
Alguna que otra vez he comentado aquí mismo casos de arte callejero que si bien a algunos les pueden parecer acciones en el límite de la agresión a las normas de urbanidad al que teclea se le antojan ejemplos de cómo la expresión artística (o al menos el mancharse las manos con pintura) puede suponer la demostración de que el arte puede hablar extramuros de los museos (o a secas hablar, en el sentido más inmediato del término). Esta mañana en el autobús me ha divertido leer como alguien ha cambiado los carteles de algunas estaciones de metro de mi ciudad (Madrid), cambiando los nombres de toda la vida por palabras que en poco divergen del original, pero que modifican sensiblemente su significado (Líos Rosas por Ríos Rosas, Tieso de Molina por Tirso del “idem”, y así). Me divierte imaginar a un par de personas midiendo los carteles mientras aguantaban la risa, buscando las tipografías, proponiendo nombres…
Qué mejor manera de remover la rutina en la que nos movemos cada día que trastocar nuestros traslados mañaneros con una sonrisa epatada. Por cierto, sugerencia a los artistas, yo vivo en PHerrera SHoria.
En fechas atrás en Eltránsito:
Pintar no siempre es ensuciar

Es conocido por muchos el regustillo mediático de nuestro más conocido intelectual orgánico. ¡que digo el más famoso! el intelectual orgánico (como Amando de Miguel el sociólogo o Arguiñano el cocinero); es también evidente la cualidad del ilustre barbudo de ser el perejil en todas las salsas y, aunque para muchos esto no es tan evidente, a otros se nos antoja la escuela cínica del ético. Pero da igual porque 