Llegan a mi buzón <metáfora/> artículos sobre gentrificación ilustrados con fotos de hípsters. En torrente. En todos ellos se explica que los centros históricos de las distintas capitales sufren de gentrificación, un virus inoculado por hípsters, gafapastas y otros grupos de profesionales liberales, que cambian la fisionomía de los barrios a golpe de Mac y en librerías-café. Algunos ponen en duda el afinamiento del dúo, en otros se corrobora, y en muchos se matiza el efecto gentrificador de la hipsterización, con mayor o menor tino.
Personalmente, el término gentrificación no me colma porque su juventud y exotismo confunde sobre un hecho: se refiere a procesos que no son nuevos históricamente. Sin embargo, es el término sobre la mesa y en el debate. El palabro se refiere a realidades y procesos muy diferentes entre sí, con distintos ritmos y características, que tienen en común el hecho de que la población de un lugar se ve desplazada para que su lugar sea ocupado por otra de un nivel adquisitivo mayor. Es, en este sentido, una manifestación urbana de la lucha de clases a la que atraviesan vectores de lo más diversos (culturales, financieros, políticos…)
Pero los procesos de gentrificación no se producen sólo en los centros históricos de las grandes ciudades, ni las realidades urbanas del mundo se pueden mirar sólo con las gafas de ver Manhattans. Los desplazamientos ocurridos por casusa de grandes acontecimientos (juegos olímpicos, mundiales de fútbol, etc) son también gentrificación, por ejemplo. En lugares tan dispares como Brasil o Camboya hay gentrificación. También en barrios periféricos, nuevas centralidades de las capitales occidentales, o en Gamonal. Sin necesidad de que nadie haya visto gafas de pasta merodeando.
Generalmente, la gentrificación se da en lugares donde se producen procesos de desinversión que pueden, posteriormente, hacer lucrativa la “regeneración”. No es difícil visualizar este proceso en nuestros centros urbanos…pero de desinversión y pelotazos urbanísticos posteriores también saben la tira los vecinos de las periferias.
Del mismo modo, no puede responsabilizarse tampoco de la gentrificación de los centros, como se da a entender con rotundidad en la mayoría de los artículos, a las llamadas clases creativas.
Pongamos un ejemplo conocido. Un grupo empresarial como Triball compra pisos a bajo precio en una zona degradada tras la Gran Vía, para luego crear toda una propaganda de la regeneración con apoyos institucionales –en este caso el Ayuntamiento de Madrid- y especular con locales y pisos. De la expulsión vecinal a raíz del proceso han hablado mejor que nadie desde Todo por la praxis
Ante semejante operación, parece atrevido responsabilizar de toda la gentrificación del barrio al tipo de flequillo que ha abierto una peluquería en Ballesta. Podría aducirse que no siempre se produce un plan empresarial tan orquestado como el de Triball, sin embargo, cuesta encontrar un caso en el que estos procesos no cuenten con el concurso de políticas urbanísticas, ejercicios empresariales o financieros. Cuando no todos en arpegio.
El caso de la gentrificación del Lower East Side suele considerarse paradigmático. Pues bien, durante los ochenta se produjo un movimiento de resistencia vecinal, con lemas agresivos como Muere, basura yuppie. La estrategia funcionó bastante bien hasta que el Ayuntamiento de la ciudad expulsó a los sin techo y a los manifestantes del parque de Tompkins Square.
Mucho mejor que yo lo dice Neil Smith, uno de los pioneros en el estudio de la gentrificación:
“Hay una enorme asimetría entre el poder que tienen las grandes corporaciones capitalistas en el mercado y el «poder» de alguien que trata de alquilar un piso con un salario medio. Así que, si bien la cuestión de los patrones de consumo no es en absoluto irrelevante, sí es secundaria en comparación con el desmedido poder del capital”.
Llama mucho la atención encontrar, en los artículos que identifican gentrificación con hipsterización, numerosas referencias a Smith y a otros escritores que se manifiestan en la misma dirección ¿Acaso los autores de estos artículos sólo leyeron las páginas que les interesaba?
Parece curioso también que, siendo como es hoy la lucha por la vivienda un tema central, una de las miradas académicas que estudian su problemática esté siendo traducida masivamente en términos de dudoso cambio lento y cultural, casi de oposición conservadora al progreso.
Los artículos que identifican unívocamente gentrificación y hipsterización, y señalan como actores únicos a clases amplias de población, por sus patrones de consumo y sus estilos de vida, contribuyen a crear la confusión de que las cosas pasan sin más. Simplificando el diagnóstico mitigan las culpas. Al fin y al cabo, todo el mundo quiere considerarse a sí mismo clase media.
No se trata de excluir a los patrones sociales y de consumo de la lista de agentes gentrificadores, sino de situarlos en su justo lugar, sin aislarlos de la cadena causal de los procesos de gentrificación.
Pero ¿por se ha vuelto omnipresente este enfoque tan limitado en los medios de comunicación? En cierto modo, el tratamiento parece coherente con la línea editorial de la mayoría de las publicaciones generalistas ¿En cuántas de ellas encontramos críticas a los grandes grupos empresariales? ¿En cuántas las crítica a los partidos políticos escapan de la lucha partidista trasladada a sus cabeceras afines?
Tampoco hay que desdeñar, supongo, una explicación que tiene que ver con razones puras del mercado publicitario. Lo que está de moda es, por definición, lo que vende.
Existe, por último, un apabullante monopolio de la palabra –y el pixel- impreso por parte de un determinado tipo social. Quien escribe sobre gentrificación en medios, como quien debate sobre el tema en foros urbanos, se parece sospechosamente a esa clase creativa descrita en el relato de un centro urbano de jóvenes profesionales liberales. La historia se cuenta desde la contemporaneidad, la inmediatez y el entorno exclusivo de sus protagonistas. Llamarles hípsters sería caer en la trampa que este artículo denuncia, aunque no me cabe duda de que algunos de ellos estarían tentados de imprimir en negrita aquí el término.