Desenamorarse de Pedro Sánchez y desengancharse del elixir de lágrimas de facha

Hoy a las 11 de la mañana ha salido a hablar públicamente el presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Su comparecencia tenía lugar después de que hace cinco días hiciera pública una carta abierta en la que explicaba que estaba pensando dimitir por los efectos personales producidos por la persecución judicial de la extrema derecha hacia su mujer, Begoña Gómez. La agenda política del país quedaba congelada y, durante el fin de semana, habría un par de convocatorias de militantes y defensores –al menos en este momento– del presidente.

La idea de que la cosa iba en serio fue cundiendo cada vez más en la opinión pública, guiada por distintas confidencias hechas por “sus círculos cercanos” a distintos periodistas. Quien más, quien menos, tenía dibujado su plano del futuro inmediato: gobierno transitorio, moción de confianza, anuncio de una batería de reformas profundas del aparato del Estado para luchar contra el lawfare…Al final, Pedro solo ha dicho que sigue. En cada barrio un grito de alegría distinto de fondo. Con lo anterior, pongo en situación al lector casual del futuro. Al fin y al cabo, hoy, toda España estaba al tanto de los pormenores y pendiente del televisor.

He leído varias veces estos días lo poco que importaban las verdaderas razones del presidente, si lo movía la quiebra de su esfera personal o el tacticismo político que se le presupone, porque lo verdaderamente relevante era el efecto: haber puesto sobre la mesa un debate inaplazable. Siguiendo la misma lógica, se podría decir que da lo mismo el grado de sinceridad de la maniobra por otros motivos. Independientemente de los pesos relativos de cada una de las razones que le han movido a hacerlo, es evidente que se ha producido un cierre de sus filas y de gran parte de las de sus socios –el pueblo del gobierno de coalición, le están diciendo–.

Entre las reacciones más habituales que he encontrado dentro del círculo vicioso que conforma mi campo de visión en las redes sociales, destacan la comprensible alegría (que comparto) por no vernos sumidos en un nuevo abismo electoral y la apelación jocosa a las lágrimas de facha. Una manifestación que rima con otras frecuentes dentro del campo de la izquierda federal (ahora se ha puesto de moda llamarla así, es más corto que la izquierda del PSOE y está menos sobado que la izquierda post 15m), que vienen a afirmar que Pedro es el puto amo. Pedro, al que no votan (aunque los resultados electorales dicen que alguno sí debe hacerlo), el jodido Perro, les ponía cachondos porque siempre era el del gif que sonreía súbitamente y ahora, que se ha mostrado como un ángel fieramente humano, les ha terminado de enamorar.

El problema del estado de enamoramiento en este caso no es tanto que haga perder la razón como que hace entrar en razón. En razón de Estado, en los límites de lo razonable y en la socialdemocracia asumida. Hasta en la movilización: por amor a la democracia, decía la convocatoria del domingo en Madrid; un idilio que, en ausencia de adjetivos y en el contexto del periodo de reflexión de Pedro, se agotaba en el gesto de afecto plebiscitario al presidente, por más que algunas voces quisieran explicar que se trataba de desbordar la manifestación en clave regenerativa. Otra vez la lógica realista del párrafo anterior: era la intención de algunos de los asistentes, pero no parece que sus motivos hayan salido en la foto.

A estas alturas del texto queda claro que mis palabras tienen sentido en un espacio político situado a la izquierda del PSOE, ¿no? Líbrenme los dioses de cualquier panteón de decirle yo a la gente de quién se tiene que encoñar. Pero creo que, dicho a la feminista, es necesario entonar de vez en cuando el amiga, date cuenta si quien tiene obnubilado a tu colega le arroja rodando por las escaleras de la política sociata que siempre odió y, a cambio, le mantiene emporrao con el elixir de las lágrimas de facha. El del regocijo moral como victoria, el mal menor fotogénico como antesala del voto útil y la democracia de élites como utopía vivida. Hazme caso amigo, rompe con Pedro, no te conviene; a no ser que tu amor sea realmente profundo y puro, en cuyo caso deberías dejar de justificarte y tirarte a la piscina del PSOE y nuestra democracia total.