Hoy es tu cumpleaños

Hoy es el cumpleaños de J. y hoy, en los momentos de silencio, estoy echando terriblemente de menos su verborrea infantil. Río y me tambaleo, la abrazo en pensamientos y borro todo alrededor.

Como pasa con los amores –con los otros tipos de amores– hay una razón puramente egoísta para adorarlos: nos hacen mejores. Una hija, como una compañera, te ayuda a no ser tan tú, te empuja a ser más complejo– arrojado o conservador, reflexivo o paladín de un yo desconocido–, titubeante, un reflejo pulido por la admiración…

Te hace mejor a pesar de que, como una compañera, te da a conocer el peaje de mirarte de vez en cuando al espejo y verte con la figura descompuesta. Todo lo que grité porque no supe desaguar sangre plomada, lo que no resolví en el tiempo que se me había confiado, sus malas contestaciones que sabes enraizadas en tu pecho…son las razones de esa cara, ajena y propia, que preferirías no verte.

Como una compañera y como una amistad sin adjetivos, intuyes que deberá darte una hostia algún día, soltar las amarras del enamoramiento para, esperemos, latir juntos desde la cercanía en la que te inunda su aliento y se ven las arrugas alrededor de la mirada. Mejor, si sabes vivirlo.

También hay razones para adorar a las hijas que existen únicamente en ellas. Son un universo explotando violentamente para existir. Te envuelve y se adhiere, aunque, a veces, se incrustan esquirlas en la carne.

Esta mañana, después de venir destellando a pasitos cortos hasta nuestra cama, J. nos ha dicho “¡es mi cumpleaños! ¿Por qué celebramos los días en los que nacimos? ¿Quién se inventó lo de celebrar los cumpleaños?”

Me pregunta mucho eso de “¿Quién se inventó…?” Aquella palabra, el idioma…me ha hecho pensar que, de alguna manera, nos educamos para pensar que siempre hay un individuo genial detrás de cada cosa deslumbrante. Aquella palabra, un cumpleaños, el idioma…

Son momentos tan únicos que te hacen reparar en que todos los instantes son los mismos y son de todos. Que tu hija tan tuya –tu explosión de un universo y la mejor versión de ti– es un jironcillo esperando desgarrarse de tu cuerpo: ser salvada de ti.

Igual que las palabras que te gusta paladear como tesoros de azucar, los momentos más íntimos son invención de un todos.

Hoy J, es tu cumpleaños –ahora te hablo directamente– y, aún lejos, he sentido el miedo a verte caminar hacia mundo, al todos, porque es un sitio muy diferente del que me explicas cuando inventamos esas historias en la cama. Cuando, con la palabra desnuda y redondita de niña, pinchamos personajes en el único mundo posible –igualitario, honesto, justo– que sin embargo no es. Me gustaría saber explicarte que querría una barricada con tu nombre y, a la vez, temo ver tu cuerpo en la línea del frente. Que te quiero febril, pero a salvo.

El 4 de septiembre, diástole mío, es tu cumpleaños y quiero seguir aprendiendo juntos de nosotros. De la vida ya aprendereremos entre todos.