El otro día caminaba un poco gruñón por el mundo y alguien a quien quiero me llamó Scrutch, como al sobadísimo personaje de Cuento de Navidad de Dickens. Me pareció horrible ¿un tío tan viejo y feo! (O debía serlo, como Jesucristo debía tener barba). Llevaba mucho tiempo sin pasarme por el centro de Madrid, así que este fue el primer latigazo navideño serio de la temporada. Pero ayer estuve de compras en un centro comercial…Eso si fue una buena coz de camello regio, y no me refiero tanto a escaparates nevados, a los gordinflones vestidos con los colores de Coca-Cola(o de una empresa de telefonía)…No, ni si quiera me refiero a las campañas de recogida de alimentos en los supermercados, ni a los anuncios de perfume: estaba pensando en los putos villancicos. Después de un rato subiéndome por las imaginarias paredes de aquel gran vacío abarrotado me percaté de que la fuente de mi irritación eran aquellas horribles cancioncillas, con esos arreglos que remiten a coral de niños con gorrito de lana, a ramita de acebo y a familia decorando un árbol de los bosques de Dakota. Me dirijo al señor del hilo musical: las Navidades son ya lo bastante tristes para muchas personas, no nos sigáis castigando por Dios. Y si le sobra misericordia tampoco ponga más los de OT.