.
Entonces, a lo mejor conviene partir de un enunciado sencillo de la trama para luego entrar en las complejidades a lo largo de la sesión.
Hablamos de cómo una enorme cantidad de suelo, mayoritariamente público (la mitad de Adif, pero también el Ayuntamiento, el Canal, la EMT o Correos hasta llegar entorno al 75%), queda ligado en su destino urbanístico a un agente privado.
Si hacemos memoria, recordaremos que todo comenzó con un concurso de RENFE para soterrar las vías de la estación en 1993. Seguramente, poca gente se acuerda de que un año antes Madrid presumía de capitalidad europea de la cultura, tratando de sacar cabeza ante el protagonismo de Barcelona y Sevilla. Se había inaugurado la nueva estación de Atocha de Moneo y empezaba el ensanche de la ciudad a través de los conocidos como PAUs. Estábamos entrando de cabeza en el paradigma internacional de ciudades en competencia.
Los que tengan menos de 31 años no habían siquiera nacido, en torno a un 20% de los habitantes actuales de la Comunidad de Madrid. Seguramente, muchos de ellos no conciben la posibilidad de existencia de una banca pública, sin saber que antes de ser absorbida por BBV existió una entidad de esta naturaleza, Argentaria, que fue la que ganó el concurso público de Renfe aquel año.
Han pasado ya 30 años, y los espectadores ocasionales no tienen claro si habrá o no nuevas temporadas de la serie y si esta seguirá alargando, como en un culebrón, su final.
En redes sociales les llegan publirreportajes sobre urbanismo feminista, verde y sostenible. Escucharon del alcalde que Madrid que habrá un nuevo distrito llamado Financiero; estas mismas semanas se habla de Las Tablas Oeste, el primer barrio de Madrid Nuevo Norte; se quedaron atascados en la reforma del nudo norte y son conocedores de que la estación Chamartín-Clara Campoamor está siendo reformada. Se supone que esta última era la razón de ser inicial de la operación.
Sin embargo, hasta dónde sé, el suelo objeto de la operación de Madrid Nuevo Norte sigue sin haber cambiado de manos a día de hoy. Entonces, ¿ha empezado o no la Operación Chamartín o no? Es una trama un tanto liosa.
Acabo mencionando algunos de los números de la operación:
–Pueden ser números naturales bajitos, simples, pero que en su pequeña dimensión alcanzan mucha gravedad: 5 prórrogas con las empresas durante estos años siin que se haya convocado nuevo concurso público.
–Los números pueden ser ordinales. Ser el la primera actuación urbana en España que se desarrollaría a través de una concesión a un operador privado, por ejemplo.
– Pueden ser cifras que crecen sin parar, dibujando grandes pendientes en las gráficas: todos los hitos en estos 30 años han aumentado la superficie edificadora del ámbito (salvo en el amago de recuperar la iniciativa urbanizadora municipal en 2016, con Ahora Madrid). Desde 650.000 metros cuadrados de 1993 a los actuales 3.356.000
–Pueden ser números que sin ser negativos en su definición matemática lo sean por su impacto social (o carencia de la misma): actualmente se habla de 10.500 viviendas (solo 2100 no libres)
–No entraremos todavía en la cronología jalonada por los dígitos que nombran ya más de tres décadas porque nos llevaría mucho.
Pero más allá de los aspectos cuantitativos que revelan estos números, seguramente tienen aún más calado los aspectos cualitativos.
De unos y de otros vamos a debatir ahora a partir del diálogo entre estos dos magníficos libros que se complementan para acercarnos a esa realidad un tanto críptica que es la Operación Chamartín –en el metaverso, dice Jesús–.
Un libro, el de Espelosín, que retoma su trabajo anterior sobre el tema en 2011 y se construye como una minuciosa reconstrucción de la intrahistoria política. Y otro, el de Ecologistas, que es también un trabajo muy técnico en el que late en cada capítulo la lucha por el derecho a la ciudad. Contestación ciudadana sin la que, por cierto, no contamos con la narración completa de estos treinta años.
Algunas direcciones no las recuerdan ni quienes viven en ellas y otras se convierten en estandartes. A ninguna llegan ya cartas, a no ser las malas noticias del casero. Es lo que les sucedió a los vecinos de Tribulete 7, en Lavapiés. Como a otros tantos bloques devorados por la financiarización de la vida.
Pero en este caso sus vecinos, de la mano del Sindicato de Inquilinas e Inquilinos, han conseguido plantar caro a la SOCIMI de sus pesadillas y saltar a la esfera pública como uno de esos ejemplos que son capaces de poner temas sobre el tapete y alimentar el necesario resentimiento social colectivo para cambiar las cosas.
El sábado pasado montaron una fiesta con caras conocidas (unas por todos nosotros y otras por el barrio, las dos suman mucho a su manera). Hubo música y, sobre todo, energía colectiva. Hoy se han ido los activistas a la junta de accionistas en la que se puede producir la venta del edificio con sus 54 viviendas y no sé cuántas vidas dentro. Baile de corbatas y proclamas del que depende la vida de muchos vecinos de Lavapiés.
Hace mucho que no escribía un post con n continuará. En este caso se traduce en expectación y esperanza. Prometo actualizar.
Recuerdo que fue a Elena Cabrera quien le vi hace años hacer los así se hizo (making of) de algunos de sus artículos en el blog. Me pareció entonces una idea maravillosa, un meta-texto impagable para conocer al autor, imaginar el proceso de escritura y, de alguna manera, enriquecer la información. Chafardeo, cercanía y complicidad. Imagino que también es una forma de aclarar las ideas del escribiente (en realidad, el blog personal es en esencia una libreta para situarse).
Hace años que sigo en redes a Madrid Art Street Project, una empresa que se dedica a hacer proyectos relacionados con arte urbano. A Guillermo le conocí en un safari urbano que le encargó mi amigo Arturo hace la tira de años como fiesta de despedida (se iba a USA unos tres años y allí sigue, tan lejos y tan cerca). Con Arturo, Mary (su pareja) y el resto de los que estábamos en Somos Malasaña en ese momento, montamos Persianas Libres (lo trajo Antonio), que fue el antecedente de Pinta Malasaña…que organiza el mismo periódico junto con MASP. Aunque yo me desvinculé del evento por razones de tiempo, viví muchas jornadas y eché una mano, sobre todo en las primeras ediciones.
Me fui lejos, pero vuelvo. El caso es que una de las entradas de Instagram de MASP llamó mucho mi atención: textos de una artista (Anäis Florin) sobre tela verde de toldo. Con lemas vecinales y rimas compuestas por chavales del barrio de San Cristóbal de los Ángeles (Villaverde) en un taller de la rapera local Erika Dos Santos.
Pedí el teléfono de Guillermo a mi compañero Diego y traté de hablar con él, pero –no preguntéis por qué– el contacto no funcionaba, así que me dirigí a ellos a través de Instagram.
Concerté una cita telefónica con Diana (su socia) para una entrevista. Estuvimos hablando un buen rato (grabé la conversación, como es habitual, solo para documentarla) y me puso al tanto del contexto. La obra está hecha en el Festival Circular, que hacen cada año en San Cristóbal. Me gustó mucho la reflexión que destila la propuesta: diálogo con la asociación del barrio, respeto con sus muros, obras pensadas específicamente para estar en el barrio y servirlo –los artistas conviven dos semanas allí–, utilización de una escala humana del arte, no invasiva, hecha con materiales reciclados…Podéis ver mucho en la web. Decidí entonces, sobre la marcha, usar en la primera parte del artículo los toldos de Florin como pie y hablar sobre el festival en la segunda…
…pero el certamen fue hace casi dos meses, ¿seguía siendo pertinente hablar sobre él en prensa? Sí, pero el enfoque requería explicar por qué la propuesta tiene vocación de integración en el paisaje habitual de San Cristóbal y cómo, significativamente, las obras son respetadas por los pintores locales.
Recuerdo también que mientras escribía pensaba que sería interesante hablar con Erika Dos Santos (ojalá con alguno de los chavales también) y con la gente de la asociación vecinal La Unidad…”si lo necesito ya se lo pido a Diana por WhatsApp”, pensé.
No quería pillarme los dedos porque, para que engañarnos, mi tiempo es limitado y preciso cerrar los temas en una horquilla prudencial. Lo que tenía claro es que no lo iba a escribir sin acercarme a San Cristóbal de los Ángeles, donde no había estado nunca. He estado muchas veces en Villaverde y paso muy a menudo en tren. Los atardeceres en sus afueras desde el cercanías son los más bonitos de Castilla. Me peleo con quien sea por esta afirmación. Pero nunca había estado en San Cristóbal y nunca escribo de un lugar sin pisarlo.
Lo primero que pensé al pasear por allí fue, “me recuerda al Poblado Dirigido de Fuencarral”. Efectivamente, el barrio más al sur de Madrid y uno de los que se encuentra más al norte albergaron esta experiencia urbanística del franquismo. Entré en un bar, caminé por San Cristóbal, por la gigantesca plaza del Pinazo que alberga su vida, por el parque…Hay muchas cosas que no caben en el artículo, pero, espero, contagian la descripción de alguna manera. Si no, es una mañana que me he llevado.
No menciono, por ejemplo, la Parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados y San Lucas, situada en un lugar central, como solía suceder con la planificación franquista. En su forma prismática y sus vidrieras sesenteras, me pareció preciosa. Como diseñada para Los Supersónicos. Sí comento, pero daba para mucho más, la gran chimenea coronada por un nido de cigüeña, que se conserva de una fábrica de ladrillos anterior al propio barrio. Sobre ella y la medida en la que es recuerdo de los días siguientes al golpe de Estado franquista en el sur de Madrid habla este texto de un viejo maestro en un cole del barrio.
Luego, ya, escribir. Siempre es un ejercicio de soldadura entre lo visto, la documentación y lo que te han contado. Espero que os guste.
Hacía años que no tenía uno de esos momentos emocionantes de la internet que implican rumiar un proyecto en la cabeza, dejar que macere y las piezas del puzle vayan empujándose las unas a las otras hasta (más o menos) encajar y…comprar un dominio. Vamos, que me he abierto un blog. Uno que no compite con este personal (espero que tampoco lo haga en irregularidad) y que, en realidad, no es del todo un blog. Me explico.
Aunque de momento el proyecto es solo mío, nace con vocación de llegar a ser lo suficientemente atractivo como para poder liar a otras personas en la labor de alimentarlo.
Se llama Plebeyx y está planteado como micro-medio sobre la ciudad, lo urbano o como queramos llamarlo (en sentido amplio), bajo la condición de que el centro de todas y cada una de sus entradas publicadas esté en la gente. Esto implica que no hay noticas sobre rectores de la ciudad e intentará huir de lo excesivamente técnico y elitista. En consonancia con esto, el tono no será tan de blog, en principio. ¡Ah! Y por primera vez, los contenidos no serán exclusivamente sobre Madrid, aunque no puedo prometer que esté completamente descentralizado por una mera cuestión de acceso a la realidad (a ver si pronto hay más gente y es de otros sitios).
Como no es, ni quiere llegar a ser nunca, un proyecto profesional y tengo otros que sí lo son y absorben casi todo mi tiempo, Plebeyx nace como un divertimento sin exigencias donde volcar en unas pocas líneas cosas que leo. Por eso, la mayoría de las entradas serán breves, salvo que hayan implicado un esfuerzo un poco mayor.
Bien, la ciudad, pero, ¿qué temas trata Plebeyx? El diseño de secciones inicial incluye las siguientes:
–Ciudad: un cajón de sastre que abarca temas como movilidad, gentrificación, segregación, urbanismo centrado en las personas, luchas por el espacio público, etc.
–Movimientos sociales: esta categoría, creo, se explica por sí misma
–Palacios del pueblo: esta expresión robada al sociólogo Eric Klinenberg se refiere a lugares de sociabilidad donde se construye, como bibliotecas, huertos urbanos, parques, Centros Sociales Okupados, espacios vecinales…
–Vecinas: iniciativas vecinales no encuadradas en movimientos organizados
–Genealogías: acercamiento a lo urbano desde la historia y las ciencias sociales
–Artes: cómo la creatividad dialoga con la ciudad, desde el arte urbano al cine pasando por la música, etc.
En un texto de la página he explicado esto mismo y he incluido unas palabras que sirven de línea editorial: “quienes escribimos asumimos unos valores muy básicos que hacen de Plebeyx un medio que quiere ser libre de clasismo, racismo, machismo y cualquiera otra opresión. A la vez que asumimos un compromiso por una sociedad más justa en todos los sentidos posibles”
Eran los tiempos del todo es ETA, de Mayor Oreja y el juez Garzón extendiendo a través de los poderes del Estado la doctrina de la contaminación, que llevó a que la lucha contra la banda armada convirtiera la atmósfera de este país en veneno. Cualquier matización, intento de poner contexto al conflicto o, simplemente, querer romper el siniestro pacto social por el que cualquier conversación tenía que comenzar con una condena, te convertía en entorno, en terrorista.
Muchos fueron los que en Euskadi lo vivieron de forma catastrófica para sus vidas, aquí solo nos trajo mal sabor de boca y la constatación de que una consigna puede calar a través de los medios de comunicación, y lo que en aquella época llamábamos pensamiento único, en los poros de la cotidianidad hasta convertirse en la realidad misma.
Este tipo de mecanismos de aprendizaje colectivo trascienden a su momento histórico, quedan prendidos en las personas y son transmitidos por ellas de nuevo. Por eso, ver estos días la exigencia furibunda de condena pública de los asesinatos sobre población civil israelí por parte de Hamás hace recordar aquellos malos tiempos.
Un automatismo siniestro que sigue vigente después de que Israel lleve ya varios días bombardeando población civil y pasándose por el forro de sus pantalones militares la legalidad internacional. La Unión Europea comienza sus deseos de que no se vulneren las leyes de la guerra con una firme condena al terrible ataque de Hamas contra población civil. Deseos de que no suceda algo que ya sucede por un lado, condena firme por el otro. Es solo un ejemplo de lo que estamos viviendo.
Como entonces, una condena a todas las violencias confluyentes no vale, por más que vaya seguida de largas explicaciones. No. Una condena que no sea en los términos exigidos por el sistema equivale a una declaración de culpabilidad. Y los términos exigidos se agotan en la palabra condenamos, cauterizada con un punto final.
Por esto mismo, por la exigencia a una rendición anticipada, no vamos a seguir repitiendo la frase “condenamos el terrorismo de Hamás” antes de cada frase: porque es la manera de zanjar el asunto de la misma forma cruenta e ineficaz que llevamos utilizando los últimos 75 años. Pero, si quieres, hablamos.