Nuestras ciudades invisibles

Todos, como Ítalo Calvino, tenemos nuestras propias Ciudades Invisibles. Ciudades que sólo existen dentro de nuestras cabezas, con ecos de los muros reales -a todas luces muertos- que vivifican al contacto con la varita mágica de nuestra mente caprichosa. Paradójicamente, las ciudades invisibles son las únicas que laten, el resto es pasar y pasar.

Existen también las ciudades invisibles de la memoria, esos lugares coloreados durante una huída hacia delante. Sitios que, de nuevo, nunca existieron, y que sin embargo son nuestros asideros más firmes con la realidad.

Y existen, porque somos individuos a pluralizar, las ciudades invisibles colectivas, dañinas cuando están superpobladas, agresivas si se toman muy en serio, irreales como los muros reales…pero mágicas si son sólo nuestras pequeñas ciudades, las de nuestros grupos de amigos-hermanos.

También existen por último, las Ciudades Invisibles como Ítacas, que muchas veces son también ciudades invisibles de la memoria (tuya o de muchos) proyectadas al horizonte por la esperanza o la desesperanza.

Se me antoja necesario poner en orden todas las ciudadanías. Un difícil equilibrio que sirve como pasaporte de huída de la locura o la infelicidad. Saber sentarse a tomar solo un whisky vacío de dolor, cerrar los ojos y disfrutar de las Arcadias de la memoria. De esas que tienen siempre bandas sonoras de verano. Frecuentar las ciudades que parimos entre carcajadas. Con otros. No dejar que se vacíen nunca las calles de las ciudades invisibles colectivas. Y siempre, siempre, nadar hacia Ítaca, disfrutando del viaje y sabiendo, que sólo alcanzarás de ella, lo que consigas reconstruir a tu alrededor durante el camino.