Las Olimpiadas Populares de Barcelona y la victoria definitiva del deporte espectáculo

* Le dedico esta entrada a mi amigo Edu, que vive como nadie que conozca el deporte en sus aspectos más emotivos, solidarios y nobles. Aquello de lo que se habla a continuación quiso ir, en gran medida, de esto mismo.

Berlín, agosto de 1936, miles de brazos saludan a la romana en el Estadio Olímpico. Adolf Hitler y su Alemania nazionalsocialista gozan de la atención de casi todo el planeta. Aunque los documentales recalcan, una y otra vez, el desaire que supuso para el nazismo la exitosa competición del atleta negro Jesse Owens, lo cierto es que las Olimpiadas de Berlín fueron un éxito propagandístico de Hitler, y una bajada de pantalones más de la Sociedad Internacional ante la Alemania nazi.

Imagen en http://www.notinat.com.es

Imagen en http://www.notinat.com.es

Desde la óptica de un mundo en el que la visión del deporte como espectáculo de masas se ha impuesto definitivamente, cuesta imaginar una oposición a las Olimpiadas oficiales en forma de otras alternativas, con unos valores radicalmente distintos. Sin embargo, el mismo año que el olimpismo concedió al nazismo el subrayado de la Historia, se organizaron las Olimpiadas Populares de Barcelona, que debían haberse celebrado entre los días 19 y 26 de julio de 1936, con la participación de 6.000 atletas de 22 naciones. El comienzo de otra guerra internacional –aunque fuera civil y se librara en España- abortó in extremis la celebración.

Las olimpiadas obreras, llevadas a cabo por organizaciones políticas y sindicales de izquierda, nacieron en los años veinte en el contexto de una pugna no resuelta: la del deporte crecientemente profesionalizado y el deporte como elemento reapropiado por la clase trabajadora.

Hablamos de reapropiación porque el deporte, tal y como triunfó en el siglo XX y lo conocemos aún hoy, es hijo de la industrialización y herencia de la cultura de las élites del siglo anterior. El automovilismo, el atletismo (cross), el boxeo, el excursionismo, e incluso el hoy popular fútbol, fueron en principio entretenimientos de la nobleza y la burguesía industrial, vetados a las clases populares. A medida que los trabajadores fueron conquistando mejoras en sus jornadas y salarios más elevados, el tiempo libre se convirtió en una nueva mercancía, y a los juegos populares les salió la competencia del deporte de masas.

olimpiadaPero pronto los partidos y sindicatos de izquierda opusieron su propia versión de aquel deporte, propugnando valores menos comerciales. Nacieron clubes de barrio y de trabajadores por doquier. En Madrid, por ejemplo, el de la Ferroviaria estuvo muy arraigado entre la clase obrera del sur industrial. Además de a razones ideológicas, el deporte sirvió también para fines propagandísticos y de encuadramiento a los partidos políticos. Sólo entre los anarquistas, que prefirieron el ejercicio no competitivo (como el excursionismo o la gimnasia), se rechazó el deporte de masas, aunque fuera en su versión obrera.
No es de extrañar, pues, que fuera en la industrial y politizada Barcelona, donde antes calara el deporte de masas en sus dos versiones.

En las olimpiadas obreras (se celebraron en Fráncfort, Moscú, Viena o Amberes) no sonaban los himnos nacionales, sino La Internacional. Estaban organizadas por la Internacional Deportiva Obrero Socialista. Además, coexistieron las espartaquiadas, otras olimpiadas organizadas por una organización internacional comunista, la Sportintern. El nombre de Espartaquiada, que luego se extendería a los juegos deportivos realizados en la URSS, hace referencia a la historia del célebre gladiador. Aunque las Olimpiadas Populares que debían haberse celebrado en Barcelona no estaban organizados por ninguna de éstas organizaciones ( recibieron su apoyo, eso sí), los protagonistas de aquel momento también se referían a ellas con el atractivo apelativo de espartaquiadas.

Desfile de delegaciones | imagen en http://impressions-antigues.weebly.com

Desfile de delegaciones | imagen en http://impressions-antigues.weebly.com

Las olimpiadas de Berlín fueron concedidas a Alemania en 1931, pese a que ya se habían celebrado allí otras en 1916, por razones políticas: para dar respaldo a la nueva situación de alianza entre Francia y la República de Weimar, que hacía pensar en una nueva era de paz en Europa. Cuando Hitler accedió al poder, en 1933, fueron muchas las dudas que se suscitaron en el mundo del deporte, a pesar de lo cual se mantuvo la sede en Berlín. La familia olímpica se contentó entonces con que los alemanes aseguraran que no se marginaría a los judíos, obviando que ya se empezaba a hacerlo. Finalmente, no hubo ningún judío en las Olimpiadas de Berlín.

La situación despertó un clima de protesta internacional proclive al boicot y a la celebración de unas Olimpiadas alternativas. En este contexto, Barcelona tenía a su favor varias cosas para acoger aquellas olimpiadas. En primer lugar, contaba con la infraestructura adecuada. La ciudad tenía una larga tradición de tentativas de organizar las Olimpiadas desde los años 20, y había optado a las de 1936. Para ello se había construido el estadio olímpico de Montjuic. Tenía, además, las instalaciones de la Exposición Mundial de 1929. El triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 y la tradición obrera de Barcelona fueron también determinantes para el apoyo de la izquierda internacional, pero no debe obviarse que la iniciativa surgió desde abajo, del Comité Catalán pro Deporte Popular (CCEP). Se trataba de una nueva agrupación de entidades deportivas y culturales barcelonesas, no ligada formalmente a ningún partido. La primera idea que surgió en el seno de la asociación fue celebrar la Copa Thaelman, un festival deportivo en solidaridad con Thaelman, deportista alemán encarcelado por comunista. Posteriormente, concibieron la Olimpiada Popular y empezaron a recibir adhesiones internacionales.

Identificación de atletas

Identificación de atletas

Debemos entender la organización de la Olimpiada Popular en el contexto de la nueva política de Frente Popular, propugnada para frenar al fascismo en Europa, y en la que unieron fuerzas socialistas y comunistas. Las asociaciones deportivas internacionales de izquierda siguieron el mismo camino pactista que partidos políticos y sindicatos.

La mayoría de los participantes provenía de asociaciones deportivas inzquierdistas, aunque también se adhirieron otros deportistas que querían protestar por la celebración de los juegos oficiales en Berlín. De hecho, se produjo cierta ambigüedad sobre su carácter, que se puede rastrear en que las olimpiadas sean populares y no obreras. Se las llamó también Semana de Deporte Popular y hasta Semana del Deporte y del Folklore ( había agrupaciones musicales para la Olimpiada Cultural paralela). La prensa de derechas llegó a tildarla de separatista y de Olimpiada Judía Internacional. Sectores minoritarios, como el POUM, que creían que el deporte popular era igual que el deporte burgués, y no siguieron la consigna frentepopulista, no apoyaron la Olimpiada Popular.

Las Olimpiadas Populares fueron financiadas, sobre todo, el por el Frente Popular francés (con 600.000 pesetas), en contraprestación por no haberse desmarcado de los Juegos Olímpicos de Berlín, pese a que en Mayo había ganado Léon Blum las elecciones. El gobierno de la II República sí había renunciado a ellas. Aportaron dinero también el gobierno español, la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona.

OlimpiadaPopular03Para que en las olimpiadas de Barcelona tuviera cabida el mayor número de personas se establecieron tres niveles de participantes (atletas de élite, expertos y aficionados) y se estimuló la participación femenina. Se inscribieron veintitrés federaciones, y las regiones y países no reconocidos tuvieron el mismo estatus (Argelia, País Vasco y Palestina, aunque esta última delegación era enteramente judía)

El 18 de julio atletas de diversas nacionalidades entrenaban en el estadio de Montjuic y confraternizaban, cada cual en su idioma, a pesar del ruido de sables que enturbiaba  el ambiente. Por la noche, el violonchelista Pau Casals dirigía los ensayos de la orquesta que había de actuar al día siguiente en la inauguración. De repente, irrumpió un emisario con la noticia de la sublevación militar y la suspensión de la Olimpiada. Casals se dirigió a la orquesta y al coro, y les conminó a ejecutar, por última vez, la Novena Sinfonía de Beethoven, que estaban ensayando.

Lo que debía haber sido un gran espectáculo deportivo en Barcelona se convirtió en un paisaje muy diferente el 19 de julio. Un atleta belga escribió en su diario:

Las calles están vacías bajo un sol abrasador (…) en la Plaza del Comercio chocamos con las primeras barricadas (…) cientos de metros más lejos vemos a unos sindicalistas armados (…) las barricadas aparecen cada 100 metros. Todas las calles laterales están bloqueadas (…) nos deslizamos a lo largo de las fachadas de las casas. Las balas silban a través de la plaza. Instintivamente doblamos la espalda y nos refugiamos en un portal (…) Vemos claramente cómo desde el campanario de una iglesia los francotiradores disparan por la espalda a los trabajadores que se encuentran tras las barricada

Según diferentes testimonios, algunos de los atletas congregados por el deporte participaron de la defensa de la República, o se alistaron, meses después, en las Brigadas Internacionales.

Echando hoy la vista atrás hacia las frustradas Olimpiadas Populares de Barcelona, reducidas a la categoría de anécdota histórica, uno piensa que sólo en la primera mitad del siglo XX cabe imaginar unas olimpiadas en las que el sujeto fuera el trabajador, pero también se pregunta si son aún posibles unas olimpiadas que proclamen el internacionalismo en vez de la nación, la solidaridad en vez de la competitividad y el deporte en lugar del espectáculo.

BIBLIOGRAFÍA: