En mi última visita a Berlín pude comprobar admirado como familias y grupos de amigos extendían sus mantelillos de cuadros sobre cualquier esquina de césped despejada de un parque público. Allí había grandes contenedores metálicos para dejar la porquería, proliferaban parrillas portátiles para torrar las brasburgs y neveritas cargadas de cerveza. Me pareció todo…tan mediterráneo.
Aquí beber en la calle es ilegal ya hace tiempo, y ahora quieren, leo, modificar la Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana para que el botellón se convierta en falta grave, lo que implica que las multas por beber en la calle podrían ascender hasta los 30.000 euros.
En el mismo paquete irían la desobediencia y la falta de respeto a la autoridad, el llevar la cara tapada – del motín de Esquilache al de Anonymous, ya lo estoy viendo – o la perturbación del orden público. Todo ello, siguiendo una nueva estrategia
amedrentadora, conllevará multas desorbitadas. Usan otro tipo de violencia distinta a la empleada hasta la fecha: la del dinero. Nosotros lo tenemos, vosotros no. A joderse.
No nos quieren embriagados, ni de gentes ni de licores: saben que así somos más lúcidos y peligrosos. Por la vía de disciplinar la ciudad se disciplinan también los ciudadanos. Achicándonos el aire, haciendo esquivas las plazas –circulen– acallando nuestras interjecciones públicas – psss – y aspavientos, a base de multas. Ni botellón ni asamblea. Eso es lo que quieren