Nace Plebeyx

Hacía años que no tenía uno de esos momentos emocionantes de la internet que implican rumiar un proyecto en la cabeza, dejar que macere y las piezas del puzle vayan empujándose las unas a las otras hasta (más o menos) encajar y…comprar un dominio. Vamos, que me he abierto un blog. Uno que no compite con este personal (espero que tampoco lo haga en irregularidad) y que, en realidad, no es del todo un blog. Me explico.

Aunque de momento el proyecto es solo mío, nace con vocación de llegar a ser lo suficientemente atractivo como para poder liar a otras personas en la labor de alimentarlo.

Se llama Plebeyx y está planteado como micro-medio sobre la ciudad, lo urbano o como queramos llamarlo (en sentido amplio), bajo la condición de que el centro de todas y cada una de sus entradas publicadas esté en la gente. Esto implica que no hay noticas sobre rectores de la ciudad e intentará huir de lo excesivamente técnico y elitista. En consonancia con esto, el tono no será tan de blog, en principio. ¡Ah! Y por primera vez, los contenidos no serán exclusivamente sobre Madrid, aunque no puedo prometer que esté completamente descentralizado por una mera cuestión de acceso a la realidad (a ver si pronto hay más gente y es de otros sitios).

Como no es, ni quiere llegar a ser nunca, un proyecto profesional y tengo otros que sí lo son y absorben casi todo mi tiempo, Plebeyx nace como un divertimento sin exigencias donde volcar en unas pocas líneas cosas que leo. Por eso, la mayoría de las entradas serán breves, salvo que hayan implicado un esfuerzo un poco mayor.

Bien, la ciudad, pero, ¿qué temas trata Plebeyx? El diseño de secciones inicial incluye las siguientes:

–Ciudad: un cajón de sastre que abarca temas como movilidad, gentrificación, segregación, urbanismo centrado en las personas, luchas por el espacio público, etc.

–Movimientos sociales: esta categoría, creo, se explica por sí misma

–Palacios del pueblo: esta expresión robada al sociólogo Eric Klinenberg se refiere a lugares de sociabilidad donde se construye, como bibliotecas, huertos urbanos, parques, Centros Sociales Okupados, espacios vecinales…

–Vecinas: iniciativas vecinales no encuadradas en movimientos organizados

–Genealogías: acercamiento a lo urbano desde la historia y las ciencias sociales

–Artes: cómo la creatividad dialoga con la ciudad, desde el arte urbano al cine pasando por la música, etc.

En un texto de la página he explicado esto mismo y he incluido unas palabras que sirven de línea editorial: “quienes escribimos asumimos unos valores muy básicos que hacen de Plebeyx un medio que quiere ser libre de clasismo, racismo, machismo y cualquiera otra opresión. A la vez que asumimos un compromiso por una sociedad más justa en todos los sentidos posibles”

Esto se cocina al chup chup

Como en los tiempos de ETA: cuando la exigencia de la  palabra “condena” esconde no querer mejorar las cosas

Eran los tiempos del todo es ETA, de Mayor Oreja y el juez Garzón extendiendo a través de los poderes del Estado la doctrina de la contaminación, que llevó a que la lucha contra la banda armada convirtiera la atmósfera de este país en veneno. Cualquier matización, intento de poner contexto al conflicto o, simplemente, querer romper el siniestro pacto social por el que cualquier conversación tenía que comenzar con una condena, te convertía en entorno, en terrorista.

 Muchos fueron los que en Euskadi lo vivieron de forma catastrófica para sus vidas, aquí solo nos trajo mal sabor de boca y la constatación de que una consigna puede calar a través de los medios de comunicación, y lo que en aquella época llamábamos pensamiento único, en los poros de la cotidianidad hasta convertirse en la realidad misma.

Este tipo de mecanismos de aprendizaje colectivo trascienden a su momento histórico, quedan prendidos en las personas y son transmitidos por ellas de nuevo. Por eso, ver estos días la exigencia furibunda de condena pública de los asesinatos sobre población civil israelí por parte de Hamás hace recordar aquellos malos tiempos.

Un automatismo siniestro que sigue vigente después de que Israel lleve ya varios días bombardeando población civil y pasándose por el forro de sus pantalones militares la legalidad internacional. La Unión Europea comienza sus deseos de que no se vulneren las leyes de la guerra con una firme condena al terrible ataque de Hamas contra población civil. Deseos de que no suceda algo que ya sucede por un lado, condena firme por el otro. Es solo un ejemplo de lo que estamos viviendo.

Como entonces, una condena a todas las violencias confluyentes no vale, por más que vaya seguida de largas explicaciones. No. Una condena que no sea en los términos exigidos por el sistema equivale a una declaración de culpabilidad. Y los términos exigidos se agotan en la palabra condenamos, cauterizada con un punto final.

Por esto mismo, por la exigencia a una rendición anticipada, no vamos a seguir repitiendo la frase “condenamos el terrorismo de Hamás” antes de cada frase: porque es la manera de zanjar el  asunto de la misma forma cruenta e ineficaz que llevamos utilizando los últimos 75 años. Pero, si quieres, hablamos.

Mi animalillo abstencionista y yo

Desde hace años, hay un animal dentro de mí que me grita a las tripas –que ahora dicen es el segundo cerebro– “no votes”. Durante una época de mi vida le hice caso y, aunque hace ya bastante que no me ponen falta en jornada electoral, durante mucho tiempo he escuchado sus argumentos y me he contagiado de sus impulsos, incluso si finalmente he decidido votar.
Al principio, mi no voto –o la propia valoración de no-hacerlo– se basaba en una impugnación al sistema y a las elecciones como coartada democrática. Me molestaba mucho la brasa que se daba a los abstencionistas. En vez de pedir el voto (“a quien sea, pero vota”, llegaban a decirte) te lo exigían, con una extraña manera de tratar de convencerte: te trataban con desdén.
De aquellas, yo trataba de explicar sin mucho éxito que se trataba de una abstención meditada y tan política, o más, como introducir la papeleta en la urna. Con el tiempo, dejé de tomarme en serio a mí mismo y el valor del propio voto. Bueno, pues si se tercia, se vota y listo.
Al anarquista Ricardo Mella se le atribuye una frase con la que me identifico, acaso porque la utilicé para conversar con el animalillo que habita mis tripas. Algo así: no importa los que los obreros hagan un día al año sino lo que hacen los otros 365.
Y en estas estamos, el domingo me acercaré al colegio electoral a votar (lo haré por la coalición IU+ Podemos + Alianza Verde, nunca me ha causado ningún problema coger la papeleta a la vista de todos).
Como me ha pasado a mí, al animalillo abstencionista de mi interior el tiempo también le ha hecho tomarse menos en serio y ha apaciguado sus aspavientos. Ahora su razonamiento es también más concreto:
–“¿No te das cuenta de que vivimos en un tiempo de permanente emergencia electoral diseñado para que ese día de la cita de Mella que tanto te gusta sirva para que los otros 364 días vivan congelados en la ficción de la política de tertulia?, ¿cuántas veces más nos van a repetir que votar esta vez sí es una cuestión de vida o muerte? Tu que eres historiador, ¿puedes recordar un tiempo tan politizado como este –en que los políticos profesionales parecen tertulianos del Sálvame– con tan poca política extraparlamentaria?
Nos entendemos bien el animalejo y yo. Yo no me paso con el picante para que pueda vivir en mi estómago y él me revuelve la conciencia – y las tripas– de forma comprensiva. Los dos nos ponemos a una cuando llega algún pesado a exigir el voto.

El “ilusionismo” como forma de renovación de la Nueva Política y el eterno retorno de los proyectos con apellidos

En política, la acusación de derrotismo suele conllevar implícita la de colaborar con el enemigo y, en términos bélicos, suele equipararse con la traición y castigarse con toda la severidad que el contexto precisa. Siento, estos días, que no puedo expresar mis dudas respecto de Sumar sin miedo a ser inmediatamente interpelado como podemita o derrotista, en ambos casos enemigo. Lo primero no lo soy (sí que he votado este partido en algunas ocasiones, como he votado también a otros “a la izquierda del PSOE” o me he abstenido) y lo segundo es algo que suele ser juzgado por otros y que no me quita el sueño.

Más que derrotista, lo que me preocuparía es ser un cínico. Haberme convertido ese señor que ya estuvo ahí y que sonríe condescendiente e irónicamente a quienes se sienten ilusionados por el nuevo proyecto político de Yolanda Díaz.

Y no soy yo quien. Pero si puedo ocupar el lienzo de mi blog para explicar, no solo mi lícita falta de ilusión o mis dudas; sino también mis tirrias personales y la crítica al ilusionismo como forma de reproducción cíclica del espacio electoral que podríamos llamar Nueva Política.

Por ilusionismo solemos entender en el lenguaje común un truco de magia, buscar el asombro mostrando un hecho aparentemente increíble con un subterfugio. Es necesario un público cómplice dispuesto a maravillarse, ya que el ilusionismo tiene tanto de espectáculo como de juego narrativo participado.

En el contexto de la Nueva Política el ilusionismo podría ser la dependencia de renovación constante, la puesta en escena de una vuelta a empezar, de buscar un nuevo reclamo electoral, normalmente ligado al carisma del líder emergente del momento (ya sea Pablo Iglesias, Ada Colau, Íñigo Errejón, Manuela Carmena –me perdonan el sesgo local–, Yolanda Díaz, o quien toque). Es esta una manera de funcionar que se ha convertido en la forma de reproducción misma de la Nueva Política y que, desgraciadamente, lleva acarreado el matar al padre y arrinconar a sus primogénitos. Es decir, a una parte de los compañeros.

Lo peor que ha dejado Pablo Iglesias en la estela de Podemos es la sensación de cesarismo. Su liderazgo fuerte casi desde que irrumpiera la organización (e incluso la sombra de su presencia pública después de su retirada de la primera línea) ha condicionado el destino de la organización para bien y para mal. Hacer una caricatura del enemigo es más sencillo cuando el modelo posa para ti en todas las posturas posibles.

Desgraciadamente, los partidos desgajados de Podemos o nacidos en sus contornos a menudo son también el partido de x, la plataforma de y…o el proyecto de Yolanda. Y aquí se juntan mis tirrias y la crítica a la vía ilusionista. Vivo, por mi cultura política, constantemente enfurruñado con los liderazgos personalistas. Suele decirse que la Nueva Política nace del ciclo 15M pero, en todo caso, surge de sus reflexiones y sobre su ola sísmica. En puridad, supone un cambio radical en nuestra esfera pública: el momento de politización intenso permanece pero cambia del movimiento multiasambleario de acción directa a la espectacularización televisada de la política que, sí o sí, pasa por los foros de los mass media, tiene como únicos hitos de lo posible las citas electorales y, como dicen Pablo y Yolanda, desembocan en el BOE.

 Por supuesto, el contexto manda y el ciclo de movilización ya había decaído cuando la Nueva Política entra en escena. La política partidaria intentaba romper el techo institucional y poner freno a la sangría de fuerzas que la hiperactividad movimentista había ocasionado. Pero ha pasado tiempo y quizá sea hora de intentar mirarnos al espejo sin complacencia. Porque era transición y no mutación, la primacía de las primarias como punta de lanza, los procesos desde abajo o los Círculos pasaron. Hasta aquí mis tirrias.

Ahora, mis impresiones –análisis queda grande a este post– sobre el ilusionismo. La apelación cíclica a la ilusión como motor para desbancar a la derecha se topa una Ley de rendimientos decrecientes, con un suelo menos fértil y muchas biografías donde va anidando el hastío de forma inevitable, cuando no el cinismo que calificábamos como poco deseable y hasta la temida sombra del derrotismo.

El ilusionismo se nutre, por otro lado, de gente que se incorpora nueva (pero nunca las gallinas que entran por las que salen alcanzará para mayorías), de personas inasequibles al desaliento y, sobre todo, de los cuadros de la Nueva Política en sentido amplio. Políticos profesionales, semiprofesionales o los otrora militantes de la movilización que en el proceso de transición se pasaron a la militancia del electoralismo.

Discrepancias y coincidencias con Podemos o Sumar tengo también, como todo el mundo interpelado por el conflicto, pero no encuentran sitio en este post. Como votante en Madrid, son los únicos partidos o coaliciones electorales que contienen mi lista de posibles papeletas. Y tengo mis ideas, también como todo quisque, sobre las luchas de poder y desgaste que se producen estos días por parte de los espacios de Podemos y de Sumar. Una sangría pública especialmente cruenta que torna más y más fea en tanto unos y otros se empeñan en mostrar las imágenes de sus espejos deformantes como armas en un conflicto que está llegando a los votantes de las formaciones, con una guerra en redes que a veces se juega con trazo grueso –¡traidor!– y a veces con la condescendencia clasista de considerar bot o sectario a todo el que no haya entendido el particular momento histórico dentro de tu cabecita. No cabe reducirlo a esto pero, en parte, podría ser una muestra más de los límites del ilusionismo como locomotora política.

La censura de extrema derecha en bibliotecas americanas llegará aquí también y habrá que estar preparados

Hace unos días, la Cámara de Representantes de Missouri, de mayoría republicana, votó a favor de no financiar –0 dólares– las bibliotecas públicas en represalia por la demanda interpuesta por la Unión Estadounidense de Libertades Civiles de Missouri (ACLU-MO ). La institución presentó la denuncia en nombre de la Asociación de Bibliotecarios Escolares de Missouri y la Asociación de Bibliotecas de Missouri (MLA) para revocar una ley de 2022 que prohíbe la existencia de material explícito en las escuelas. La norma aboca a penas de un año de cárcel y multas de hasta 2000 dólares a profesores y bibliotecarios escolares que los faciliten. ¿Qué libros considera punibles la Ley? Aquellos que muestren relaciones sexuales y genitales, además de una serie de conductas que el legislador considera inapropiadas o “desviadas”.

Este episodio viene a sumarse a una larga lista de episodios de censura y represión en Estados Unidos con las bibliotecas como campo de batalla. En otros estados, como Oklaoma y Tenesse, también se han promulgado leyes “contra la obscenidad”. En Luisiana, se ha establecido una línea telefónica para la denuncia de libros. En esta lista de Lectura.Social, Kamen ha anotado los libros prohibidos en las escuelas de Florida.

La American Library Association (ALA) acaba de publicar también un informe que documenta 1.269 demandas de censura de libros y recursos bibliotecarios durante el año pasado, casi el doble de los registrados por la misma asociación en 2021. Este tipo de peticiones de censura, que antaño eran iniciativas individuales por un título concreto, se ha convertido en una herramienta utilizada por lobbies de derecha, que elaboran listas de forma organizada. La mayoría de estos libros fueron escritos por personas LGBTQIA+ o de color, o trataban temas de interés para estas comunidades.  

Y no paran de sucederse casos de censura. Hace poco, el director de una biblioteca de Tenesse fue despedido por sugerir el traslado del acto de presentación de un libro infantil de trasfondo religioso a una parroquia. Al parecer, la motivación fue un problema de aforo en la biblioteca, lo que no evitó que el autor (el actor Kirk Cameron, el de Los problemas crecen) lo denunciara en sus redes sociales. La biblioteca tuvo que cerrar temporalmente por las amenazas recibidas y su responsable fue despedido.

Ante la ofensiva conservadora, la comunidad bibliotecaria se está organizando. Con motivo de la pasada Superbowl, los directores de la Biblioteca Pública de Kansas City y de la Biblioteca Libre de Filadelfia (cuyos equipos se enfrentaban en el campo de juego) montaron una campaña conjunta contra las prohibiciones, con una web informativa en la misma línea de Unite Against BookBans.

Como cualquier ciudadano atento sabe, cualquier ejemplo de agitprop o estrategia política que se produzca en Estados Unidos aparecerá, antes que después, en Europa (esta misma semana hemos visto a la plana mayor del Partido Popular tratando de ganarse al evangelismo más radical).

Y no nos pillará de nuevas, espero. Cada poco tiempo surge alguna polémica promovida por la derecha en redes sociales sobre un libro de educación sexual publicado con fondos de tal o cuál administración pública, y sabemos que el llamado pin parental es una de las matracas más habituales de VOX.

Por alguna razón que no cabe analizar aquí, son muy frecuentes los artículos de opinión en la prensa española que miran a la supuesta censura en Estados Unidos. Comúnmente, se ceban en el clima de puritanismo propiciado por lo que ellos identifican con el progresismo, lo políticamente correcto o lo woke. En mi opinión, haremos mal los defensores de la libertad de expresión en negar siempre la mayor y omitir, por ejemplo, que el cambio de textos originales que hemos visto propuesto por editoriales últimamente (no ya de sus traducciones) es una tontuna criticable y mojigata. Pero lo realmente importante es que seamos capaces de explicar las diferencias entre la censura en sus contornos más literales (la ejercida por el poder, la de toda la vida, con represión ideológica directa), y corrientes de opinión o presiones ciudadanas que podemos entrar a discutir, faltaría más, pero carecen de la capacidad coercitiva de aquellas que, por ejemplo, pueden poner a un rapero ante un juez por sus letras.

La censura de extrema derecha que se está produciendo en escuelas y bibliotecas americanas llegará aquí también, no cabe duda, y habrá que estar preparados para ello.

30 años después de que asesinaran a Lucrecia Pérez

*Mi amigo Norberto ha tenido la amabilidad de invitarme a un conversatorio sobre los treinta años del asesinato de Lucrecia Pérez en el Centro de Participación e Integración de Inmigrantes (CEPI) de Tetuán. Creo que soy el menos indicado de los panelistas para hablar sobre el tema pero querían un periodista y allí estaré, ocupando esa cuota. He escrito unas líneas que aún no sé si leeré o servirán para hacerme un esquema mental de lo que quiero contar. Me ha salido un poco personal.

Cuando asesinaron a Lucrecia Pérez yo tenía quince años. Puedo recordar más sensaciones que hechos, pero sé que fue una noticia muy presente en mí aquellos días. Poco tiempo atrás, los chavales del barrio habíamos empezado a politizarnos en una cultura militante difusa, que entraba desde la música, vivía en el parque del barrio y nos acabaría llevando a centros sociales okupados, los domingos de Tirso, manifestaciones antifascistas…

Una cultura de época que encajaba en aquel Barrio del Pilar y su calma tensa constante con otros críos del barrio que, en el lado opuesto a nosotros, habían elegido hacerse nazis. Chicos con los que habíamos compartido el patio del colegio que, de repente, pintaban esvásticas en las paredes. Aquella parte del Barrio del Pilar, la más nueva, encarnaba un escenario de clase media aspiracional perfecto para que anidaran ese tipo de exaltaciones, y el propio Barrio del Pilar había sido tomado ya en los 80 como zona azul por Bases Autónomas.

Con el asesinato de Lucrecia constatamos que unos como ellos, aquel día, habían salido de las inmediaciones de Malasaña, por donde empezábamos a salir nosotros también con un cierto aire politizado, y se habían ido de cacería; que unos chicos no muy distintos de los tipos del barrio que conocíamos (había menores entre ellos) eran capaces de disparar a gente inocente. Fuimos conscientes de hasta dónde podía llegar el efecto del odio inoculado en ambientes como el de la Plaza de los Cubos, aquel espacio mítico de los cerdos, como les llamábamos, en personas que perfectamente podríamos haber conocido.

Era 1992 y supongo que entonces no reflexionábamos mucho sobre qué estaba pasando en el país. Las olimpiadas, la Expo de Sevilla, el intento pobretón de Madrid de no quedarse atrás con la capitalidad cultural europea…y el quinto centenario del llamado “descubrimiento”, que es el que más salía en nuestras canciones punkis. Pero, de alguna manera, lo de Lucrecia también nos ponía ante un espejo que devolvía una imagen alejada del país que afirmaban los titulares asociados a 1992.

Supimos también que en España había racismo, que había pobreza, e incluso que teníamos vecinos migrantes. Porque hasta entonces en nuestro barrio no había vecinos venidos de fuera y la cuota de discriminación cotidiana y prejuicio la cargaban los niños gitanos.

El asesinato de Lucrecia me enfrentaba, en lo personal, a la dominicanidad perdida de mi familia. Mi abuelo, al que no conocí, había emigrado a Santo Domingo después de la guerra y allí había conocido a mi abuela Yolanda. Mi madre nació allí pero vino con 12 años a España y ya nunca ha vuelto. Para mí Santo Domingo era una señorona elegante de familia bien de Salcedo que había dejado todo atrás para seguir a un señor más mayor que ella a un país mísero moral y económicamente. Una mujer fuerte que decía mucho “Ay, santísimo” con inequívoco acento isleño, que de vez en cuando recordaba cosas de Santo Domingo y de cómo lloraba cuando, al llegar a un pueblo del Aragón profundo, constató que todas las mujeres vestían de negro y no podría usar más la ropa de colores que había traído en el baúl. Con los años, conocí a algún familiar lejano de allí, pero este sigue siendo un asunto pendiente.

Luego, monté un periódico de información centrada en Malasaña y me fijé en su historia, dándome de bruces de nuevo con la trayectoria de violencia asociada a la extrema derecha. en el barrio En muchos de aquellos casos seguían apareciendo miembros de los cuerpos de seguridad, como en lo de Lucrecia, y en en una segunda línea de las informaciones, a veces, figuraban apellidos de familias bien.

Hace 13 o 14 años me vine a vivir a Tetuán y hará un par de años monté otro periódico local, esta vez sobre este distrito. Desde el principio, tuve claro que tenía que huir de las informaciones contaminadas por el prejuicio y el estigma. Había vivido el estado policial sobre el barrio de Bellas Vistas cuando Ana Rosa Quintana fijó sus ojos sobre la calle Topete, “la más peligrosa de España”, decían algunos titulares. Había visto a la policía cachear debajo de mi casa a demasiados chavales, no pocos de ellos latinos, por el mero hecho de estar reunidos en la calle, o a una señora dominicana que volvía a casa cargada con las bolsas de la compra.

Por mi trabajo, sigo todo lo que se publica sobre Tetuán. A veces, una reyerta ocurrida administrativamente en los distritos vecinos de Chamberí o Moncloa-Aravaca ocasiona otra aparición en el titular de Tetuán. Elaborar un periódico es también hacer una selección de qué cosas contar y yo creo que está en la naturaleza de nuestra profesión conseguir que esa elección refleje lo más fielmente posible la comunidad sobre la que se informa. Ya aparecen por doquier los sucesos que, efectivamente, suceden en nuestras calles. Una redada, una incautación de drogas, una reyerta… Sin embargo, se publica muy poco acerca del resto de cosas que pasan en Tetuán día a día, y que son las que involucran más directamente a sus vecinos. La inauguración de unos murales que nos acercan la cultura dominicana en una plaza del barrio, la organización vecinal de las fiestas de Bellas Vistas, la falta de opciones de ocio de los chicos y chicas jóvenes, la cultura nacida del tiempo que estos pasan en las plazas…no parece interesar mucho.

Hay un hilo que une el aciago día en que mataron a Lucrecia y esto último que estoy contando. Ese nexo tiene que ver con la construcción del otro a través de subrayar unas noticias y no otras, y, por supuesto, de su tratamiento. Porque antes de que mataran a Lucrecia hubo gente señalando a los dominicanos reunidos en la plaza de Aravaca.

En la frase LA VERDAD cabe un mundo muy pequeño y, a la vez, inaprensible. En mi opinión, un periodista tiene que entender que su trabajo se mueve en las coordenadas de una realidad social concreta pero poliédrica; tiene que acercarse a ella para entenderla lo mejor posible y, al final -en permanente conflicto con la urgencia- intentar explicar el mundo. Un oficio ambicioso que requiere de modestia artesana. Para ello es indispensable no olvidar a todas las Lucrecias, ni todas las violencias cotidianas que atraviesan la sociedad aunque a veces no lleguen a explotar en un momento tan terrible como el de aquel 13 de noviembre de 1992.

Tierra quemada en Tetuán: desaparecen tus casas y borran tu nombre

Desmontando una historia que empezó en 1925

Hace mucho que me encuentro a gusto con la vida intermitente de este blog. Antes me agobiaba cuando constataba que llevaba meses sin escribir un post en él, pero hace ya tiempo que he aceptado que su moribundeo es el rastro de mis pies cansados. Y que siempre estará ahí, aunque olvide renovar el dominio por enésima vez.

La última entrada era, hasta hoy, la del 29 de junio, ¡de 2021! Se llama Lo que la memoria y la historia pierden cuando caen los muros de una casa y es una mínima reconstrucción histórica del vecindario de la calle de Miosotis que parte de una casita maravillosa, como de cuento, que había allí. Esta casa, que en su última encarnación –de más de una década– estaba okupada y respondía al nombre de La Higuera ha dejado de existir hoy. Ha sido desalojada con un enorme dispositivo policial. Han sido detenidas varias personas que resistían dentro y un buen número de manifestantes, que habían acudido para intentar evitar el desalojo, aún están aplicándose pomadas en las contusiones causadas por las porras de la policía. Un asco.

Ya no existe

Esa casa era el último resistente de su entorno. Se levantaba en el esquinazo de dos calles, con solares a los lados, con la dignidad de su ladrillo. El ladrillo es más blando que la piedra, pero se descama bello como las manos callosas de la gente trabajadora que lo colocó. El ladrillo es cálido, sencillo y sabe componerse en comunidad para dar la mejor versión de sí mismo. Era neomudéjar popular, el estilo de las viviendas obreras de las periferias que debe tanto a la herencia de los trabajadores migrantes que construyeron el Madrid noble.

El reclamo bajo el que se venden las casas que se construirán en el solar de La Higuera es Castellana Norte. En Valdeacederas, un barrio con una renta media familiar de mierda. No es novedoso, los pisos que se venden en el cercano Paseo de la Dirección se subrayan en las webs inmobiliarias atados a las Cinco Torres y, no es broma, los de Cuatro Caminos más pegados a Bravo Murillo como AZCA. Es el borrado del nombre de Tetuán, engullido por las fauces de sus contornos financieros y desangrado, atravesado por gigantescas grúas de metal.

Tetuán sufre una táctica de tierra quemada a cuyos generales no les molestan las siluetas fantasmales de los cadáveres inmobiliarios impresos en las medianeras, pero que odian todo lo que recuerde al viejo barrio. Odian las antiguas casas obreras como detestan a los okupas y abominan de los pobres. El borrado del nombre de Tetuán, el borrado de su caligrafía de viejo ladrillo, tejado a dos aguas y rejería; el borrado, en fin, de sus vecinos, abocados a convertirse en desplazados urbanos.

Hacen con las casas como con los vecinos. Al principio, en la calle de Miosotis casi todos los edificios tenían las dimensiones humanas de La Higuera. Eran la norma. Poco a poco, y a medida que pasa la piqueta con sus ojos sangrientos de escualo, la casa va quedando sola, aislada, hasta convertirse en una extraña en su propio terruño. Abocada a un destino trágico y asumido, como pasa con los vecinos.

Hoy me he sentido defendido por los okupas que, con una bandera negra, resistían subidos al tejado de la casa. Es difícil mirar el barrio de Valdeacederas sembrado de cráteres vallados y no compartir trinchera con las chavalas y chavales que gritaban frente a la policía “De Tetuán, nos quieren echar, derriban nuestras casas para especular”. No queremos a nuestros vecinos en casas miserables –que ha habido muchas en el barrio– pero tampoco queremos que tengan que marcharse de aquí. Que la gente pueda vivir en una casa y que esa casa esté en su entorno social: esto es la política y no el Sálvame electoral que pone ruido de fondo a la inercia de los días.

Tenemos la obligación de defender cada casa histórica, cada vestigio ruinoso de quienes levantaron el barrio con sus manos, como si fuera la última. Porque puede serlo, porque cada vez más son la única entre concreciones y azulejos resquebrajados en una medianera sucia. Cada vez más un recuerdo borroso que sucumbe bajo un cartel de Pisos de lujo clavado como la bandera de los conquistadores que te van a dar una patada en el culo.

Lo que la memoria y la historia pierden cuando caen los muros de una casa

 

*

Lo que me ha llevado a escribir este post es este proyecto.

Hace unos años, una chica que vino a un paseo que guiaba sobre la historia del barrio, especialmente centrado en el Tetuán de Cipriano Mera, me preguntó si tenía idea de cómo podía hacer para indagar sobre su abuelo. De él sabía que había vivido en la calle de Miosotis y que había sido anarquista (luego sabríamos que igual que su hermano, también vecino y muerto en prisión tras la guerra). Desconozco hasta dónde llegó su investigación, pero Carlos Hernández Quero, historiador que conoce bien el padrón de Tetuán de la época, y yo mismo le dimos algunos datos sobre su familia.

Hoy me he acordado de aquello pensando en la casa del número 60 de esta calle (con entrada por el 32 de Genciana), una bonita casa con patio de 1925, con el característico aparejo decorativo del neomudéjar popular del extrarradio. Actualmente, y desde hace una década, está ocupada, pero pesa sobre ella un expediente de derribo para anexionar el terreno a un solar más grande y edificar nuevas casas. Inmersa aun la finca en un proceso judicial, las semanas anteriores la promotora intentó derribarla con la ayuda de una empresa tipo Desokupa y la presencia de matones de extrema derecha. De momento, tras la petición de ayuda de sus ocupantes para resistir –con chocolate y guerra de agua–, y el concurso de la policía, se paró el derribo.

Además del valor patrimonial de la casa, que en mi opinión es notable, pensaba en ella como un ancla para entender la evolución e historia de la zona. Una isla donde alguien como aquella chica que buscaba a su abuelo puede recalar para entender mejor la historia de su propia familia. Un elemento de memoria superviviente de la destrucción sistemática del rastro de las clases populares y los barrios obreros en la historia.

Fragmento del plano de Facundo Cañada (1900) donde ya se ve la urbanización de la calle de Isaac Peral

Gracias a los datos proporcionados por Carlos podemos hacer un acercamiento socioeconómico a las calles de Miosotis y Genciana en los años treinta, que entonces pertenecían al distrito de Castillejos (Chamartín de la Rosa). A partir de estos datos y la hemeroteca voy a tratar de presentar algunos retazos biográficos de gente anónima que ayudan a reconstruir cómo vivían los vecinos de estas vías en los tiempos en los que se acababa de construir nuestra casa.

Es necesario tener en cuenta que en ese momento la calle de Miosotis se llamaba de Isaac Peral, antes de la anexión de Tetuán a Madrid en 1948. Como muchas otras vías del hasta ese momento suburbio de Chamartín de la Rosa, tenía un nombre que ya existía en Madrid, por lo que hubo de cambiarse. La de la Genciana se llamaba entonces de María Luisa, uno de los nombres de calle sin apellidos que aún abundan en Tetuán y que suelen hacer referencia a los primeros vecinos o dueños de los terrenos sobre los que se urbanizó. En este caso no sé la razón del cambio de nombre, aunque me consta que había otra con el mismo nombre en Puente de Vallecas.

Empezaremos por la foto de equipo. Si nos fijamos en los cabezas de familia de las familias de estas dos calles en 1935, encontramos que una gran mayoría declaraban ser jornaleros (95). Hallaremos también otros oficios relacionados con la construcción, la gran industria del crecimiento de la ciudad de Madrid: 15 albañiles, 3 obreros, 1 carpintero y tres peones. Había, luego, algunas otras profesiones minoritarias como la de vendedor (3), carretero (1), zapatero (2), escobero (1), vaquero (1), calefactor (1), panadero (1) y un par de pensionistas o personas que decían estar parados.

Mención especial merecen las 29 cabezas de familia que consignan “sus labores” (solo una mujer cabeza de familia afirma ser obrera). Es una buena pista para entender que, aunque prácticamente todas las mujeres dijeran no trabajar (es así con más razón en las familias donde la mujer no es la “cabeza de familia), en realidad sí que lo hacían en distintas actividades de la economía informal (acudir al campo por temporadas, recogida de basura, venta ambulante no reglada…) e incluso dentro de la economía formal (servicio doméstico, trabajo en fábricas, etc). Este complemento de rentas que quedaba fuera de las estadísticas oficiales también incumbía a sus compañeros varones.

El paro era también un mal endémico entre los trabajadores, y dependía mucho de los altibajos estacionales de la construcción. Así lo contaba José Molinero, albañil en paro que vivía en una casa baja en el número 56 de la calle de Isaac Peral, en un reportaje sobre el paro en la construcción que recogía la voz de la patronal, pero deslizaba la voz de este albañil (Mundo Gráfico 27-2-1935):

“Alguna vez me ha salido alguna chapuza. Poca cosa—dice—. Pan pa dos días, que hace más negra el hambre de cuando no se gana pa comer. Y es que ya se iba uno acostumbrando a no tomar más que agua”.

Como hemos visto, el empleo en la construcción era mayoritario (así fuera de forma esporádica), como queda reflejado también en la nómina de accidentes laborales de vecinos que salpican las páginas de la prensa local. Pongamos de ejemplo a José Rodrigo Martín, vecino del 10 de la calle María Luisa, que cayó de la azotea de un edificio en construcción en la calle Lope de Rueda (Heraldo de Madrid 16-3-1926). José era hijo del albañil Pedro Rodrigo Santos y Martina Martín Vigil, y vivía con ellos y sus hermanos Manuel (fontanero), Catalina y Agustín, que aún estaba en el colegio.

A veces es posible rescatar de entre las páginas de la prensa de le época el nombre de algunos de estos vecinos, como hemos empezado a ver. La mayoría de las veces solo encontramos menciones breves mezcladas con sucesos trágicos o violentos, casi los únicos que motivaban que la prensa fijara su mirada en estas tierras ignotas.

Rescataremos, por ejemplo, la memoria de Encarna, que sufrió junto con otras mujeres el peso de la justicia por abortar en 1929. En el piso bajo del número 72 de la calle Isaac Peral vivía Encarnación Barahona Labanda, que con 18 años abortó en avanzado estado de gestación y enterró el feto en el gallinero de su casa (El Liberal 19-09-1929,  La Libertad 20-09-1929). Según la prensa de la época, una tía de su novio la puso en contacto con una vecina, una tal Lola, que le practicó el aborto. Su madre, Bárbara Labanda, ayudó luego a Encarnación a enterrar el feto. Alguien del vecindario delató a las mujeres, enviando una carta anónima al puesto de la Guardia Civil.

Encarnación vivía junto con sus padres, Basilio Barahona Zúñiga y Bárbara Labanda Ramo, y sus dos hermanos mayores, Antolín y Julián. Posteriormente, viviría también en su casa Luis Juste Díaz, su marido. Como sucedía con cierta frecuencia, los Barahona-Labanda vivían en el mismo número que otros miembros de su familia. En otro piso bajo del mismo inmueble encontramos a Gabino Antonio Barahona Labanda y su mujer, Gabriela Iglesias Frutos, que tenían seis hijos: Margarita, Antonio, Concepción y Clara. Poco después de la detención de su prima nacerían Rosa y Gabriel.

Hablamos de una familia que había nacido en Chamartín de la Rosa (desconocemos si en Tetuán), cuyos miembros no declaraban oficio o, en todo caso, eran jornaleros, como era el caso de Gabino Antonio. Las mujeres adultas, por supuesto, consignaron en el padrón “sus labores”, y solo los niños que tenían entre 8 y 11 años iban a la escuela.

En 1929 la mayor de las niñas del matrimonio formado por los tíos de Encarnación tenía ocho años y puede darnos una idea de unas calles con casas pequeñas –bajas en su inmensa mayoría– llenas constantemente de pequeños y pequeñas jugando en ellas. Trístemente, esta imagen tiene que ver con que Bárbara Labanda, madre de Encarnación, hubiera asomado una par de años antes por las páginas de la prensa (La Nación 21-8-1927, El Heraldo de Madrid 22-8-1927).

Labanda arrojó una piedra a un grupo de niños que estaba jugando en unos desmontes cerca de su casa, con tan mala suerte que dio en el ojo al pequeño de dos años Eugenio Pereira Bosch (vecino de la cercana calle de Garibaldi), que hubo de ser atendido en la Casa de Socorro de Tetuán y acabó perdiendo el ojo. Bárbara dijo que tiró la piedra con ánimo de avisar a su propio hijo, que estaba en el grupo, de que se alejara del lugar. En realidad, sabemos que ninguno de sus hijos era en ese momento de corta edad, pero podría tratarse de alguno de sus sobrinos, como hemos visto. En esta ocasión, como también sucedería un par de años después con motivo del aborto de su hija, Bárbara Labanda acabaría en la cárcel, no sabemos por cuánto tiempo.

Precisamente, las casas de socorro eran espacios centrales en los barrios y, en el caso de los barrios bajos o periféricos, a menudo eran señalados en la prensa como un espacio redentor, casi civilizatorio. La revista Estampa publicó el 13 de marzo de 1928 un artículo titulado La noche del sábado en las casas de socorro que se fijaba en la de Chamartín de la Rosa. El reportaje narra las pintorescas aventuras de sus facultativos en territorio agraz. Esta es la descripción que hacen del entorno de nuestra calle, adonde van a atender un caso de apendicitis:

“A los pocos minutos nos encaminamos hacia la calle de Isaac Peral. Para llegar a ella debemos atravesar calles en declive, angostas, resbaladizas. Llaman a este pueblo Tetuán, y bien le cae el nombre. Más que a dos kilómetros escasos de Madrid, parece que nos hallamos en un poblado rifeño”.

Dentro del mismo artículo se narra la visita a otra mujer, paralítica. Aquí, el periodista aprovecha para llenar sus palabras de entrecomillados que subrayan el habla vulgar e incorrecta de la vecina (incluyendo llamar a la calle “Isá” Peral),  dejando caer que en esa calle por una pelota han “degollao” a no se sabe cuántos.

Es una lástima que la vida de las clases trabajadoras, vecinas del extrarradio, solo aparezcan como reflejos de actos que los sitúan como víctimas y victimarios del día a día. La imagen de los grupos de niños jugando entre los desmontes rescatables del suceso anterior asoman también en las noticias que se refieren a atropellos de niños en unas calles donde aun no se había producido una segregación de los peatones en la misma y toda la calle era un espacio indiferenciado para la vida cotidiana. Atropellos de coches, tranvías o coches de mulas que en no pocas ocasiones levantaban la ira del vecindario y ocasionaban auténticos tumultos y linchamientos. Por ejemplo, en el número 10 de la calle Isaac Peral vivía la niña Gloria Torres, que fue atropellada en la vecina calle de Pablo Iglesias por un camión, en marzo de 1928 (El Liberal, 7-3-1928).

También eran habituales las noticias sobre trifulcas tabernarias, de dónde se pueden rescatar la centralidad de la taberna como espacio de sociabilidad en el extrarradio –sobre todo masculina–, el uso del alcohol entre la clase trabajadora y la normalidad con que los habitantes de Tetuán portaban armas blancas y de fuego.

A Gregorio González Gil, vecino del número 33 de Isaac Peral, los vapores etílicos le hicieron discutir con su compañero de vinos un domingo de 1934 (La Voz 16-7-1934 Luz 16-7-1934). La cosa sucedió en una taberna de la calle del Triunfo (actual calle Orquideas). Tras discutir acerca de quién había sido mejor trabajador durante su estancia en Francia, ambos salieron a la calle. Su compañero hirió con una navaja en el pecho a Gregorio, lo que hizo a este echar mano a la pistola y matarlo. Según sabemos, Gregorio era jornalero, sabía escribir y estaba casado. Este tipo de hechos luctuosos eran muy resaltados en una prensa que incluso daba espacio a hechos tan poco relevantes como este breve de unos años antes: “En la calle de Bravo Murillo riñeron Inés Fernández Álvarez, de veinte años, que vive en la calle de María Luisa, número 23 (Tetuán) y Felisa Sanz Matos, de diecisiete años, domiciliada en la calle de los Artistas, número 6” (El Liberal 12-6-2015).

Sabemos que las difíciles condiciones de estas barriadas y el abandono total de las municipalidades empujaba a sus vecinos a tener una rica vida de puertas a fuera de sus casas, a tejer redes informales de apoyo mutuo y cometer, a veces, micro ilegalismos y restencias cotidianas para asegurar su supervivencia. Podríamos imaginar –aunque no asegurar– que cuando los bomberos recibieron un aviso en 1919 por un gran incendio que afectaba a siete casas en la calle Isaac Peral (La Mañana, 21-12-1919) y decidieron llevar allí una importante dotación con carácter de urgencia, no se trató de una equivocación. Al llegar se toparon solo con un incendio “en una modesta casa baja”. Tenemos noticias de otras ocasiones en las que los bomberos habían llegado tarde y, a veces, no habían podido apagar el fuego  por falta de agua en el vecindario.

Es difícil de creer que la presencia de la casa de ladrillo en peligro de extinción cuya imagen tenía prendida en la pantalla del ordenador mientras escribía esta breve recopilación de memorias anónimas tenga efecto alguno en su recuperación. Al fin y al cabo, los datos del padrón municipal y las noticias de las hemerotecas digitales seguirán estando ahí cuando sus muros de ladrillo formen brevemente una montonera para, luego, desaparecer para siempre. Sin embargo, podéis creerme cuando digo que sin esa casa u otros rastros que aun quedan del barrio que fue y que aun hoy es en cierta forma yo no lo habría escrito.

Ya no cantamos ¡Sí, se puede!

No sé cuándo sucedió ni si es definitivo, pero a unos meses de celebrar diez años del 15M me he dado cuenta de que no lo escucho hace tiempo. Tampoco yo soy el de hace una década –entonces no era ya un niño y hasta había tenido una hija–, y, aunque sigo siendo el mismo perro callejero de siempre, no estoy ya en tantos fregaos de los de gritar lemas. Y bien que lo echo de menos, por cierto.

El domingo pasado tuvimos mani junto al cole de mis niños. El Ayuntamiento de Madrid, cómplice sempiterno de la fealdad, no ha renovado la concesión a la Casa de la Cultura, un Centro Social gestionado por una veintena de colectivos del distrito de Chamberí. Entre otras, nuestra AMPA; entre otras, manda narices, la Despensa Solidaria del barrio.

Tengo fotos de J. en la Puerta del Sol siendo un bebé, fotos que suenan a ¡SÍ-SE-PUEDE! y tengo fotos de J. el domingo, sujetando una pancarta hecha por ella y sus amigas. Se gritó mucho, pero nadie inició un ¡Sí, se pude! y ninguna multitud entusiasta sostuvo, junta, las sílabas martilleantes de la frase este domingo.

Puede que la frase se haya sobeteado mucho y hayan tirado de ella demasiado algunos partidos políticos, pero, durante mucho tiempo, hubo en las concentraciones una cierta reivindicación orgullosa de su pureza que impelía a seguir gritándola. ¿Ya no?

Son diez años ya de aquella primavera, toda una década en la que no ha habido apenas análisis sociales que, de una u otra forma, hayan encajado el 15M. Y está claro que aquello de las plazas, en lo que tenía de impugnación de la política institucional, ha fracasado porque, también en su nombre, vivimos un tiempo absolutamente dependiente del prime time constante de las portavocías.

Pero, en otros sentidos, como reproductor del viejo topo de la metáfora izquierdista, ese que cava obstinadamente el oscuro subsuelo histórico para, de vez en cuando, emerger a la luz, el 15M nos vale. Como fogonazo en que muchos topos, algunos de los cuales ni siquiera sabían que estaban a oscuras, estiraron el cuello, escupieron un poco de tierra y se miraron los unos a los otros. Y, claro, como casi siempre, fue en primavera.

Aquel encontronazo de miradas sonó a ¡Sí, se puede! y, desde entonces, todo el tiempo que duró la escapada a la superficie (y aun agazapados en las madrigueras de la realidad) ese grito fue un mantra para caminar juntos.

Si se confirma que el presente ya no suena a ¡Sí, se puede! podríamos estar, quién sabe, cerca de la embocadura de otra salida a una primavera arrebatada, como las de La Comuna, como la del 68 o como los buenos Primeros de Mayo. Lo importante es que, solo a base de salir juntos saldremos de dudas y sabremos cómo nos suena la piel esta temporada.

La Casa de la Cultura de Chamberí funciona

Dibujo de la presentación de Barrionalismo hecho por Improvistos

Barrionalismo se presentó por primera vez en la Casa de la Cultura de Chamberí, el 22 de octubre de 2018. Estuvieron allí amigos, familia, curiosos y gente del colegio. El mismo día, en la sala contigua, había unas jornadas sobre patrimonio de Chamberí y, mientras recogíamos los bártulos, entraban vecinos a jugar al ajedrez y a gestionar los asuntos de su grupo de consumo. La presentación la organizó el AMPA del colegio de mis hijos, que es una de las muchas entidades que participa de la Casa de la Cultura. En la mesa me acompañaba Gonzalo, que era entonces nuestro presi, y yo adapté la intervención al contexto del cole, la plaza que hay allí y la Casa de la Cultura. Si aquello no es barrio…

Allí mismo teníamos las reuniones y asambleas del AMPA. En la Casa de la Cultura hemos organizado charlas sobre educación y hecho distintos talleres con los críos del colegio. Por iniciativa de un padre del centro, compramos una mesa de ping-pong para dar clases gratuitas y nuestros pequeños se han beneficiado de las clases que imparten desinteresádamente chavales de instituto. Aunque no lo sé con seguridad, imagino que alguna familia del colegio habrá comido mejor gracias a la despensa solidaria que tiene en la Casa su sede.

La Casa de Cultura y la Participación Ciudadana de Chamberí –así es el nombre completo– es un espacio ciudadano autogestionado por asociaciones y colectivos sociales de Chamberí, que hacemos un uso compartido de un local municipal cedido a la iniciativa social. Tal cual, de su web.

Hace cuatro años, el local era una gran escombrera interior abandonada y se llevó a cabo un proceso de licitación entre asociaciones que fue ganado por una pléyade de colectivos diversos del distrito, precisamente, por la pluralidad y diversidad de su propuesta. Estos años de intensa actividad no han hecho sino corroborar que la premisa no era de cara a la galería: donde comenzaron 16 colectivos anidan ahora 24, que solo son, además, el esqueleto del cuerpo social creado bajo el techo de la Casa.

Ahora, termina la concesión de cuatro años –por cierto, en principio prorrogables por otros cuatro– y la Junta Municipal de Chamberí ha instado a los moradores de Casa a largarnos, sin tener ningún plan alternativo para el espacio ni querer valorar la respaldadísima petición de prórroga.

La última. El Concejal presidente de Chamberí ha declinado que hoy se escuche la voz de la Casa en el Pleno. Pero la va a tener que oír, pues se ha convocado una concentración de apoyo a las puertas de la Junta. Para situar a quienes me leen desde fuera de Madrid: la Junta de la foto de la placa de Largo Caballero destrozada a martillazos; el concejal que ayer mismo se dio un bañito de redes con la frase “a mí me gustan más las femeninas que el feminismo”.

Y sí, también hemos hecho cosas que ellos consideran de rojos, que, no nos engañemos, es la razón primera por la que quieren chapar el chiringuito. Sin salir del ámbito de nuestra AMPA: hemos organizado cuidados colectivos para las familias que decidimos objetar de las de pruebas de nivel externas, que hacían huelga educativa o participaban en las jornadas del 8-M. Los mismo que el huerto de Antonio Grilo en Malasaña, EVA en Arganzuela o La Gasolinera en La Guindalera, todos espacios cerrados o amenazados por el actual Ayuntamiento.

Durante el anterior confinamiento, los servicios municipales se vieron desbordados a la hora de atender a la población en apuros y los políticos acudieron a las redes vecinales, dándole una orientación nueva al sobeteado mantra de la colaboración público-privada. En aquel momento la Casa de la Cultura, que ya había colaborado antes con Servicios Sociales y otras instancias públicas, estuvo.

A Begoña, a Isabel y a José Luis no se le cayeron de la boca las palabras elogiosas sobre el esfuerzo vecinal –como de nuevo sucedió durante la última nevada, tras un nuevo colapso del raquítico cuerpo público de Madrid–. Sin embargo, a menudo había un matiz en sus palabras que se antoja central. Apelaban a la agregación de individualidades, cuando no directamente promovían asociaciones voluntariosas, surgidas para la ocasión. Paralelamente, tiraban del tejido preexistente en los barrios porque, sencillamente, era la única red capaz de amortiguar las hostias del personal.

La autoorganización es inténsamente política. De ella derivan prácticas que, en el camino, enseñan a hacer en vez de pedir, a tomar la palabra tras escuchar, a hacer juntos en lugar de competir… Sobreviviendo a sus límites y a las tensiones ocasionadas por estar abocados a decidir constantemente, robustece los lazos vecinales, además de resolver los objetivos concretos para los que se creó esa asociación de personas. Porque un espacio autoorganizado puede funcionar, o no, no lo perdamos de vista. Y la Casa de la Cultura funciona.