Desde hace años, hay un animal dentro de mí que me grita a las tripas –que ahora dicen es el segundo cerebro– “no votes”. Durante una época de mi vida le hice caso y, aunque hace ya bastante que no me ponen falta en jornada electoral, durante mucho tiempo he escuchado sus argumentos y me he contagiado de sus impulsos, incluso si finalmente he decidido votar.
Al principio, mi no voto –o la propia valoración de no-hacerlo– se basaba en una impugnación al sistema y a las elecciones como coartada democrática. Me molestaba mucho la brasa que se daba a los abstencionistas. En vez de pedir el voto (“a quien sea, pero vota”, llegaban a decirte) te lo exigían, con una extraña manera de tratar de convencerte: te trataban con desdén.
De aquellas, yo trataba de explicar sin mucho éxito que se trataba de una abstención meditada y tan política, o más, como introducir la papeleta en la urna. Con el tiempo, dejé de tomarme en serio a mí mismo y el valor del propio voto. Bueno, pues si se tercia, se vota y listo.
Al anarquista Ricardo Mella se le atribuye una frase con la que me identifico, acaso porque la utilicé para conversar con el animalillo que habita mis tripas. Algo así: no importa los que los obreros hagan un día al año sino lo que hacen los otros 365.
Y en estas estamos, el domingo me acercaré al colegio electoral a votar (lo haré por la coalición IU+ Podemos + Alianza Verde, nunca me ha causado ningún problema coger la papeleta a la vista de todos).
Como me ha pasado a mí, al animalillo abstencionista de mi interior el tiempo también le ha hecho tomarse menos en serio y ha apaciguado sus aspavientos. Ahora su razonamiento es también más concreto:
–“¿No te das cuenta de que vivimos en un tiempo de permanente emergencia electoral diseñado para que ese día de la cita de Mella que tanto te gusta sirva para que los otros 364 días vivan congelados en la ficción de la política de tertulia?, ¿cuántas veces más nos van a repetir que votar esta vez sí es una cuestión de vida o muerte? Tu que eres historiador, ¿puedes recordar un tiempo tan politizado como este –en que los políticos profesionales parecen tertulianos del Sálvame– con tan poca política extraparlamentaria?
Nos entendemos bien el animalejo y yo. Yo no me paso con el picante para que pueda vivir en mi estómago y él me revuelve la conciencia – y las tripas– de forma comprensiva. Los dos nos ponemos a una cuando llega algún pesado a exigir el voto.