Brigadistas y mujeres extranjeras durante la Guerra Civil Española

El otro día las amigas del recomendable programa de radio feminista Sangre Fucsia me invitaron a participar en el programa que estaban preparando sobre las milicianas. Les mandé una pieza grabada. Os dejo aquí el texto que lei y cuando esté disponible el podcast lo añadiré al post. Un pedazo de honor: ya he participado en mis dos programas de radio favoritos.

Miliciana en la playa de Barcelona. Famosa fotografía de Gerda taro

Miliciana en la playa de Barcelona. Famosa fotografía de Gerda taro

 

A la Guerra Civil Española vinieron a luchar más de 35.000 voluntarios, procedentes de 54 países. A aquellos que se encuadraron en las llamadas Brigadas Internacionales, suelen sumarse otros que vinieron a título individual o por otras vías de la militancia política. Más de un tercio murieron aquí y entre 600 o 700 fueron mujeres. Mujeres profundamente imbuidas de antifascismo y de internacionalismo, que en muchos casos tuvieron que lidiar con el desprecio y la incomprensión por dejar su deber de cuidar a la familia y ocupar un espacio, el bélico, en el que históricamente ha reinado el hombre.

La norteamericana Lini De Vries, escribió en 1937 “Tal vez nunca más en la vida vuelva a estar con personas de tantos países y tan idealistas, inteligentes y nobles. Sin embargo, tenía complejo de culpabilidad por estar en España. Había dejado a mi hija pequeña en Estados Unidos, aunque estaba en buenas manos. Me debatía entre mi sentimiento de culpabilidad y el amor que tenía al servicio”.

Muchas de estas mujeres participaron en labores sanitarias, se ha llamado el mito del Ángel Curador, aunque en la misma línea de frente, no necesariamente en la retaguardia; otras participaron de labores propagandísticas – el Ángel de la Propaganda– y otras empuñaron, al menos durante los primeros meses, las armas.

A diferencia de la mayoría de las milicianas que participaron en la Guerra Civil, muchas de estas extranjeras pertenecían a la burguesía. Algunas de ellas de alta alcurnia, como Katherine Atholl, conocida como La Duquesa Roja, de rancio linaje escocés. Ya durante la Primera Guerra Mundial había convertido su castillo en un hospital. Pese a pertenecer al Partido Conservador y tomar el té con el primer ministro Chamberlein, fue una furibunda enemiga del no intervencionismo británico. En 1937 organizó la visita a España de una delegación de mujeres parlamentarias inglesas.

Sin embargo, muchas mujeres que vinieron a España provenían también la clase trabajadora. Es el caso de Salaria Kea o de Ethel MacDonald.

Salaria Kea nació en el estado de Georgia y vivió en Harlem. Trabajando como enfermera tomó conciencia de la discriminación a hacia los negros, se hizo comunista y, ya en 1935, se implicó en una campaña para organizar la asistencia médica a Etiopia, tras la invasión de Mussolini. En su propio país se le denegó el ingreso a la Cruz Roja, “tú piel causaría más problemas de lo que podría ayudar”, se le dio como única respuesta. En 1937 viaja a España con el célebre Batallón Abraham Lincoln, junto con doce compañeras y un equipo de médicos.

Otra mujer de origen humilde fue Ethel MacDonald, conocida como La Pimpinela Escarlata Escocesa o La Anarquista de Glasgow. Perteneciente a un grupo anarcomunista, decide pasar a Barcelona durante la guerra. Como no tenía dinero tiene que hacer todo el camino, a través de Francia, a pie. Allí se hizo conocida como locutora de radio, haciendo locuciones en inglés en Radio Barcelona, dirigida por la CNT. Durante los famosos hechos de Mayo de 1937, que suponen el final de la revolución anarcosindicalista en la ciudad y la represión de los militantes anarquistas, ayudó a muchos de ellos a escapar. Ella misma tuvo que pasar a la clandestinidad y fue hecha prisionera. Finalmente tiene que escapar a su país, donde es recibida como una heroína. La Anarquista de Glasgow es quizá una de las pocas mujeres que se convirtieron en leyenda viva y no ha habido que reivindicar pasados los años.

En el brigadismo hubo también un fuerte componente de aventurismo e idealismo, que hizo que vinieran a España muchos artistas y escritores.

Como Felicia Browne, pintora y escultora, británica y comunista, a la que sorprendió la guerra en Barcelona, a punto de asistir a las Olimpiadas Populares, que debían haber empezado el día que estalló la contienda. Decidió incorporarse a una columna del frente de Aragón, como muchos de los participantes en las olimpiadas. Murió intentando volar un tren franquista cargado de munición. Felicia reúne distintos estereotipos de bri gadista, es una intelectual pero también es una militar.

Entre las mujeres que pusieron su arte al servicio del activismo en España destacan las fotógrafas, como Katy Horna (o Gerda Taro y Tina Modotti, de las que hablaremos también). La húngara Horna aprendió a usar la cámara en un prestigioso taller de Budapest y en París, donde trabajó para la Agence Photo. Son famosos sus trabajos próximos al surrealismo como la imagen Hitler eye (que consiste en un huevo con bigote) o historias de amor entre verduras. Durante la guerra fue contratada por el gobierno de la República para hacer una serie de reportajes, que tienen el gran valor de mostrar la vida cotidiana y los ámbitos femeninos: la mujer amamantando, la mujer que lleva la comida al campo de batalla o los interiores después de los bombardeos. Ta ién colaboró con revistas anarquistas, ámbito en el que conoció al artista andaluz José Horna, de quien tomó el apellido y con quien se instaló en México después de la guerra.

No fueron pocas las mujeres que vinieron a España junto con sus maridos o parejas, y en algunos casos han quedado eclipsadas en las páginas de la Historia por ellos. Es el caso de la escritora Marthe Gellhorn o de la fotógrafa Gerda Taro. Marhe Gellhorn es considerada por muchos como la primera corresponsal de guerra (aunque la española Carmen de Burgos Colombine le disputa el honor). Tras su paso por España cubrió el Desembarco de Normandía, la liberación del campo de Dachau, Vietnam o Nicaragua. A pesar de ello es conocida por muchos por haber estado casada cinco años con Ernest Hemingway.

En el caso de Gerda Taro, no ha sido hasta los últimos años cuando ha empezado a tener el reconocimiento que su figura merece y, en todo caso, se la ha nombrado como la pareja de Robert Capa. En realidad, Capa fue una creación de la propia Taro: ella fue quien rebautizó a un joven Robert Friedman como Capa, pseudónimo que ambos utilizaron para firmar indistintamente, al parecer. Taro llegó en 1936 a España y se labró una merecida leyenda como reportera de guerra que terminaría un año después, cuando muere aplastada por una tanqueta en Brunete. En 2007 fue noticia mundial la aparición en México de una maleta con 4500 negativos del maestro Capa. Luego se ha ido sabiendo que muchas de las fotografías pertenecen a Gerda Taro y a otro fotoperiodista, Chim.

Dos de mis figuras favoritas, de entre las mujeres extranjeras que vinieron a luchar contra el fascismo y por la revolución, son Tina Modotti y Emma Goldman.

A La Modotti llegué porque todos los días pasaba por el colegio de los Salesianos, en la calle Francos Rodríguez, en Madrid. Cuartel del Quinto Regimiento, origen de las milicias populares y lugar donde están tomadas muchas de las imágenes de milicianas de mono azul. Aquí y en el próximo hospital que el Socorro Rojo instaló en Cuatro Caminos pasó sus días en Madrid. A partir de esas piedras tiré del hilo de Tina Modotti y a partir de ella del resto de mujeres de las que estoy hablando ahora

Aquí vino en 1936, pero su figura trasciende con mucho la historia de España. Neruda le dedicó un poema, el que contiene el conocido verso “¿Por qué el fuego no muere?”, trabajó como actriz en Hollywood (de origen italiano, había emigrado a Estados Unidos de pequeña), vivió la bohemia y se hizo fotógrafa. Luego se pasó al activismo en México, donde frecuentó círculos revolucionarios, a Diego Rivera y a Frida Kahlo, viajó a la Rusia soviética…En fin, una biografía increible que está recogida en un libro no menos increíble de Elena Poniatowska : Tinísima.

Y de Emma Goldman qué decir, la prensa norteamericana la bautizó como La mujer más peligrosa del mundo, pero podríamos añadir que fue también de las más fascinantes. La conocida anarquista, en cuanto estalló la guerra -y la revolución- intentó instalarse en España. No lo consiguió pero vino varias veces. En una de ellas estuvo en el frente de Aragón, donde quedó muy impresionada por las colectivizaciones e hizo buenas migas con Durruti, al que dedicó un entusiasta artículo tras su muerte.

Y muchas más. Me produce sonrojo que, intentando visibilizar la historia de las mujeres que vinieron a luchar, queden otras sepultadas, quizá por no ser intelectuales o, simplemente, porque sus biografías están por rescatar.

La historiadora Angela Jackson ha recopilado numerosas entrevistas a brigadistas británicas. En ellas hay una constante: la Guerra Civil marcó su vida para siempre. Muchas de ellas siguieron organizando la ayuda humanitaria cuando se fueron , estuvieron con los refugiados españoles de campos franceses como Argelés y acabaron en la Segunda Guerra Mundial, algunas, en campos de concentración.

En la mayoría de los casos han dejado su historia en memorias o correspondencia, pero no hicieron, tampoco las que eran intelectuales, de la Guerra de España material de su gran obra épica, como Orwell o Hemingway. Sus nombres no están grabados en placa alguna ni impresos en las páginas de la Historia más que como notas al pie. Por eso es de justicia que aprendamos a decirlos en voz alta.