Qué grande el Stipe

«Mi nombre es Michael Stipe y quiero hacer una declaración en nombre de R.E.M. Pero antes quisiera expresarle a cualquier dudoso que estoy aquí por mi propio y «contaminado» pie… uhm, estoy un poco nervioso por lo tanto voy a leer esto para evitar un malentendido: Peter Buck y Mike Mills anunciaron hoy, después de años de especulaciones, que ambos son heterosexuales o «rectos». Estoy feliz por mis compañeros de banda y felicito la honestidad y el coraje al hacer esta declaración. Estoy con ellos, como siempre, y estoy orgulloso de su fuerza de carácter en esta difícil y deliberada decisión que han tomado».

Intransigencia social necesaria

Esta tarde volviendo de trabajar en el metro he asistido a una escena que me ha hecho reflexionar sobre la apatía social en la que todos estamos sumergidos. En realidad el momento detonante no lo he visto, de repente he escuchado detrás de mí a una mujer increpando muy enojada a una chica quinceañera. Por lo visto la “niña” había dado un bofetón al chico con el que iba y la señora, muy enfadada le ha recriminado su acción, diciéndole que no se podía pegar a nadie, hombre o mujer, que reflexionara sobre las consecuencias que su acción podría tener si hubiera sido a la inversa y fuera el chico el que la hubiera pegado a ella. Ambas se han enzarzado en una discusión pública, en la que la adolescente esgrimía que no era quien para decirle lo que tenía que hacer y la señora seguía con su argumento acerca de que aquello era intolerable.

Creo que la señora ha quedado a nuestros ojos como una extravagante exagerada y la niña simplemente como una malcriada. Pensando en ello después, entre vayven del vagón y el ruido de mis tripas hambrientas, me he dado cuenta de que realmente la señora tenía razón, y que su actitud lejos de convertirla en una loca desaforada es la manera lógica en como todos deberíamos actuar. A menudo transigimos con actitudes que deberían ser socialmente intolerables porque solemos ser más precavidos y educados que los elementos más racistas, fascistas o indeseables de nuestro entorno. Todos tenemos ejemplos de cómo los más indeseables de nuestros lugares de trabajo acostumbran a ser los más atrevidos. Pues bien, creo que deberíamos ser mucho más intransigentes socialmente con este tipo de actitudes, afear públicamente a quien hace un comentario xenófobo o machista.

Recuerdo que algo parecido me comentó hace tiempo un buen amigo poniéndome de ejemplo un capítulo de la serie Sigue soñando. En el capítulo en cuestión Martin Tupper, el protagonista, está sentado en un restaurante con un tipo que no para de hacer chistes racistas. Martin se levanta y se va, explicándole que lo hace porque no quiere estar sentado con un racista de mierda. Creo que a todos nos falta levantarnos más a menudo de la mesa.

A bote pronto

He estado todo el día fuera desconectado y me encuentro al volver a
casa con que todo sigue igual que ayer, salvo que encima los partidos
«más de izquierda» salen jodidos. He votado útil, lo he hecho por IU,
por la utilidad que le encontraba a romper la deriva exageradamente
bipartidista que está tomando este puto país. No estoy muy contento, escucho gritar desde el balcón a Rajoy «Mi país, una gran nación que se llama Ejpaña!”, y me entra asco-miedo. Tampoco Zapatero and Co. tienen que cumplir promesas que hicieron cuando no pensaban que fueran a gobernar, al contrario, el pacto fácil es con la coalición católico conservadora Convergencia i Unió (que de rebote se podría cargar de producirse el Tripartit). Una noche gris, me voy a acostar. Mañana me levantaré en una España gris.

Los verdaderos moderados

Los hombres no hacen revoluciones para ser revolucionarios sino para poder ser –por fin- reformistas. Es decir, para alcanzar ese horizonte abierto -como el de un software libre- en el que se puedan introducir cambios a la medida de las necesidades de los ciudadanos, de acuerdo con su intervención consciente, en el marco pugnaz de las limitaciones tecnológicas y naturales. Al contrario de lo que pretende la propaganda, lo que caracteriza al capitalismo es que excluye y castiga las reformas; y si contra él hay que hacer la revolución es precisamente para poder ser moderados. Como en los cuentos infantiles, hace falta siempre una pequeña prohibición para liberar las voluntades y alcanzar la felicidad: respetar un árbol, negarse un alimento, mantener cerrada una habitación. El socialismo sólo impone un límite, sólo exige un mandamiento, y es mucho más modesto y realista que el precepto cristiano que nos invita a amarlo: “no te comerás a tu prójimo”. La paradoja del capitalismo es -al revés- la de que no prohíbe nada y, por lo tanto, lo encadena todo; no impone ningún límite y por eso mismo acaba sometiendo todas las voluntades a la libertad de la antropofagia, cuyo ejercicio mismo inhabilita, a fuerza de antipuritanismo, todas las otras libertades. El gran éxito propagandístico del capitalismo, y su solapamiento fraudulento con los valores ilustrados, tiene que ver con el hecho paradójico, en efecto, de que impone una feroz y criminal tiranía a fuerza de acumular libertades. Las constituciones llamadas “democráticas” de Europa y EEUU proclaman el derecho a la vivienda, a la salud, a la educación, al trabajo, a la libre expresión, a la vida, a la igualdad y a la seguridad -condiciones todas de la libertad individual-, y su incumplimiento material no es el resultado de una intervención anticonstitucional contra ellas sino justamente de la maximización de las libertades individuales. Para que todos estos derechos queden de hecho anulados sin necesidad de desmentidos ni interdicciones es suficiente con añadir un derecho más y dejar que se imponga por sí solo: el derecho a comer hombres. Basta con liberar y liberar y liberar para que todo quede definitivamente atado, cerrado, imposibilitado; y basta -al contrario- con prohibir una sola cosa para que se abra de pronto un umbral
donde la voluntad puede decidir -para bien y para mal- sobre todo lo demás.

Sigue en Variaciones sobre el Socialismo, de Santiago Alba-Rico

Días extraños, preguntas tontas

He estado revisando Días extraños, la película que Kathryn Bigelow dirigiera en 1995 sobre historia y guión de James Cameron. Por si no la habéis visto o no la recordáis se trata de una distopía ambientada en el cambio de milenio (otra que se quedó vieja), el mundo es sólo un poco más caótico y Lenny, un ex poli de antivicio, se gana la vida traficando con una sugerente tecnología clandestina que mediante un casco es capaz de reproducir a través de nuestros sentidos vivencias ajenas o propias grabadas con anterioridad. La película, en la mejor tradición cyberpunk (rezuma William Gibson por cada pico de celulide) utiliza una trama policiaca como armazón. El reparto es sensacional también: están Ralph Fiennes, Juliette Lewis, Angela Bassett, Tom Sizemore, y Vincent D’Onofrio.

Realmente hay que admitir que en la historia hay demasiados perpuntes mal dados: Días extraños no llega a ser una gran película (quizá ni siquiera una buena película cuando dobla la esquina del final de metraje) pero a mi me encanta. Me gusta su atmósfera de futurismo “presentista”, su desprejuiciada moral, su vouyerismo conceptual…y me encanta la idea de poder “drogarse” con vivencias ajenas ¿no querríais estar en la piel de vuestra pareja al menos en una ocasión? Y sí, justo en ese momento.

Pero me seduce también la contraindicación de una posible vida escapista, de hecho el protagonista (Fiennes) se pasa la película enganchado a discos que le hacen revivir momentos encantadores de una Juliette Lewis que ya no es la mujer de su vida que fue. (al menos no para él), y sin darse cuenta por cierto de que tiene corriendo a su lado loquita por sus huesos por todo Los Ángeles a una de las Ángelas Bassett más guapas de cuantas he visto nunca. Y mira que hay Ángelelas Basset guapas…

¿Tiene todo lo bueno un lado peligroso? ¿Es ello algo necesariamente negativo? Ni puta idea.

Me basta así

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
—de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—;
entonces,

si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta).

Ángel González

Viva el librecambio!

¿Qué pasa cuando el gobierno de un país tercermundista decide obviar las indicaciones librecambistas del Banco Mundial? En Malawi el gobierno ha decidido en los últimos tiempos subsidiar la compra de fertilizantes, práctica contraria a las recomendaciones del FMI y el BM que dan ayudas a cambio de que se planifique la economía según su propia óptica: es decir, no planificándola. Después de unos años de desastrosas cosechas de maíz el uso de los subsidios para patrocinar una agricultura moderna ha hecho de Malawi un país exportador y ha mejorado notablemente las condiciones sociales de un país eminentemente agrícola.