Makerspaces y bibliotecas

Oficialmente, el origen del llamado “Movimiento Maker” nace aproximadamente en 2005 coincidiendo con el lanzamiento la revista Make Magazine (California), publicación, inspirada en la centenaria Popular Mechanics y en la que se publicaban proyectos DIY (Do It Yourself – Hazlo tú mismo) con ordenadores, electrónica, robótica y carpintería de metal y madera entre otros. Sus responsables, organizaron al año siguiente la primera Maker Faire en la ciudad californiana de San Mateo. Cinco años después de que Dougherty sacase la revista Make, Chris Anderson escribió en Wired, la publicación de la que era editor, un artículo titulado Los átomos son los nuevos bits. En él hablaba de cómo la democratización de las tecnologías estaba propiciando una nueva manera de fabricar cosas que cambiaría el mundo. Se empezaba a hablar de una nueva revolución industrial (que entonces se nombraba 3.0)

Los hackerspaces ya se habían hecho comunes en Alemania en la década de los 90 del siglo XX, en la órbita de la asociación de hackers Chaos Computer Club, como c-base. Otros centros, a menudo ligados a ambientes contraculturales, florecieron en diversas ciudades, como The Loft, en San Diego. En los últimos años muchos de estos clubes se han abierto gracias al crowdfunding en plataformas como Kickstarter u otras.

Otros movimientos recientes alrededor del mundo maker, RepRap es la primera iniciativa de máquina de fabricación de bajo coste que imprime copias de sí misma –es autoreplicable– con licencia GNU. El de Arduino y otras placas base de bajo coste (que usan las impresoras RepRap) con una gran comunidad de usuarios con innumerables aplicaciones (muchas de ellas que suman a la recogida de datos del internet de las cosas). Y, por supuesto, Linux y el software libre.

No cabe pensar que son lugares exclusivamente tecnológicos, conviven artesanos con tecnólogos, son espacios creativos donde puede haber una impresora 3D, sí, pero también una máquina de coser, una cocina, un espacio para arreglar bicicletas o un espacio de producción de fanzines como en Ubik de Tabakalera (Donostia). El nexo común es el espacio comunitario para la creatividad, el hacer uno mismo y tienen distintos nombres que a veces aportan matices a la naturaleza de los espacios: FabLabs, Maker Spaces, Medialabs, Hacker Space, Digital Space

Los makerspaces se han criticado frecuentemente por ser espacios demasiado masculinos, lo que llevó a abrir Hacklabs feministas para mujeres, como los adscritos en Estados Unidos a la iniciativa Ada

En el mundo universitario fue pionero el MIT en 2001 y algunas universidades, como Yale, fueron pioneras en implementar planes de estudio alrededor de lo maker y lo hacker.

Los makerspaces llegaron a las bibliotecas probablemente porque su característica como espacio para la comunidad donde se accede al conocimiento las hacían adecuadas, aunque a la vez amplían su concepto y ayudan a que también generen conocimiento. Lankes dice en su libro Ampliando expectativas que las malas bibliotecas construyen solo colecciones, las buenas servicios y las grandes bibliotecas construyen comunidades.

La primera biblioteca pública en abrir un MakerSpace es la Biblioteca gratuita de Fayetteville (NY), aunque es más conocida la experiencia pionera la biblioteca pública de Chattanooga (Tennessee).

Entre los de bibliotecas universitarias en España cabe citar makerspace de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, el Maker Space UC3M de la Universidad Carlos III de Madrid y el Bibliomaker de la Universidad de Granada, el Bibliolab de la Biblioteca de la Universidad de la Laguna, o el HackLab de la Pompeu Fabra (aunque hay ya muchos otros).

Siguiendo a Julio Alonso Arévalo, en estos espacios son  fundamentales el aprendizaje autodirigido, el aprendizaje compartido, la cultura del aprendizaje permanente y la producción comunitaria de conocimiento de conocimiento. Según explica es una “polinización cruzada” que precisa de espacios donde se produzcan las interacciones sociales, como zonas para hablar.

Maker UC3M

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