Veo los ataques islamófobos de personas del entorno de VOX y de los último que me entran ganas es de analizar su discurso. No niego la importancia de entenderlo, pero consigue mover pasiones más primarias en mi interior. Me afecta. Realmente me afecta, como lo hizo aquella campaña criminal contra los menores tutelados de 2021. Entonces ponía cara en mi mente a compañeros de origen migrante que viven en residencias y que comparten colegio con mis hijos. Su figura en mi cabeza era tan real que sentía el calor de su aliento. La rabia me descomponía por dentro.
Cada vez que esos malnacidos seleccionan un suceso con un protagonista magrebí y lo agitan en redes pienso en las consecuencias que su teatralización puede tener sobre personas con las que, en mayor o menor medida, he compartido momentos. En, Sidi, Anás, Shamira, Mohamed, Habiba, Chaima, Anwar, Karim…de nuevo, algunos compañeros de clase, amigos de mis hijos, con los que celebran cumpleaños.
Poco importa si se trata de verdades o mentiras. Como aquella que lanzó Santiago Abascal sobre el asesinato de una mujer en Tirso de Molina, cuyo asesino comía jamón (qué repugnantemente banales resultan las respuestas en redes sociales de quienes jalean los mensajes islamófobos). El sinvergüenza esgrimió haberse fiado de la información errónea de un medio. Lo que no explicó –y casi nadie se percató– es que no era un medio sino su medio. Gazeta es hoy en día el aparato informativo de la Fundación Disenso (think tank de VOX). Contiene un órgano de trabajo ideológico del partido donde estos días desgranan la idea de Hispanidad de Blas Piñar o publican artículos islamófobos, como este libelo nazi que afirma que no podemos acoger refugiados palestinos –como si pudieran salir del infierno– ni magrebíes, porque su cociente intelectual es bajo y perjudicaría nuestra carga genética. De verdad, así de repugnante es.
Nunca he creído que el calado ético de unas ideas deba juzgarse desde el plano personal. Que yo haya conocido, o no, personas árabes no las hace peores ni mejores. Son ideas rechazables en sí mismas. Me recuerda un poco a aquello de “¿te gustaría que trataran así a tú hija?” No, pero no necesito tener hijas para ser consciente de que el machismo, como el racismo, no es motivo de diálogo porque pertenecen al ámbito de los mínimos de la ética y la convivencia.
Sin embargo, sin ser argumento de nada, poner caras, nombre y aliento puede ayudar a quebrar la deshumanización y la otredad con que el fascismo caracteriza a nuestros vecinos. Cuando pienso en el aserto del programa electoral de VOX “inmediata expulsión de todos los inmigrantes que accedan ilegalmente a nuestro país” pienso en todas las personas sin papeles que he conocido y conozco, algunos amigos íntimos míos otros, de nuevo, de mis hijos o de mi pareja. Y resuelvo, con cierto optimismo antropológico, que solo el desconocimiento de su humanidad puede explicar, en muchos casos, la expresión de indiferencia y rechazo hacia ellos.
Por ello, prefiero dejar que analicen otros. Sus resabios de Nouvelle Droite son tan obvios como su nacionalismo español nativista; como su ideario autoritario, su recurso a la hispanidad –iberosfera, le dicen– y la pátina franquista de racismo cultural. Acorde con ello, llevan a gala el rechazo del islam por ser incompatible con nuestras costumbres y la preferencia por –permítaseme la pequeña provocación– emigrantes de las antiguas colonias españolas de ultramar. Pero es mentira, he escuchado con mis propios oídos a los prebostes de VOX clamar en una plaza de mi barrio contra los vecinos latinos, asociándolos con la delincuencia, las bandas y a la violencia sexual. Dándole vueltas a la misma manivela de esparcir pánicos morales que emplean con los vecinos de origen árabe.
Por ello, también, dejo aparte el análisis para anteponer el rechazo, el necesario asco y la confrontación. No estamos aquí para discutir sobre la dignidad de nuestros vecinos nacidos al otro lado del Estrecho (o aquí, pues la prueba más clara de su racismo exacerbado es que les da igual si ya nacieron en España). Tengan o no papeles, conozcamos sus nombres o no, estamos obligados éticamente a defenderlos de personas que son, a todas luces, peligrosos por su podredumbre ética.