Hoy, en un artículo de Marta G. Granco (@teclista) en Madrilonia, se deslizaba, a propósito del impresionante resultado electoral de Podemos en las Europeas, un tema de los gordos: la validez del concepto izquierda -o de sus identidades- en el ecosistema antagonista post 15m.
4. Quizá toque revisar una hipótesis: la identidad de la izquierda podría seguir valiendo
Llevábamos tres años evitando situarnos en el esquema bipolar, y ahora llega Podemos con ‘cierta’ retórica izquierdista y barre. Es más, el 27% del electorado ha votado a partidos identificados como izquierda (y, si aceptamos la autodefinición del PSOE, el 50%). Nótese que dije ‘cierta’: el propio Pablo Iglesias ha insistido en trascender ideologías y apelar a “personas decentes”. Quizá lo que haga falta sea una identidad de izquierdas renovada, más fluida y menos petrificada que aquella que desmoviliza. Alejada de la superioridad moral, pero consciente de que nuestro camino pertenece, y debe mucho, a una historia de luchas y referentes que se apellidan izquierdas.
Coincido bastante con el párrafo anterior. En cuanto al término-concepto izquierda, creo que hay debates que son irresolubles y términos cuyo significado es tan amplio que pueden llegar a contener argumentos contradictorios. Es el caso de “izquierda”. Sobre su vaciedad recomiendo esta columna que escribiera en su día Javier Ortiz, y de la que pongo aquí una mitad:
La policía del Gobierno de izquierdas detiene a los inmigrantes sin papeles; diversas organizaciones sociales de izquierdas los ocultan y protegen.
La lista podría prolongarse hasta el infinito: hay gente de izquierda que apoya a Israel y gente de izquierda que respalda a Palestina; hay gente de izquierda que defiende la presencia militar española en Afganistán y gente de izquierda que la repudia; hay gente de izquierda que dice que Chávez es un dictador insufrible y gente de izquierda que dice que Uribe es un político protocorrupto y archicriminal, con el que no cabe tener ningún trato amistoso. Etcétera.
Hace décadas, cuando empezó a hacerse más obvia esta aparatosa pérdida de contenido del concepto de izquierda, empecé a bromear sobre ello soltando una humorada: “Es facilísimo distinguir la verdadera izquierda de la falsa izquierda”, decía.“La verdadera izquierda es la que piensa como yo”.
De entonces a aquí, he comprobado que casi todos los partidos que se pretenden de izquierdas parten de ese mismo supuesto. Sólo que en serio.
Lo que me pregunto es si el hecho de que un término ofrezca un difícil consenso universal debe llevar a dejar de introducirlo en el debate. Me vienen a la cabeza otros términos de los que se encontrarán tantas definiciones como de izquierda. Por ejemplo capitalismo. Por ejemplo – llevando la argumentación al extremo de forma premeditada – realidad. Nadie se cuestiona la existencia del capitalismo y pocos, de lo real.
Puede ser discutible si izquierda es una categoría útil, pero difícilmente se puede negar el hecho de que es un término en uso. Perder el miedo al futuro no pasa por negar el presente. Sobre todo cuando ese presente se traduce en algo tan corpóreo como los compañeros de viaje.
Para mí, izquierda es un término intuitivo que germina a partir de grandes categorías (solidaridad, justicia social, comunidad, empatía…); que echa tallo en una serie de conceptos (clase, anticapitalismo, etc) y que se convierte en enredadera, tronco leñoso o maceta ornamental, a partir de las diferentes experiencias históricas.
Son las narrativas que surgen de estas últimas las que no pueden convertirse en mitologías. Pero también – como recuerda @teclista- las que construyen los mundos culturales en común de los locos antagonistas.
Volviendo a Javier Ortiz, y acaso llevándole un poco la contraria, es posible que muchos “para mí la izquierda” divergentes se encuentren cómodos y se reconozcan como izquierda amiga en luchas y construcciones comunes. Es posible que la intersección hallada en ese reconocimiento intuitivo, en el que acaso volvemos a aquellas grandes categorías (solidaridad, justicia social, comunidad, empatía…) nos sea suficiente la mayoría de las veces. Sin necesidad de compartir un idéntico diseño de nuestros deseos.
No hablo desde el folio en blanco, ni siquiera desde el eco de mestizajes históricos (La Comuna de París, el 34, cierta Autonomía…), hablo de la constatación diaria de desahucios parados o espacios construidos codo con codo, y sin problemas irresolubles, por anarquistas, comunistas, autónomos o gentes que huyen de etiquetas.
Es bien sabido que las palabras se okupan, y que la modulación de su significado es una batalla política. Por eso considero importante mantener el debate sobre conceptos que tienen vigencia social, aunque sepamos de antemano que jamás llegaremos a tornear una vasija de acabado perfecto por contenedor.
Creo que sirve para que no se pierdan sus distintos matices útiles, para que no desaparezcan los mundos compartidos en cuyas narraciones nos encontramos y, joder, sobre todo para no acabar echando a los muchos que nos seguimos imaginando dentro de esa gran izquierda difusa e intuitiva.
Disclaimer: Este post es la jodida vergüenza de un “científico social” en cuanto a definición conceptual, es una cosa bastante eyaculatoria que mezcla distintos planos de la realidad y de las ciencias sociales. Y, sin embargo, carente como es de rigor, se acerca bastante a lo que pienso.