Barrionalismo se presentó por primera vez en la Casa de la Cultura de Chamberí, el 22 de octubre de 2018. Estuvieron allí amigos, familia, curiosos y gente del colegio. El mismo día, en la sala contigua, había unas jornadas sobre patrimonio de Chamberí y, mientras recogíamos los bártulos, entraban vecinos a jugar al ajedrez y a gestionar los asuntos de su grupo de consumo. La presentación la organizó el AMPA del colegio de mis hijos, que es una de las muchas entidades que participa de la Casa de la Cultura. En la mesa me acompañaba Gonzalo, que era entonces nuestro presi, y yo adapté la intervención al contexto del cole, la plaza que hay allí y la Casa de la Cultura. Si aquello no es barrio…
Allí mismo teníamos las reuniones y asambleas del AMPA. En la Casa de la Cultura hemos organizado charlas sobre educación y hecho distintos talleres con los críos del colegio. Por iniciativa de un padre del centro, compramos una mesa de ping-pong para dar clases gratuitas y nuestros pequeños se han beneficiado de las clases que imparten desinteresádamente chavales de instituto. Aunque no lo sé con seguridad, imagino que alguna familia del colegio habrá comido mejor gracias a la despensa solidaria que tiene en la Casa su sede.
La Casa de Cultura y la Participación Ciudadana de Chamberí –así es el nombre completo– es un espacio ciudadano autogestionado por asociaciones y colectivos sociales de Chamberí, que hacemos un uso compartido de un local municipal cedido a la iniciativa social. Tal cual, de su web.
Hace cuatro años, el local era una gran escombrera interior abandonada y se llevó a cabo un proceso de licitación entre asociaciones que fue ganado por una pléyade de colectivos diversos del distrito, precisamente, por la pluralidad y diversidad de su propuesta. Estos años de intensa actividad no han hecho sino corroborar que la premisa no era de cara a la galería: donde comenzaron 16 colectivos anidan ahora 24, que solo son, además, el esqueleto del cuerpo social creado bajo el techo de la Casa.
Ahora, termina la concesión de cuatro años –por cierto, en principio prorrogables por otros cuatro– y la Junta Municipal de Chamberí ha instado a los moradores de Casa a largarnos, sin tener ningún plan alternativo para el espacio ni querer valorar la respaldadísima petición de prórroga.
La última. El Concejal presidente de Chamberí ha declinado que hoy se escuche la voz de la Casa en el Pleno. Pero la va a tener que oír, pues se ha convocado una concentración de apoyo a las puertas de la Junta. Para situar a quienes me leen desde fuera de Madrid: la Junta de la foto de la placa de Largo Caballero destrozada a martillazos; el concejal que ayer mismo se dio un bañito de redes con la frase “a mí me gustan más las femeninas que el feminismo”.
Y sí, también hemos hecho cosas que ellos consideran de rojos, que, no nos engañemos, es la razón primera por la que quieren chapar el chiringuito. Sin salir del ámbito de nuestra AMPA: hemos organizado cuidados colectivos para las familias que decidimos objetar de las de pruebas de nivel externas, que hacían huelga educativa o participaban en las jornadas del 8-M. Los mismo que el huerto de Antonio Grilo en Malasaña, EVA en Arganzuela o La Gasolinera en La Guindalera, todos espacios cerrados o amenazados por el actual Ayuntamiento.
Durante el anterior confinamiento, los servicios municipales se vieron desbordados a la hora de atender a la población en apuros y los políticos acudieron a las redes vecinales, dándole una orientación nueva al sobeteado mantra de la colaboración público-privada. En aquel momento la Casa de la Cultura, que ya había colaborado antes con Servicios Sociales y otras instancias públicas, estuvo.
A Begoña, a Isabel y a José Luis no se le cayeron de la boca las palabras elogiosas sobre el esfuerzo vecinal –como de nuevo sucedió durante la última nevada, tras un nuevo colapso del raquítico cuerpo público de Madrid–. Sin embargo, a menudo había un matiz en sus palabras que se antoja central. Apelaban a la agregación de individualidades, cuando no directamente promovían asociaciones voluntariosas, surgidas para la ocasión. Paralelamente, tiraban del tejido preexistente en los barrios porque, sencillamente, era la única red capaz de amortiguar las hostias del personal.
La autoorganización es inténsamente política. De ella derivan prácticas que, en el camino, enseñan a hacer en vez de pedir, a tomar la palabra tras escuchar, a hacer juntos en lugar de competir… Sobreviviendo a sus límites y a las tensiones ocasionadas por estar abocados a decidir constantemente, robustece los lazos vecinales, además de resolver los objetivos concretos para los que se creó esa asociación de personas. Porque un espacio autoorganizado puede funcionar, o no, no lo perdamos de vista. Y la Casa de la Cultura funciona.