La lotería a través de los ojos llorosos por un trancazo

Llega la lotería de navidad y me pilla con un trancazo de esos que nubla los sentidos y te hace mirar el mundo con escepticismo mocoso. Para mí la lotería de navidad nunca ha sido un momento importante. Probablemente porque nunca me ha tocado. Nos ha jodido. No, no sólo por eso. La lotería llega, pasa, y yo -a lo sumo- he fantaseado diez segundos con que me toca el décimo del curro y me permite saltar de la monotonía del trabajador asalariado a, pongamos, las apreturas de un librero por cuenta propia. “Tu es que tienes alma de pobre”, me diría cierto amigo.

La lotería me la pela, pues. No así un momento, las semanas antes del sorteo, en que mi familia paterna se reúne a intercambiar lotería. Este año, de repente, falta gente muy importante, las matriarcas de esos aquelarres cariñosos, y la puta muerte vuelve a embarrar la purpurina de las navidades.

A la lotería se puede enfrentar uno de diferentes maneras. Si le toca a alguien que quede cerca me alegraré, me emocionaré y hasta haré míos sus cortes de mangas a quienes corresponda. También se la puede mirar a la cara y reconocer en su gesto amable un nosequé que te revuelve las tripas.

La lotería es como el carnaval, una fiesta de inversión de valores que sirve para que no nos dé por entrar como salvajes castradores a las mansiones. Es, a la vez, la confirmación por la vía de la necesaria excepcionalidad, de la falacia del ascenso social en el capitalismo. Hoy será una de las pocas veces que saldrá gente pobre en la tele para algo que no sea criminalizar sus barrios. Hoy tocará –inversión obliga- más dinero a ricos que pobres, pero las cámaras azuzarán nuestros sentimientos con brindis callejeros, oficinistas borrachos y pueblos rejuvenecidos.

Y mucha lágrima. Lágrimas que se mezclan con otras provenientes de una vida trágica que se extiende como una enfermedad infecciosa estos días. A veces una vida realmente apaleada, a veces, simplemente, una vida que se esconde a llorar a solas sus inconsistencias. Fuera de análisis –o aproximaciones sencillas, como las de un párrafo atrás- me parece realmente jodido: se cocina una capa de nata para cubrir la mierda con las emociones tocadas de la gente.

Normalmente la lotería no da en mi vida ni para quejas. Hoy el dolor de las articulaciones mientras sube la fiebre aporta a mi mirada la necesaria dosis de cinismo para escupir estas líneas y el anclaje momentáneo con la vida para enervar mis ánimos. Y no, no me ha tocado.