A principios de 1922 las prostitutas de Huaca, barrio obrero de Veracruz, dejaron de pagar el alquiler por los precios desorbitados de sus cuartos y arrojaron los colchones, las sillas y los muebles alquilados a la calle, con la intención de hacer una gran fogata. Fue el detonante de una protesta social que involucraría a la mitad de la población de Veracruz.
Unos días antes Herol Proal, fundador del Sindicato Revolucionario de Inquilinos, se había reunido con un grupo de 80 mujeres en el patio del edificio de la Vega. “Queridas compañeras la hora de la vindicación social ha llegado y para vosotras ha llegado la hora de la liberación” Proal era un sastre tuerto y entusiasta propagandista de la pólvora, en cuyos discursos resonaban al unísono Lenin y Bakunin.
Las mujeres y los desarrapados portuarios fueron el sujeto político del movimiento. De las fotos de mujeres de la época apenas se recuerda el nombre de María Luisa Marín, que lideraría el movimiento tras el encarcelamiento de Proal. En una, con un grupo de mujeres, aparece la dirigente y fundadora de la Federación de Mujeres Libertarias, una joven mestiza en la veintena de largas trenzas negras.
El propio puerto es el otro protagonista de la huelga. Se construyó en 1902 y llegó junto con el ferrocarril y las promesas de modernidad. Sin embargo, la riqueza nunca se redistribuyó. Una habitación que valía 10 pesos en 1910 costaba de 30 a 35 en 1922. La población del puerto había crecido en veinte años de 29.000 a 54.000 habitantes. Un periódico decía “es raro el día que en los juzgados no se pida el lanzamiento de algún inquilino”. El puerto también trajo a muchos revolucionarios americanos y europeos huidos, muchos de ellos anarquistas.
A finales de mayo 30.000 personas habían dejado de pagar el alquiler en más de 100 patios de vecindad (cuartos al redor de un patio con baño y cocinas comunes). Muchos edificios del centro eran inmuebles coloniales que en tiempos habían habitado familias ricas con sus sirvientes. En ellos se desplegaron pancartas rojas que decían “estoy en huelga y no pago renta”. Pronto las protestas se extendieron por todo el país.
La acción directa fue el lenguaje de la huelga inquilinaria. En los mercados para organizar a las sirvientas o atacando las pensiones donde vivían patronos españoles. Su intención era tomar las posadas para alojar a los compañeros –muchos desahuciados- y organizar a los que ya vivían allí. Además, desde el principio de la huelga se habían apoderado de viviendas vacías. La estampa de cientos de hombres y mujeres desfilando con banderas rojinegras dejó una impronta impactante en la prensa de la época. La imagen de las mujeres y los niños desfilando con silbatos y “amontonándose” frente a la policía para parar desalojos también. La acción directa les valió sonados enfrentamientos con la policía, cientos de muertos y penas de cárcel o exilio para los huelguistas.
A medida que la huelga fue avanzando las propuestas del Sindicato fueron incluyendo demandas como la abolición de la propiedad privada, la liberación sexual y hasta la eliminación del Estado. El movimiento inquilinario mexicano supone un salto político en el continente tras otras huelgas, como la pionera de 1907 en Buenos Aires, en las que se negociaba directamente con los propietarios. Ahora se crean Sindicatos que promueven la huelga general y dirigen su acción hacia las instituciones del Estado. No consiguieron abolir la propiedad privada, pero después de su acción se construyeron casas baratas en los barrios del puerto y se mejoraron las condiciones de pago de los inquilinos.
*Un texto inédito que escribí en 2015, las fuentes han quedado en el olvido…