Uno de los mantras del discurso sobre el espacio público es la falta de espacios para la convivencia. Plazas, en un sentido casi más filosófico que urbanístico, si es que ambas cosas se pueden separar. Mucho menos se habla de la ausencia de lugares para el conflicto, siendo como es éste un ingrediente necesario contra la esclerotización de cualquier sociedad y para la oposición a las estructuras de dominación.
En primera instancia podríamos decir que ambas faltas son casi lo mismo: los espacios de desempeño de fricción social son el abono para la política. La plaza, de nuevo, donde cabe el desencuentro con nuestros semejantes y también la toma de postura común –política- contra el poderoso. Probablemente algunas de las conspiraciones antagonistas más audaces se habrán forjado en la cadena de montaje, la cafetería de la universidad o el patio del colegio.
Lo interesante de poner el acento sobre el conflicto es desenmascarar, también semánticamente, el telón discursivo que impide pensar en el conflicto como instrumento de cambio social.
La ciudad, pretendidamente de clase media y desconflictivizada, precisa del control y la represión. Son bien conocidas las teorizaciones sobre el desarrollo capitalista de la ciudad desde la reforma de Haussmann en París. Bulevares amplios para evitar barricadas y lanzamientos desde las ventanas, vías rápidas para el tránsito de mercancías. No insistiremos en ello.
Delegamos la gestión del conflicto en el Estado y en otros mediadores. Si tenemos que decirle al vecino que acabe ya la fiesta lo haremos hoy a través de un policía. Cada aspecto de lo que se puede hacer o no en la calle está reglamentado en nombre del civismo y la convivencia. Recientemente ha salido en prensa la intención de poner un límite de velocidad a los peatones en Madrid y, en general, las Ordenanzas Cívicas se aparecen como uno de los más acabados instrumentos de control social de baja intensidad, íntimamente relacionadas en la cadena panóptica con leyes abiertamente represivas como la llamada Ley Mordaza.
La ciudad diseñada como un continuo para la circulación niega el espacio público. De convivencia y conflicto. Un elevado porcentaje del espacio urbano está hoy ocupado por vías para la circulación rodada, y las aceras están hechas a imagen y semejanza de las carreteras. El coche es un espacio para el encontronazo sí – bajaremos la ventanilla e insultaremos- pero no para el conflicto entendido como un hecho social desarrollado, que incluye negociaciones, rechazos, concesiones…Por las aceras se circula como por una cañada cuyas únicas postas son los distintos espacios comerciales al paso. Un desconocido que te habla en la calle es un loco. El running ofrece, como última moda masiva, una buena metáfora de nuestro transitar autista, mercantilizado y presuroso. Con los cascos puestos.