Treinta mil apaches enfrentándose a la policía en pleno centro de París. Armas artesanales (una pavorosa pistola que, al mismo tiempo, funciona como navaja y puño americano). Técnicas de combate callejero. Noches sin fin donde los apaches son los amos. Danza apache. Bandidos sociales. Caos, terror y anarquía en el París de la Belle Époque y más allá: en pocos años, los apaches se extienden a España y la prensa habla de ataques apaches en Madrid o Barcelona.
Los apaches, una de las subculturas más fascinantes de la historia, fueron uno de los fenómenos culturales y sociales más salvajes e interesantes del siglo veinte. Surgidos en plena Belle Époque francesa, llenaron las portadas de los periódicos con sus célebres crímenes y su extrema violencia. Durante años, controlaron algunos barrios de París, donde extendieron su dominio y propagaron el terror. También dominaron la noche: crearon una «danza apache» y lucieron un aspecto inconfundible a medio camino entre el dandismo y el hampa, que más tarde se reflejó en numerosas películas, musicales y obras de teatro. Cada semana se publicaban noticias de robos, atracos y enfrentamientos con las fuerzas del orden gracias a su actitud escurridiza, hermetismo y su gran capacidad para responder al acoso policial. La situación se desbordó cuando protagonizaron batallas campales en pleno centro de París y acabaron con la vida de varios policías. Ante ello, se creó un poderoso escuadrón antiapache formado por agentes especialistas en la lucha cuerpo a cuerpo
Andaba fascinado por las numerosas representaciones de apaches contenidas en el libro Apaches. Los salvajes de París, que acaba de editar La Felguera y, viajando de enlace en enlace, he llegado a la figura del ilustrador Salvador Bartolozzi, al que no conocía. El artista frecuentó en su juventud los ambientes apaches del París de principios del XX, y plasmó sus figuras de forma alejada de la habitual caricatura.
Me he tirado horas mirando, fascinado, las pocas ilustraciones del autor sobre el asunto que he encontrado en la red, y he hecho un resumen sobre el autor y el tema que bebe de la información contenida en la tesis doctoral de David Vela Cervera. Este trabajo, a su vez, recoge lo que sobre el ilustrador escribieran Antonio Espina y, en menor medida, otros como Gómez de la Serna o Margarita Nelken. En la tesis hay muchísima más información, por supuesto, es una investigación de más de 800 páginas, pero yo me he centrado en la representación que el autor hace de los apaches y de los bajos fondos. Las imágenes las he sacado del blog del propio David Vela.
El ilustrador herada su exótico apellido de su padre, de origen toscano, que al llegar a España sobrevive como vendedor ambulante. Nace en Madrid, donde vive la infancia en ambientes de miseria barojiana. Los escenarios y los tipos humanos de los bajos fondos aparecerían reflejados recurrentemente en su obra después. Cuando su padre puede, al fin, trabajar como vaciador en los talleres de reproducciones de la Real Academia de San Fernando (este era su oficio en Italia), Salvador y sus dos hermanos, que trabajan como ayudantes suyos, entran en contacto con el mundo del arte. Su formación es totalmente práctica: el taller, su afición por la lectura y las calles del Madrid popular, de Lavapiés a la Plaza de la Cebada.
En 1901 el joven Bartolozzi marcha a París junto con al fotógrafo Ricardo Tejedor. Sin un duro, su acompañante regresa pronto a España, pero él decide quedarse y trata de vivir de sus dibujos. En aquella época no era del todo infrecuente entre la bohemia melenuda de España vivir la aventura parisina, pero Salvador no será uno más de los bohemios de Monmartre: caerá en los ambientes apaches de los faubourgs de la periferia parisina. Dicen las pocas líneas biográficas con las que contamos que se integró bien y adquirió la jerga apache. Antonio Espina narra de esta manera aquel contacto con los bajos fondos parisienses:
Su primer ambiente parisino fue pues el de la Belle Ville o la Villette, los quartiers peligrosos de las batidas policiacas, en los que se mezclaba el censo proletario de Zola con las bandas de salteadores de «Pierrot le Fou» y la «Casque d’Or». Salvador vivió en ese medio turbio durante algún tiempo, mientras su penuria le obligaba al ejercicio de honradas y menudas ocupaciones- iluminador de postales, ayudante de fotógrafo, pintor de lo que saliese- y mientras el amor exhaustivo de una mujer del «milieu», La Valentine, encendía sus nervios juveniles. Acaso los ojos de aquella Valentine eran «como dos trozos de hielo bañados en absenta», que dice Carco, y esto bien lo explica todo. Una noche el muchacho español tuvo que saltar por una ventana de la alcoba de su querida, para salvarse de cierto puño bárbaro y tatuado, diestro y siniestro en el manejo del estilete.
Posteriormente contactaría con el grupo de españoles residentes en París, los Rusiñol, Ciges, Falla, Manuel Machado… Sus cuadros interesaron a un importante marchante, pero como los había firmado con el apellido de otro español posicionado para mejor moverlos –Batlle-, cuando quiso hacerse cargo de la autoría el marchante le dijo que era un «imitador desvergonzado de M. Batlle».
A pesar de ello, rápidamente se hace cierto nombre en los ambientes artísticos por sus representaciones del tipo chulesco y de los ambientes sórdidos. En palabras de Gómez de la Serna, empezaba a ser un “Toulouse-Lautrec al estilo español”. Sin embargo, en 1907, y tras su despegue parisino, Bartolozzi decide regresar a casa. Sólo tenía veinte años y parece que ya tuviera una vida entera de experiencias a las espaldas.
Aunque no vamos a cebarnos aquí con su biografía, es importante decir que el ilustrador tuvo una exitosa carrera y una intensa vida cultural, tirando a burguesa. Es colaborador de numerosas cabeceras y tertuliano del Madrid de entreguerras…un tipo cosmopolita con acento de Ministriles. A partir de 1914, su relación sentimental con Carmen Eva Nelken –hermana de la famosa Margarita, periodista, escritora y mujer que camina por delante de su época-, le coloca en rampa para una etapa más intensa y exitosa. Salvador está casado con otra mujer, pero ambos serán amantes hasta su muerte, bordeando las convenciones sociales de su tiempo. Ella, que era actriz aficionada, le introduce en círculos de teatro experimental. En los momentos previos a la guerra, en plena madurez artística, se dedicaba al teatro infantil y rumiaba la idea de introducirse en el mundo de la animación. Como escenógrafo participa en La zapatera prodigiosa de Federico García Lorca o El otro, de Miguel de Unamuno. Durante la guerra hace carteles para el bando republicano y se significa a favor de la República. Al término de la guerra ha de huir a México, donde vive hasta su muerte, en 1950. En América obtuvo mucho reconocimiento por sus cuentos de Pinocho, que llegaron a ser más conocidos que los originales.
Volviendo a su representación de lo marginal y de lo apache, sus dibujos denotan una evidente simpatía por los personajes retratados, y son más naturales que la representación estereotipada que tanto abundó en la época. En palabras de David Vela en su tesis, “exaltando la pose desafiante de estos bárbaros del siglo XX; más allá de la rebeldía bohemia, sobre la que iba pesando toda una tradición melodramática y sentimentaloide, ensalza Bartolozzi la autenticidad de la postura ácrata, primitiva y bárbara del apache frente a las convenciones de la sociedad burguesa y bienpensante de su tiempo”
En un Madrid que, ya pasado el verdadero fenómeno en París, había incorporado la estética apache a la moda femenina, o a los bailes de la sociedad burguesa de la época (una apropiación en toda regla de la cultura de las clases populares), Bartolozzi dibujó e ilustró al apache desde el conocimiento. Lo hizo en distintos Salones de Humoristas, entre los años 1916 y 1922, donde, además de dibujos, presentó una pareja de muñecos de trapo: «El apache y su compañera». Este tipo de figuras fue otra de sus especialidades.
Además de hacer diversas ilustraciones en prensa y revistas de la época, también ilustra algún relato, como Así…, un cuento de Antonio Bermejo de la Rica publicado en La Esfera, en el que el protagonista es un feroz apache de la Villette, apodado L’Eclair, que expresa su rechazo a los clichés y al pintoresquismo con el que se ganaban el pan, en espectáculos aquí y allá, sus compañeros apaches de última hornada.
Su tratamiento de los ambientes del hampa y la criminalidad lo encontramos también en las portadas de las noveles policiacas de la colección La Novela de Ahora, donde despliega una imaginería más sensacionalista y violenta, como era propio del género. Es aquí, y no en la representación de los apaches, cuando aparece la tan de moda impronta lombrosiana, mediante la que se muestra a delincuentes –y a veces, sencillamente, personas humildes- como seres atávicos, de rasgos pronunciados y agresivos. Gentes degeneradas y primitivas a golpe de vista.
Durante su etapa parisina el ilustrador había dibujado prostitutas. Posteriormente, aunque con menos ocasión de hacerlo para encargos comerciales, siguió dibujándolas, y a menudo resaltó en los dibujos la pose desafiante de las prostitutas de moño alto.
No faltaron tampoco las representaciones del bohemio madrileño. Sus dibujos ayudaron a fijar el estereotipo estético de la capa y las barbas, a veces en colaboración con algún bohemio militante, como Emilio Carrere, para quien ilustra El pájaro azul, un relato protagonizado por una pareja bohemia . Otros textos ilustrados sobre el tema tienen títulos expresivos, como La cofradía del hambre, La canción del vencido, o Los de arriba y los de abajo.
Ya está dicho que Bartolozzi ha accedido a su vuelta de París a un estatus bien distinto al de sus primeros años y su aventura parisina. Es pasajero del Madrid de escuálido cosmopolitismo que se vería truncado por la guerra. Sin embargo, nunca abandonó la representación sentimental de la ciudad que anida en las sombras, aunque a veces, por las temáticas de las novelillas populares que ilustraba, la acción transcurriera en escenarios portuarios o en ciudades donde se habla en inglés.