Cómo se hizo… ¡Fuego al fielato! El motín de Ciriaco Bartolí en los Cuatro Caminos

Radio Raheem acabó muerto, con los pies colgando, por resistirse a los policías

Cuidado (cuidado)
os avisamos
somos los mismos que cuando empezamos.

Eskorbuto


El otro día pillé empezada en algún canal de televisión Haz lo que debas (Spike Lee, 1989). La película se ambienta en Bedford Stuyvesant (Brooklyn) y tiene como protagonistas a una serie de vecinos del barrio, a los vecinos del barrio (como sujeto colectivo), y al propio barrio (como todo, de ladrillo y piel negra, como forma de vida aparte de la ciudad oficial y espacio con idiosincrasia propia). Aquello, por lo visto, no es ya lo que sale en la peli.

A 28 años vista de Haz lo que debas no me vengas con historias: voy a hablar del final.

Durante toda la película uno de los escenarios importantes es la pizzería de Sal y su familia italoamericana, donde trabaja Mookie (Spike Lee) y han crecido comiendo pizzas todos los chicos y chicas del barrio. El establecimiento es un lugar reconocido por la comunidad como propio del lugar a pesar de ser ajeno a la mayoría de la población negra del barrio. Sam (Danny Aiello) es una figura paternalista; su hijo Pino (John Turturro) es abiertamente racista. Hay un personaje, cuyo nombre no recuerdo, que emprende –sin ningún éxito- una campaña para boicotear el local hasta que algún hermano de color acompañe en las paredes a los Stallone o Sinatra. Hay otro, Radio Raheem, grandullón y malencarado, que discute con Sam por entrar a su local con la música de negros alta en el radio-cassete.

Al final de la película se produce una pelea entre Sam y Radio Raheem, después de que el primero rompa la radio del segundo. La trifulca crece, los cuerpos se amontonan en la acera y cuando la policía llega va directamente hacia Radio Raheem, al que inmovilizan hasta dejarlo seco.

No es la primera vez que la policía mata a un vecino del barrio y todos los que en principio se negaban a hacer el boicot a la pizzería la saquean y acaban quemándola. El saqueo es el inicio de unos tumultos en los que la gente trata de impedir que los bomberos apaguen el fuego y se enfrentan con la policía.

Sólo un día antes retomaba la escritura de un texto que había empezado a escribir un año atrás, y en mi cabeza se cruzaban, una y otra vez, coincidencias entre los Cuatro Caminos de 1901 (barrio entonces en el extrarradio de Madrid) y aquel Brooklyn de los ochenta.

El texto, que escribo con Álvaro, habla de varios motines. El principal de ellos es en verano –como el de asfalto sudoroso de Spike Lee-, transcurre en un barrio sospechoso, apartado, y acaba con la quema del fielato tras la paliza a un jornalero llamado Ciriaco Bartolí por parte de los guardias de Consumos. Como en la película, los vecinos la emprenden a pedradas con los bomberos para impedir que salven el local, que han quemado de forma un tanto simbólica pero con consecuencias bien reales.

En otro motín al que nos referimos en el artículo se saquea el local del tabernero más conocido de la barriada (Canuto Gonzalez), figura respetable pero un tanto ajena a la mayoría de sus vecinos por pertenecer a la pequeña burguesía local. Se muestra arrogante ante una huelga y acaba pagando las consecuencias.

Revisando mis notas (que es una forma como otra cualquiera de decir rebuscando en mi correo electrónico), veo que las primeras informaciones que mi colega Álvaro –el coautor del texto del que esto es trastienda- y yo intercambiamos sobre Ciriaco Bartolí datan de diciembre de 2013. Si la memoria no me falla, escuché por entonces su nombre a Antonio Ortiz, historiador incansable del barrio.

Bartolí volvió a salir a colación en algunas conversaciones y, con el tiempo, fuimos estudiando más la historia de la barriada y descubriendo que aquel fue sólo uno más de los innumerables motines que se produjeron aquí a caballo de los siglos XIX y XX. Sin embargo, Ciriaco Bartolí seguía siendo nuestro favorito, aunque, ya ves tú, su mérito no fue otro que haber recibido fuertes bastonazos en la cabeza. Pero su nombre se nos antojaba lo suficientemente sonoro para ser nuestro Capitán Swing o Ned Ludd de andar por casa.

Nos pusimos a estudiar el motín en serio cuando decidimos organizar unas jornadas populares de historia combativa del barrio en el solar de lo que fue Ofelia Nieto 29, un mordisco en la ciudad que concentra la rabia y la solidaridad de aquellos hechos hoy. Al menos para nosotros, es un espacio importante.

Pintamos la pared para la oación, no he encontrado foticos del evento.

De nuevo a las puertas del verano, bajo improvisados toldos mal sujetos en postes, desgranamos las historias de motines de consumos. Estuvieron también Antonio Ortiz hablando de la huelga revolucionaria de 1917 y Carlos, con el relato de manifestaciones y disturbios tras el derrumbe mortal de las obras del Canal de Isabel II, en 1905. Carlos se incorpora en este momento al Cómo se gestó del artículo, a sus cañas y conversaciones apasionadas.

Está haciendo su tesis doctoral sobre el barrio y con él acordamos seguir trabajando sobre los temas que habíamos expuesto a los vecinos bajo aquel sol de in-justicia en el solar expropiado. Pergeñar una pequeña publicación.

Durante este año hemos compartido los tres aprendizajes continuos y nos las hemos ido arreglando para reafirmar las ganas de escribir el librito a la vez que estirábamos los plazos hasta convertirlos en indefinidos.

Recientemente, cayó en mis manos por casualidad (los inventarios de la biblioteca son una orgía de polvo y sorpresas) Bello como una prisión en llamas, un trabajito vibrante de Julius Van Daal sobre los Gordon Riots(1780).

– “Álvaro, vamos a retomar el texto de Ciriaco, estoy con la vena épica subidita, no va a ser nada muy académico. Escribo una descripción de los hechos y te la paso para ir intercalando explicaciones más históricas”

– “Dale caña, no te reprimas”.

Y en eso estamos. El texto está casi listo y hay otros a punto para coser también. El librito saldrá, aunque le quedan aún muchas cañas, divagaciones y condicionantes vitales que saltar. Pero me apetecía contar la meta-historia del textito, que pronto podréis leer.

Lo bonito de todo esto es que si Álvaro (o Carlos, aunque él lo dará todo en otras partes) escribieran su Cómo se hizo supongo que sería diferente… y parecido a la vez.