En su último post David de Ugarte cita una entrevista a Umberto Eco en la que el prestigioso intelectual italiano, alerta del peligro social de internet, de la falta de filtros para los pobrecitos ciudadanos de a pie y bla, bla, bla, un discurso nada original desde luego. A raiz del post se ha entablado un interesante debate que me ha suscitado una reflexión algo inconexa y que seguramente se aleja algo (aunque creo que no del todo) del núcleo del artículo.
Creo que David tiene razón en cuanto a que el enciclopedismo aquí está entendido como imposición, el establecimiento de una cierta cosmovisión que dicta los “limes” de la civilización, pero ¿no es ese el papel de los intelectuales al fin y al cabo? Los intelectuales al modo orgánico como los vislumbró Max Weber, los mismos que para Marx eran “curas disfrazados”. A nosotros nos toca ser cada día los “barbaros” y atacar las fronteras de lo establecido, y Eco hace tiempo que está bien acomomodado en los palacios de Roma.
Esto no quita, que Marcos Toracido tenga parte de razón cuando dice que:
En mi opinión Eco dijo algo que es absolutamente verdad: sólo con cultura, entendida por bagaje cultural, por práctica tecnológica e intelectual, se puede navegar por la red con cierto criterio, discerniendo entre la basura y lo que no lo es. Veo cada día a gente que se cree a pies juntillas cualquier cosa que encuentre en la red; se ha sustituído el “si está en un libro es que es verdad” por “si está en internet…”Creo que a eso se refiere Eco, y no a otra cosa. En cierto modo, esa cultura enciclopédica es cada vez más necesaria en la red, si entendemos “enciclopédica” como filtro; quién o qué pueda ejercer ese filtro es otra historia.
Aquí nos encontramos con un problema clásico. Muchas veces es necesario desaprender, liberarnos del mantón de nuestra educación reglada y familiar para poder ver más allá de nuestras narices, más allá de un orden vital impuesto que es precisamente “el orden vital impuesto”. Necesitamos desprogramarnos, llegar a ser elementos defectuosos del sistema para poder salir de él, como una vez le escuché a Agustín García Calvo. Por otro lado necesitamos haber visto mucho, haber leído, sabido escuchar al diferente, haber visto con espíritu crítico hasta la mayor de las mierdas de televisión para poder aspirar a nuestra autodesprogramación. Y esta es la paradoja, que nuestro aprendizaje ha de ser por definición dentro del sistema en el que, sí o sí, estamos inmersos. Esta paradoja es la que promueve en mi opinión que por un lado la gente más adoctrinada (adoctrinada con más apoyos y fundamentos si se quiere) sea aquella que ha permanecido más tiempo en las fábricas académicas de ciudadanos al uso, y sin embargo en muchas ocasiones los grupos movilizados para el cambio provengan de las esferas de lo académico: desde los revolucionarios clásicos del marxismo hasta el comando del 11 de Septiembre con núcleo en la universidad de Hamburgo, pasando por los jóvenes del 68 que en general recondujeron su programación y hoy nos gobiernan. Se trata de que algunos consiguen moverse en los límites del sistema, contagiarse de los bárbaros más allá del limes o desarrollar sus propias versiones alternativas de la realidad…y es aquí donde conectamos de nuevo este farragoso párrafo con Humberto Eco.
Lo conectamos porque internet, a las afueras del enciclopedismo, implica una encrucijada de “limes”, un universo incontrolado por laberíntico que proporciona un gran repositorio de “tutoriales” para la desprogramación. Y eso es, claro, peligroso para la capital. Es así que el miedo, la incomprensión de la red de la que habla Arturo en los comentarios me parece más un arma sistémica, una vacuna en cuya preparación intervienen los intelectuales como Eco, que una causa primera.