«Pensáis que estáis ahorrándoos cuatro duros y lo que estáis haciendo realmente es patrocinar a gente realmente mala». (ponedle la rotundidad profunda de Busta por favor).
Acabo de ver al ínclito triunfito junto con Mercedes Milá acosando a un «mantero», le ha pedido su propio disco, ha dicho «este es mi trabajo», le ha quitado al pobre inmigrante el disco tras forcejear y lo ha roto. El muy imbecil ha destrozado su propia ¿música? Muy simbólico desde luego, significativo de que para él la música es sólo mercancía.
De la cruzada inquisitorial contra absolutamente todo de Mercedes Milá para que hablar. Esta vez tocaba identificar el mundo de los mercadillos y las falsificaciones no ya con terribles mafias sino con el terrorismo internacional. ¡Toma ya!
Vivir para ver.
Qué masoca, tocayo, ves unas cosas muy perniciosas por la tele tú…
La Mila es que esta insoportable desde que ha dejado de fumar, que alguien le de un parche de nicotina por Dios, a ver si se tranquiliza y dejar de intentar arreglar el mundo.
Si tocayo, así es a hacer penitencia tocan ;-)
Además de un parche de nicotina tamaño XL, la Milá necesita algo más según uno de mis cerrajeros, y cito textualmente: «Mujer cabreá, mujer mal follá». Si es que yo en la obra me descojono.
DAN PENA, NO SE DAN CUENTA QUE SON COMO LA CERVEZA, SUBEN LENTAMENTE Y BAJAN DE GOLPE, TAMBIEN LES DEBEN LAVAR LOS RECUERDOS YA QUE NO SE ACUERDAN NI DE DONDE VIENEN NI DE LO QUE ERAN………………PERO QUE LES VAMOS A HACER SI TODO ES CULPA DE LOS IGNORANTES QUE LO HACEN. UN ABRAZO
¡Joder lo acabo de ver en la tele, que verguenza ajena!, cómo se pueden decir tantas tonterias juntas en tan poco tiempo?, que el pive cree que el dinero que ganan los vendedores ambulantes de cd piratas lo destinan al tráfico de armas y a la prostitución de niñas!, y el numerito que le han montado al pobre vendedor en plena calle era para verlo, todavía estoy flipando.
Tal y como está montada la industria discográfica en la actualidad, una importante fuente de ingresos de los artistas del circuito comercial es la venta de discos. El sistema de comercialización de música impuesto en gran medida por las compañías discográficas se resiste a adaptarse a las nuevos hábitos de consumo cultural que han fomentado las nuevas tecnologías (formatos, soportes, canales de distribución). En este panorama conviven beneficiarios y perjudicados. Los primeros son los que obtienen una rentabilidad económica de todo esto: las compañías discográficas (cuyo margen de beneficios sigue siendo más jugoso que si cambiara el sistema de distribución), las mafias que distribuyen discos piratas, y los consumidores de música conseguida de forma ilegítima (bien comprada en la manta, bien descargada de internet). Los perjudicados son los artistas, que ven cómo otros se benefician a costa de su trabajo, y los manteros, generalmente desfavorecidos sociales a los que se les ofrece una fuente de ingresos a cambio de una actividad ilegal (con todo lo que su desarrollo supone).
No nos engañemos, mientras las casas discográficas sigan perteneciendo más al primer grupo que al segundo el sistema de comercialización de música no cambiará sus soportes, formatos o canales de distribución. La solución pasa por que el consumidor deje de comprar discos originales en las tiendas. La industria discográfica se vería obligada a adaptarse a las nuevas formas de consumo y a los nuevos tiempos. ¿Mientras esto sucede?, los perjudicados seguirán siendo los mismos: artistas y manteros. Ambos están en su derecho al pataleo.
!Ole Regaliz!
Muy guay la respuesta, sólo una cosa, no estoy de acuerdo con esa frase, salvo quizá en el caso de dos o tres artistas ( y tampoco porcentualmente) a los que poco perjudica que se vendan unas cuantas copias «ilegales». Te recomiendo este artículo de Nacho Escolar: «Por favor pirateen mis canciones» que empieza así:
Si es que dieron a entender que el que compraba un cd pirata estaba colaborando con el terrorismo internacional, por favor un poco de seriedad, que no somos tan bobos.
Gema ¿ Tu como estas, eufórica o cabreá ?
jajaja, yo según el día, pero la frasecita también vale para los tios ¿eh?
Gema, por tu respuesta, tengo la intuicion que hoy estas muy, muy…..euforica y que tienes mas dias euforicos que cabreada. ¡ Que sea así siempre ! Es bueno para la salud
Cuando digo que una importante fuente de ingresos de los artistas del circuito comercial es la venta de discos, no me estoy refiriendo exclusivamente a los ingresos directos que puedan obtener de ella. A algunos les puede costar horrores convencer a su compañía discográfica para que siga contando con ellos si las ventas de sus discos no han cumplido las expectativas. Eso es así para esos dos o tres artistas en los que piensas… y también para el resto.
Recuerdo comentarios de hace años (cuando no se hablaba de la piratería) de Los Suaves, Extremoduro o Rosendo diciendo que ellos no vendían un carajo (algo de esto cambió en un momento dado) pero que todos debían tener cintas grabadas porque todo el mundo iba a sus conciertos y se sabía las canciones. Todos sabemos que esto sucedía así con estos grupos. Ellos posiblemente pudieron vivir de la música gracias a la hoy olvidada doble pletina y nunca han dejado de hacer discos. Mi pregunta es si las discográficas, escudándose en la crisis dejaran de grabar a músicos ¿que harían si es a eso a lo que se dedican? Si dejaran de existir mejor: no me gustan los intermediarios. En todo caso está caso que viven de un modelo de negocio superado por las circunstancias y no puede ser que la gran mayoría, los usuarios seamos los que nos veamos perjudicados por una sobreprotección legal.
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Se acaba la generosidad
LEO en algún lugar que Constan Dacosta, presidente de un importante grupo comercial vasco en plena expansión, se ha lamentado públicamente de que «en algunos puntos del Estado los consumidores hayan perdido su neutralidad». La frase exige traducción, pues lo que apena a Dacosta es que en muchos puntos de España los ciudadanos hayan dejado de pasar por sus supermercados tras conocerse la complacencia con que su grupo se hizo cargo de la fianza impuesta por la Justicia al batasuno Arnaldo Otegi. Cree don Constan que los efectos sobre la imagen de su grupo durarán unos diez años, algo en lo que debiera haber pensado antes de firmar el cheque de la infamia.
Y es que los ciudadanos de a pie no solemos ser conscientes de la enorme fuerza que pueden llegar a tener nuestras modestas decisiones económicas en una sociedad que, mal que nos pese, cabe definir como esencialmente consumidora e incluso consumista. En esta sociedad, en la que el ciudadano vota cada cuatro años, el consumidor lo hace todos los días, a todas horas. La gente opta al consumir, se pronuncia al consumir, se identifica al consumir. La publicidad sabe y explota a fondo hasta qué punto hoy somos lo que consumimos.
Pero nadie crea que los efectos del consumo como fuerza social se reducen al ámbito de lo personal o familiar. El mercado resulta de la suma de millones y millones de opciones y preferencias de compra conscientes o, generalmente, inconscientes. En ese sentido no es inexacto decir que el consumo es un factor esencial de los grandes proyectos políticos, como es evidente en el de otro modo incomprensible intento de integrar Turquía en la UE, un factor que en unos casos puede llegar a justificar guerras y que en otros obliga a la paz.
En medio de la catarata de propuestas, juicios y declaraciones hirientes o del todo indignantes que los españoles nos hemos tenido que tragar en estos días a propósito del nuevo Estatuto catalán, una me ha resultado especialmente llamativa y dolorosa. Me refiero al exabrupto de Pasqual Maragall relativo a que «Cataluña ha decidido dejar de ser generosa con las Españas». La frase no puede ser más miserable, pero sobre todo es injusta. Aun a riesgo de que al decir estas cosas me gane el epíteto de «separador», que los catalanistas y sus aliados «progres» reparten con tanta profusión, déjeseme recordar que Cataluña fue durante siglos una región pobre y semidespoblada, abandonada al dominio de una oligarquía feroz que se parapetaba en las singularidades institucionales del territorio.
El mérito de los catalanes en el siglo XVIII fue doble: por una parte, liberarse de unas libertades que sólo mucho más tarde idealizarían; por otra, convencer a los gobernantes de todos los regímenes que ha habido en España desde entonces de que al proteger los productos industriales catalanes, casi siempre más caros y peores que los de la competencia, se estaba contribuyendo a la prosperidad y al progreso general del país. Esta política, aplicada por conservadores y liberales, por republicanos y franquistas, nos provocó en su día la guerra en Cuba y la ruina de sectores enteros de nuestra economía que resultaron asfixiados por las tasas arancelarias con que otros países respondían al proteccionismo industrial de ese Estado español del que abomina el catalanismo.
Así se forjó el mito del milagro catalán, que se desinfla a ojos vista desde que el Estado, al dejar de ser centralista, no puede determinar ya la política económica y las inversiones con el vigor de antaño. Resulta aleccionador que las actuales autonomías regionales no hayan provocado un ahondamiento de las diferencias entre Cataluña y el resto, pese a su favorable posición de partida, antes bien que su liderazgo haya comenzado a resultar amenazado por núcleos de mayor dinamismo, en especial por Madrid.
Hace ya tiempo que la burguesía barcelonesa, dueña y señora de los destinos de Cataluña desde hace doscientos años, oscila entre el cultivo de los sentimientos y actitudes que Juaristi supo describir tan bien para el caso vasco en El bucle melancólico y el cálculo que permita el mantenimiento de una situación privilegiada. Hace sólo unos días el gran empresariado catalán, que en privado abomina del nuevo Estatut, firmó un manifiesto de apoyo al engendro por no indisponerse con el tripartito que pisotea la Constitución y hace almoneda de los derechos de los españoles. Ese mismo día, las sucursales de la principal caja de ahorros en Andalucía, catalana como sabemos y que no devenga un céntimo en impuestos fuera de Cataluña, abrían sus puertas con la razonable intención de seguir dirigiendo el esfuerzo ahorrador de nuestros paisanos hacia las arcas del mismo Maragall que nos anuncia el fin de su generosidad. Ese mismo día, miles y miles de españoles descubríamos lo entretenido que resulta examinar las etiquetas de los productos en los supermercados y lo satisfactorio de apartarlos si su procedencia no nos complace.
Y es que, como diría Constan Dacosta, en algunos puntos del Estado los consumidores hemos empezado a perder nuestra neutralidad. ¡Pásalo!
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Se acaba la generosidad
LEO en algún lugar que Constan Dacosta, presidente de un importante grupo comercial vasco en plena expansión, se ha lamentado públicamente de que «en algunos puntos del Estado los consumidores hayan perdido su neutralidad». La frase exige traducción, pues lo que apena a Dacosta es que en muchos puntos de España los ciudadanos hayan dejado de pasar por sus supermercados tras conocerse la complacencia con que su grupo se hizo cargo de la fianza impuesta por la Justicia al batasuno Arnaldo Otegi. Cree don Constan que los efectos sobre la imagen de su grupo durarán unos diez años, algo en lo que debiera haber pensado antes de firmar el cheque de la infamia.
Y es que los ciudadanos de a pie no solemos ser conscientes de la enorme fuerza que pueden llegar a tener nuestras modestas decisiones económicas en una sociedad que, mal que nos pese, cabe definir como esencialmente consumidora e incluso consumista. En esta sociedad, en la que el ciudadano vota cada cuatro años, el consumidor lo hace todos los días, a todas horas. La gente opta al consumir, se pronuncia al consumir, se identifica al consumir. La publicidad sabe y explota a fondo hasta qué punto hoy somos lo que consumimos.
Pero nadie crea que los efectos del consumo como fuerza social se reducen al ámbito de lo personal o familiar. El mercado resulta de la suma de millones y millones de opciones y preferencias de compra conscientes o, generalmente, inconscientes. En ese sentido no es inexacto decir que el consumo es un factor esencial de los grandes proyectos políticos, como es evidente en el de otro modo incomprensible intento de integrar Turquía en la UE, un factor que en unos casos puede llegar a justificar guerras y que en otros obliga a la paz.
En medio de la catarata de propuestas, juicios y declaraciones hirientes o del todo indignantes que los españoles nos hemos tenido que tragar en estos días a propósito del nuevo Estatuto catalán, una me ha resultado especialmente llamativa y dolorosa. Me refiero al exabrupto de Pasqual Maragall relativo a que «Cataluña ha decidido dejar de ser generosa con las Españas». La frase no puede ser más miserable, pero sobre todo es injusta. Aun a riesgo de que al decir estas cosas me gane el epíteto de «separador», que los catalanistas y sus aliados «progres» reparten con tanta profusión, déjeseme recordar que Cataluña fue durante siglos una región pobre y semidespoblada, abandonada al dominio de una oligarquía feroz que se parapetaba en las singularidades institucionales del territorio.
El mérito de los catalanes en el siglo XVIII fue doble: por una parte, liberarse de unas libertades que sólo mucho más tarde idealizarían; por otra, convencer a los gobernantes de todos los regímenes que ha habido en España desde entonces de que al proteger los productos industriales catalanes, casi siempre más caros y peores que los de la competencia, se estaba contribuyendo a la prosperidad y al progreso general del país. Esta política, aplicada por conservadores y liberales, por republicanos y franquistas, nos provocó en su día la guerra en Cuba y la ruina de sectores enteros de nuestra economía que resultaron asfixiados por las tasas arancelarias con que otros países respondían al proteccionismo industrial de ese Estado español del que abomina el catalanismo.
Así se forjó el mito del milagro catalán, que se desinfla a ojos vista desde que el Estado, al dejar de ser centralista, no puede determinar ya la política económica y las inversiones con el vigor de antaño. Resulta aleccionador que las actuales autonomías regionales no hayan provocado un ahondamiento de las diferencias entre Cataluña y el resto, pese a su favorable posición de partida, antes bien que su liderazgo haya comenzado a resultar amenazado por núcleos de mayor dinamismo, en especial por Madrid.
Hace ya tiempo que la burguesía barcelonesa, dueña y señora de los destinos de Cataluña desde hace doscientos años, oscila entre el cultivo de los sentimientos y actitudes que Juaristi supo describir tan bien para el caso vasco en El bucle melancólico y el cálculo que permita el mantenimiento de una situación privilegiada. Hace sólo unos días el gran empresariado catalán, que en privado abomina del nuevo Estatut, firmó un manifiesto de apoyo al engendro por no indisponerse con el tripartito que pisotea la Constitución y hace almoneda de los derechos de los españoles. Ese mismo día, las sucursales de la principal caja de ahorros en Andalucía, catalana como sabemos y que no devenga un céntimo en impuestos fuera de Cataluña, abrían sus puertas con la razonable intención de seguir dirigiendo el esfuerzo ahorrador de nuestros paisanos hacia las arcas del mismo Maragall que nos anuncia el fin de su generosidad. Ese mismo día, miles y miles de españoles descubríamos lo entretenido que resulta examinar las etiquetas de los productos en los supermercados y lo satisfactorio de apartarlos si su procedencia no nos complace.
Y es que, como diría Constan Dacosta, en algunos puntos del Estado los consumidores hemos empezado a perder nuestra neutralidad. ¡Pásalo!
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Es un comentario de un medio de comunicacion, pero lo hago mio.
SE ACABO LA GENEROSIDAD
LEO en algún lugar que Constan Dacosta, presidente de un importante grupo comercial vasco en plena expansión, se ha lamentado públicamente de que «en algunos puntos del Estado los consumidores hayan perdido su neutralidad». La frase exige traducción, pues lo que apena a Dacosta es que en muchos puntos de España los ciudadanos hayan dejado de pasar por sus supermercados tras conocerse la complacencia con que su grupo se hizo cargo de la fianza impuesta por la Justicia al batasuno Arnaldo Otegi. Cree don Constan que los efectos sobre la imagen de su grupo durarán unos diez años, algo en lo que debiera haber pensado antes de firmar el cheque de la infamia.
Y es que los ciudadanos de a pie no solemos ser conscientes de la enorme fuerza que pueden llegar a tener nuestras modestas decisiones económicas en una sociedad que, mal que nos pese, cabe definir como esencialmente consumidora e incluso consumista. En esta sociedad, en la que el ciudadano vota cada cuatro años, el consumidor lo hace todos los días, a todas horas. La gente opta al consumir, se pronuncia al consumir, se identifica al consumir. La publicidad sabe y explota a fondo hasta qué punto hoy somos lo que consumimos.
Pero nadie crea que los efectos del consumo como fuerza social se reducen al ámbito de lo personal o familiar. El mercado resulta de la suma de millones y millones de opciones y preferencias de compra conscientes o, generalmente, inconscientes. En ese sentido no es inexacto decir que el consumo es un factor esencial de los grandes proyectos políticos, como es evidente en el de otro modo incomprensible intento de integrar Turquía en la UE, un factor que en unos casos puede llegar a justificar guerras y que en otros obliga a la paz.
En medio de la catarata de propuestas, juicios y declaraciones hirientes o del todo indignantes que los españoles nos hemos tenido que tragar en estos días a propósito del nuevo Estatuto catalán, una me ha resultado especialmente llamativa y dolorosa. Me refiero al exabrupto de Pasqual Maragall relativo a que «Cataluña ha decidido dejar de ser generosa con las Españas». La frase no puede ser más miserable, pero sobre todo es injusta. Aun a riesgo de que al decir estas cosas me gane el epíteto de «separador», que los catalanistas y sus aliados «progres» reparten con tanta profusión, déjeseme recordar que Cataluña fue durante siglos una región pobre y semidespoblada, abandonada al dominio de una oligarquía feroz que se parapetaba en las singularidades institucionales del territorio.
El mérito de los catalanes en el siglo XVIII fue doble: por una parte, liberarse de unas libertades que sólo mucho más tarde idealizarían; por otra, convencer a los gobernantes de todos los regímenes que ha habido en España desde entonces de que al proteger los productos industriales catalanes, casi siempre más caros y peores que los de la competencia, se estaba contribuyendo a la prosperidad y al progreso general del país. Esta política, aplicada por conservadores y liberales, por republicanos y franquistas, nos provocó en su día la guerra en Cuba y la ruina de sectores enteros de nuestra economía que resultaron asfixiados por las tasas arancelarias con que otros países respondían al proteccionismo industrial de ese Estado español del que abomina el catalanismo.
Así se forjó el mito del milagro catalán, que se desinfla a ojos vista desde que el Estado, al dejar de ser centralista, no puede determinar ya la política económica y las inversiones con el vigor de antaño. Resulta aleccionador que las actuales autonomías regionales no hayan provocado un ahondamiento de las diferencias entre Cataluña y el resto, pese a su favorable posición de partida, antes bien que su liderazgo haya comenzado a resultar amenazado por núcleos de mayor dinamismo, en especial por Madrid.
Hace ya tiempo que la burguesía barcelonesa, dueña y señora de los destinos de Cataluña desde hace doscientos años, oscila entre el cultivo de los sentimientos y actitudes que Juaristi supo describir tan bien para el caso vasco en El bucle melancólico y el cálculo que permita el mantenimiento de una situación privilegiada. Hace sólo unos días el gran empresariado catalán, que en privado abomina del nuevo Estatut, firmó un manifiesto de apoyo al engendro por no indisponerse con el tripartito que pisotea la Constitución y hace almoneda de los derechos de los españoles. Ese mismo día, las sucursales de la principal caja de ahorros en Andalucía, catalana como sabemos y que no devenga un céntimo en impuestos fuera de Cataluña, abrían sus puertas con la razonable intención de seguir dirigiendo el esfuerzo ahorrador de nuestros paisanos hacia las arcas del mismo Maragall que nos anuncia el fin de su generosidad. Ese mismo día, miles y miles de españoles descubríamos lo entretenido que resulta examinar las etiquetas de los productos en los supermercados y lo satisfactorio de apartarlos si su procedencia no nos complace.
Y es que, como diría Constan Dacosta, en algunos puntos del Estado los consumidores hemos empezado a perder nuestra neutralidad. ¡Pásalo!
Juan, si lo llegas a pegar una vez más me convences, cachis.
Elemental ¡ tenia que ser Arturo !
Fatal lo de la piratería, todos de acuerdo, aunque no es igual que le roben al Busta, montado en el dólar, que a mí que apenas llego a fin de mes, digo. No creo que sea precisamente de los que más tiene que quejarse, pero derecho tiene y si por montar el escándalo en plena calle consigue algo bueno para todos los de su gremio, pues me parece bien. Pero… ¿no podría montar el escándalo alguien que demuestre más madurez y capacidad de razonamiento? A mi humilde entender, hizo un espantoso ridículo y a mí me dio tanta vergüenza ajena que tuve que cambiar de canal y todo. Lo más fuerte fue cuando la Mila le dice «uy, pero si estás temblando, David». Qué lástima, oyes. Yo no lo soporté y al oir esa frase agarré el mando y borré semejante imagen. Este chico tiene que madurar y calmar sus iras, pero mientras lo consigue qué cosas hay que ver.
Venga va Juan no te enfades hombre, tu sigue intentandolo y te aseguro que tarde o temprano aciertas con un comentario. Si en el fondo te doy vidilla, tu fijate y verás que si no lo hago yo nadie te contesta, eres como Carod y yo tu Aznar particular, que paradoja.